Diary entry #2
One Saturday I began the short walk from my rectory to the little grocery market two blocks down after the evening Masses. It was a beautiful midsummer evening, and I was looking forward to chopping some onions and jalapeños to spice up my supper. I find cleaning fresh vegetables and cutting them into small pieces very therapeutic. (A psychiatrist would find that significant). I hoped for a quiet evening.
Between my church and the market is a living facility which houses those with various special needs: the mentally unstable, the financially unstable, and the physically unstable. As I passed the entrance to the facility, I encountered a well-dressed man whom I had never seen before, sitting on the low brick retaining wall near the doors. He was speaking to his cell phone. I nodded a greeting and he said to his phone, “Hang on a minute”. I paused.
He asked me, “Are you associated with the church next door?”
“I am”, I replied.
“Are you the father?”, he continued.
“I am”, I said.
Again, he asked, “Are you the pastor?”
“I am”.
“I’m Jim”, he said. “I’m not a church-goer, Ha Ha! Sorry, Ha Ha!”
“You may be sorrier than I am”, I responded.
“Ha Ha!”, he laughed. “Have a nice evening. Excuse me, I have a call. Hello? Hello? Hello?”, he said to the phone.
I proceeded toward the market.
Now, these sorts of encounters are not uncommon for priests who wear their black clothes around all the time. But they can be frustrating. I constantly wonder about the best way to handle them. The older, and more experienced I become, the less inclined I am to engage, because there is virtually never any fruit borne from such an encounter. Yet, I recognize that I never know how seeds planted in an even fleeting encounter such as this one may come to fruition sometime later. Sometimes very much later.
As I selected my vegetables from the bins at the market, I replayed the encounter in my head. I really had not done the best I could to have evangelized the fellow and tried to reel him toward the shore. My fellow-seminarians and I years ago had warned each other against becoming “bitter and jaded”. That was before we had had any real-life experience as priests. God forbid that I have become “bitter and jaded”.
I paid for my produce and headed toward the door. There was Jim. Hanging around the entrance. Had he followed me to continue the conversation, or had he simply shown up to find some other unsuspecting victim with whom to share a pointless conversation to pass the time, (between conversations with his cell phone)? Maybe he just wanted to buy some vegetables to chop. I don’t know. But I stopped and re-started our conversation. I asked where he was from, why he was here, etc. He explained that he had attended
Catholic schools his whole life: the usual drill. We exchanged pleasant conversation for a few minutes. I felt as though I had made up for my curt treatment of him earlier and opened the door to ongoing conversion. Who knows why he is not a church-goer? We may not want to know.
“Come and see us!” I said.
“I stopped in the church to look at it one day”, he responded.
“Have a nice evening!”
“You, too”.
Something tells me I haven’t seen the last of Jim.
Diario #2
Un sábado después de celebrar las Misas de la tarde decidí recorrer a pie las dos cuadras que me separan de la tienda de abarrotes, y abastecerme de algunas verduras que necesitaba para darle sabor a mi cena. Era una hermosa tarde de verano y me sentía con muchos deseos de cocinar y dar sabor a mi comida con cebollas y chiles jalapeños. Para mi es bastante terapéutico lavar las verduras frescas, y picar, tanto cebollas como chiles jalapeños para hacer que mis alimentos queden mas apetitosos. (A algún psiquiatra esto le parecería bastante extraño) Tenia la esperanza de que esta fuera una tarde tranquila.
Entre mi iglesia y la tienda de abarrotes se encuentra una edificio de apartamentos que alberga a personas de la tercera edad, personas mentalmente inestables, de escasos recursos económicos, y también a personas con impedimentos físicos.
Cuando pasé por la entrada de este edificio, me encontré con un hombre bien vestido a quien nunca había visto antes. Estaba sentado en el muro cerca de las puertas de entrada al edificio. Hablaba por teléfono en su celular. Le saludé con la cabeza y en ese momento dijo a la persona con la que hablaba: “Espera un minuto”. Hizo una pausa y me preguntó: “Usted vive en la iglesia de a lado? “Así es” le contesté. De nuevo me preguntó: “usted es el sacerdote de allí? “Así es” le conteste de nuevo. “Usted es el párroco?” volvió a preguntar. “yo soy” le conteste.
“Yo soy Jaime” me dijo, “y yo no voy a la iglesia, ja, ja, ja, lo siento padre”
“Es posible que algún dia usted lo sienta mas que yo” le respondí
De nuevo una carcajada: “ja, ja, ja” "Que tenga una buena noche padre, y disculpe, pero tengo una llamada. ¿Hola? ¿Hola? ¿Hola?” Ese fue el fin de nuestra conversación.
Debo hacer notar que este tipo de encuentros son bastante frecuentes para nosotros los sacerdotes que usamos nuestros distintivos sacerdotales, ropa negra, cuello blanco, etc.
Constantemente me pregunto cuál es la mejor manera de enfrentar estas situaciones. Mientras más años tengo y más experiencia, me siento menos inclinado a entablar conversaciones con estas personas porque la realidad es que estos encuentros, prácticamente nunca rinden ningún fruto. Sin embargo, reconozco que algunas veces durante estos encuentros fugaces, con el tiempo más de alguno puede dar frutos, aunque sea después de un largo tiempo.
Mientras seleccionaba mis verduras, en mi mente recordaba este encuentro y me preguntaba si había actuado de la mejor forma con este individuo. Me decía a mi mismo que en realidad, no había hecho mi mejor esfuerzo para evangelizar a esta persona. Me di cuenta que me deje llevar por experiencias pasadas que a pesar de tratar de evangelizar, no me habían dado resultados positivos.
Recordé que hace años, mis compañeros seminaristas y yo nos habíamos dicho a nosotros mismos que ojalá y nunca nos volviéramos “ni amargados ni hastiados” de las personas con las que nos enfrentaríamos en el futuro. Espero en Dios que no me haya vuelto ni “amargado ni hastiado”.
Pagué el importe de mis productos y me dirigí a la puerta. ¿Y que creen? Allí estaba Jaime. Dando vueltas por la entrada del establecimiento. ¿Me habría seguido para continuar la conversación? o ¿Simplemente buscaba otra victima con quien entablar otra conversación sin ningún sentido, como la que había tenido conmigo, solo para pasar el tiempo? (todo esto mientras también hablaba por teléfono en su celular.)
Es posible también que Jaime haya venido a la abarrotería a comprar abarrotes. No lo se, pero me detuve para reiniciar nuestra conversación. Le pregunté de dónde era, por qué estaba aquí, etc. Me explicó que había asistido a escuelas católicas toda su vida, y me dio a entender que no le interesaba la iglesia. Intercambiamos una amena conversación durante unos minutos. Sentí como si hubiera compensado el brusco trato que tuve hacia el durante nuestra conversación anterior. Quién sabe por qué no va a la iglesia. Pero creo que es mejor no averiguarlo.
Terminé nuestra conversación diciéndole: "¡Ven y visitarnos!"
Y el me respondido: “Un día de estos llego a visitarlo”.
"¡Que tengas buenas noches!" Le dije
“Usted también” me dijo”
Algo me dice que nuestro encuentro no termina aquí.