Diary Entry #6. The African Archbishop
This is one of those stories about which one must say, “You can’t make it up”.
Before the sex abuse scandals that rocked the Church around the year 2000, every priest carried with him what I used to call a “priest license”. Technically, it was called a celebret i.e., the Latin word for “let him celebrate”. This was a driver’s license-sized card issued by a priest’s bishop every year or two identifying him as a genuinely ordained priest who should be allowed to celebrate Mass any place he went. If a priest happened to be travelling anywhere in the world and wanted to offer Mass in a church, he would show up, show his card, and be allowed to offer the Mass privately or publicly. The purpose of the “celebret” was to ensure that a man could not impersonate a priest, and invalidly pretend to offer Mass. (It happens).
After the wave of sex abuse scandals, the “celebret’ fell into disuse and was replaced by the “testimonial letter”. This letter is to be sent in advance by the priest’s bishop to the bishop of the diocese where the priest wishes to exercise some sort of ministry. This practice was introduced by the bishops of the Church not only to ascertain that the requesting priest really is a priest, but that he is also not some sort of criminal. Technically, no priest is permitted to exercise any form of ministry e.g., Mass, wedding, baptism, funeral, etc. outside his own diocese unless a testimonial letter has been sent in advance to the diocese in which the priest wishes to function as a priest. Note well, as you read on, that this practice was initiated by the bishops themselves.
One morning at 7:00 am as I prepared to offer Mass at my inner-city parish there was a knock at the sacristy door. “Hello”, said the tall man dressed as a priest with a Cross hanging from a chain around his neck (looking awfully like a bishop). I am Archbishop So and So from Such and Such a place in Africa. I am visiting friends in your neighborhood and would like to offer the Mass here tomorrow morning”.
Being attentive to the new norms, and being the pastor of my own bishop’s church, the Cathedral of our diocese, and being somewhat taken by surprise, I was anxious to do the right thing. “Good morning”, I responded. “I would be happy to allow you to celebrate the Mass tomorrow morning. Would you happen to have a celebret or a testimonial letter?” I was very impressed with myself for having observed the protocol, and half-expected a nod of affirmation from the archbishop. “I am an archbishop”, he said. “I don’t need a testimonial letter”.
As one may imagine, I now found myself in, what we call in the Southern United States, “a pickle”. If I tell the “archbishop” that I cannot allow him to celebrate the Mass without a celebret or testimonial letter, and he really turns out to be an archbishop; I insult him, he calls my bishop, and I am in trouble. If I take him at his word, allow him to “celebrate Mass”, and he turns out to be an imposter with his own place on a sex offender registry in an African village (it happens), and my bishop finds out; I am in trouble.
It is in moments such as these that I ask myself, “Why did you think you wanted to be a priest?”
I went first to the internet to see if I could find out anything about this man. I had his name, and I found photos which seemed to be of him under the name of Archbishop So and So, but they were old. I could not be sure it was the same man. I next called the personnel office of my own diocese and asked for guidance. They replied, “We know nothing about him or of his visit to our diocese or to your parish”. Normally, if a bishop is planning to visit the diocese of another bishop there would be advance notice, and some sort of formal reception, if only by telephone.
I decided to err on the side of good faith. He offered the Mass the next morning,
and seemed to know (more or less) what he was doing. With a handshake and a smile, the ordeal was over for me. In the end, I did not get in trouble with the African Archbishop or my own bishop. I had made it through another day as an inner-city priest.
We’ll see what tomorrow brings.
DIARIO DE UN SACERDOTE URBANO
Entrada de diario #6 EL ARZOBISPO AFRICANO
Esta es una de esas historias de las que uno puede decir: “Si no lo estuviera viviendo, no lo creería”.
Antes de los escándalos de abuso sexual que sacudieron a la Iglesia alrededor del año 2000, cada sacerdote llevaba consigo lo que solía ser una especie de “licencia sacerdotal”. Técnicamente, se llamaba celebret, es decir, la palabra latina que significa "permiso para celebrar". Esta era una tarjeta del tamaño de una licencia de conducir y era emitida por el obispo de la diócesis a la que el sacerdote pertenecía, y tenía una validez por uno o dos años. Dicho documento lo identificaba como un sacerdote ordenado legítimamente con autorización para celebrar Misa en cualquier lugar que fuera. Si un sacerdote viajaba a cualquier parte del mundo y deseaba celebrar Misa en una iglesia, únicamente, mostraba su tarjeta y se le permitía celebrar misa ya fuera en público o en privado. El propósito de esta tarjeta “celebret” era asegurarse de que ningún individuo se hiciera pasar por sacerdote y pretendiera celebrar Misa ilegítimamente, (Desgraciadamente esto sucede).
Tras la ola de escándalos de abusos sexuales, la 'celebret' cayó en desuso y fue sustituida por la 'carta testimonial'. Esta carta, que actualmente está vigente, debe ser enviada con anticipación por el obispo del sacerdote al obispo de la diócesis donde el sacerdote desea ejercer algún tipo de ministerio.
Esta práctica fue introducida por los obispos de la Iglesia para cerciorarse de que el sacerdote solicitante es realmente un sacerdote, y no un impostor. Técnicamente, a ningún sacerdote se le permite ejercer ningún tipo de ministerio, por ejemplo, Misa, boda, bautizo, funeral, etc. fuera de su propia diócesis, a menos que se haya enviado una carta testimonial por adelantado a la diócesis en la que el sacerdote desea ejercer sus funciones de sacerdote. Al continuar leyendo esta historia se debe hacer notar, que esta práctica fue introducida por los mismos obispos.
Un día a las 7:00 de la mañana, y mientras me preparaba para celebrar la Misa en mi parroquia del centro de la ciudad, llamaron a la puerta de la sacristía. Al abrir la puerta, un hombre alto, vestido de sacerdote, con una cruz colgando de una cadena alrededor de su cuello, y que más bien parecía un obispo, me saludo con un: “Hola, Soy el arzobispo tal y tal de tal y tal lugar de África. Estoy visitando amigos en su vecindario y me gustaría ofrecer la Misa aquí mañana por la mañana”.
Estando atento a las nuevas normas, y siendo el párroco de la iglesia de mi propio obispo, la Catedral de nuestra diócesis, esto me tomó por sorpresa. Quería asegurarme de hacer lo correcto y seguir las reglas, por lo que acto seguido contesté cortésmente a su saludo. “Buenos días”, le dije, “Me encantaría que celebrara la Misa mañana por la mañana” ¿Tendría la amabilidad de mostrarme la Carta Testimonial? Mi actitud al seguir el protocolo me hizo sentirme muy impresionado conmigo mismo, y esperaba que el arzobispo me mostrara la Carta. Sin embargo me dijo: “Soy arzobispo”, “No necesito una carta testimonial”.
“Ahora sí que me encontraba entre la espada y la pared, pensé. “Si le digo al “arzobispo” que no puedo permitirle celebrar la Misa sin célebret o carta testimonial, y resulta que realmente es arzobispo, Lo insulto, llama a mi obispo y quedo mal ante el”. “Si le tomo la palabra, y le permito “celebrar Misa”, y resulta ser un impostor cuyo nombre está escrito en el registro de delincuentes sexuales de un pueblo africano (¡esto sucede!) y mi obispo se entera; estaré en serias dificultades”.
Cuando paso por momentos como este me pregunto “¿Como fue que me hice sacerdote?
Me dirigí al internet para ver si podía averiguar algo sobre este individuo. Tenía su nombre, y encontré fotos que parecían ser suyas bajo el nombre del arzobispo Fulano de Tal, pero no eran recientes. No podía estar seguro de que fuera la misma persona. Decidí llamar a la oficina de personal de mi propia diócesis y pedí orientación. Ellos respondieron: “No sabemos nada de él ni de su visita a nuestra diócesis, y tampoco sabemos nada sobre su parroquia”.
Normalmente, si un obispo planea visitar la diócesis de otro obispo, se informa con anticipación sobre la visita con el fin de llevar a cabo una recepción formal, aunque en algunas ocasiones, estas comunicaciones se hacen por teléfono.
Decidí actuar de buena fe y permití al arzobispo celebrar la Misa. Ofreció la Misa a la mañana siguiente, y parecía saber (más o menos) lo que estaba haciendo. Con un apretón de manos y una sonrisa, la terrible experiencia había terminado para mí.
Al final del día todo salió bien, no me metí en problemas con el arzobispo africano ni con mi propio obispo. ¡Había sobrevivido otro día como sacerdote urbano!¡Veremos qué trae el mañana