THE DIARY OF AN INNER-CITY PRIEST #25 – EL DIARIO DE UN SACERDOTE URBANO #25

Diary Entry #25: The Cassock

Perhaps one of the most difficult aspects of being a diocesan priest is that we are often asked to take new assignments.  This requires moving, leaving behind a familiar situation (good or not so good), and starting over somewhere else.  The difficulty can be exacerbated by many factors.  One of these is asking a traditional minded priest to transfer to a non-traditional parish.

Years ago, when I was a recently ordained priest, I received a call from the diocesan personnel director asking me to meet with a pastor to be interviewed for a new assignment.  Those were difficult days for me because I am a traditional minded priest.  Hardly any others were.  Back then that did not imply a desire for the Traditional Latin Mass (TLM).  That was not a possibility for a diocesan priest before 2007.  It meant simply that I wanted to be allowed to say the Mass and live in a way that was consistent with the Church’s actual current teaching.

My assignment at the time was in a parish which “tolerated” my traditional views.  I did not want to leave, and neither did my pastor nor my parishioners want me to leave.  I did my homework and learned that if I were transferred to the new parish, celebrating the Mass in accord with the liturgical books would not be tolerated.  The monsignor was a typical ‘70’s priest who had entrenched himself in his parish over many years.  He was an old dog, and you know what they say about old dogs.  Nevertheless, I was dutifully obedient to my superiors and went to the interview.  I wore my cassock.

The uninitiated must understand that the cassock is the long black robe that priests wore every day for centuries until the 1970’s.  It was easily identifiable.  In fact, the Native Americans, evangelized by French Jesuit priests in the 17th century referred to the priests as “Black Robes”.  In the 1970’s, following the cultural and liturgical revolution sparked by The [false] Spirit of Vatican II, it became taboo for a priest to wear the cassock.  Apparently, it identified him as a traditional minded priest.  If my reader is unable to process that bit of cognitive dissonance, fear not.  No rational person could be expected to understand.

My potential new boss and I had a pleasant conversation.  “We’ll be in touch”, he said.  Before I arrived back home to my parish the monsignor had called my pastor.  “Would you believe that your parochial vicar showed up in a cassock to talk to me?” said the monsignor.  “Pretty smart, huh?” replied my pastor.  The monsignor explained that he would never allow a priest who wore a cassock to serve in his parish.  My mission was accomplished.

I had avoided another ill-fitting assignment while being completely obedient to my superiors and the Church’s official law regarding clerical attire.  In 1999 the U.S. bishops approved a complementary norm to the Code of Canon Law.  The canon regarding the attire of priests (284) is characteristically vague. The clarification reads: “In liturgical rites, clerics shall wear the vesture prescribed in the proper liturgical books. Outside liturgical functions, a black suit and Roman collar are the usual attire for priests. The use of the cassock is at the discretion of the cleric.”

The moral of the story is, “There is more than one way to skin a cat.”

 

Entrada de diario #25 

La Sotana 

Quizás uno de los aspectos más difíciles de ser sacerdote diocesano es que a menudo se nos pide que asumamos nuevas asignaciones. Esto requiere mudarse, dejar atrás una situación ya familiar para nosotros, (buena o no tan buena) y empezar de nuevo en otro lugar. La dificultad puede ser exacerbada por muchos factores. Uno de ellos es pedirle a un sacerdote de mentalidad tradicional que se transfiera a una parroquia no tradicional.

Hace años, cuando era un sacerdote recientemente ordenado, recibí una llamada del director de personal diocesano pidiéndome que me reuniera con el párroco de una iglesia para una entrevista para una nueva asignación. Esos fueron días difíciles para mí porque soy un sacerdote de mentalidad tradicional. En aquel entonces, casi ningún sacerdote lo era. Debo aclarar que, en esa época, ser un sacerdote tradicional no implicaba un deseo por la Misa Tradicional en Latín (TLM). Esa no era una posibilidad para un sacerdote diocesano antes de 2007. Simplemente quería decir, que al ser un sacerdote tradicional significaba se nos permitiera celebrar la Misa y además, vivir de una manera que fuera consistente con las enseñanzas aún vigentes de la iglesia católica.

En ese momento, me encontraba ejerciendo mi sacerdocio en una parroquia que “toleraba” mis puntos de vista tradicionales. Yo no deseaba cambiarme de parroquia, y ni mi párroco, ni mis feligreses lo deseaban. Al estudiar el caso, me di cuenta que, si me trasladaban a la nueva parroquia, era muy probable que no se me toleraría celebrar la Misa de acuerdo a los libros litúrgicos. El monseñor con el que tendría que entrevistarme, era un sacerdote típico de los años 70 que se había atrincherado en su parroquia durante muchos años. Era un sacerdote con ideas propias, y como dice el dicho, “perro viejo no aprende trucos nuevos.” Sin embargo, fui obediente a mis superiores, me puse mi sotana y me dirigí a la entrevista.

Para los que no saben lo que es una sotana, déjenme decirles que la sotana es la túnica larga color negro que tradicionalmente ha sido la vestimenta diaria de los sacerdotes durante siglos hasta la década de 1970. Era fácil identificar a un sacerdote por su vestimenta, de hecho, los nativos americanos, evangelizados por sacerdotes jesuitas franceses en el siglo XVII, se referían a los sacerdotes como “las túnicas negras”. En la década de 1970, tras la revolución cultural y litúrgica provocada por El [falso] espíritu del Vaticano II, era tabú para un sacerdote llevar sotana. Aparentemente, esto lo identificaba como un sacerdote de mentalidad tradicional. Si algunos de mis lectores no pueden procesar esa pequeña disonancia cognitiva, no se preocupen, no es de esperar que una persona racional lo entienda.

Mi nuevo jefe potencial y yo tuvimos una conversación bastante agradable. “Estaremos en contacto”, me dijo al despedirme. Antes de regresar a mi parroquia, ya mi supuesto futuro jefe, se había comunicado con mi párroco diciéndole: “¿Puede usted creer” le dijo, “que su vicario parroquial se presentó ante mí para la entrevista usando su sotana?” "Bastante inteligente, ¿verdad?" respondió mi párroco, a lo que el monseñor le informo que nunca permitiría que un sacerdote que usara sotana sirviera en su parroquia. “Misión cumplida” me dije a mi mismo.

Había evitado otra asignación que no estaba de acuerdo a mis tradiciones, al tiempo que fui completamente obediente a mis superiores y a la ley oficial de La Iglesia con respecto a la vestimenta clerical.

En 1999 los obispos de Estados Unidos aprobaron una norma complementaria al Código de Derecho Canónico. El Canon relativo a la vestimenta de los sacerdotes (284) es bastante vago. La aclaración dice: “En los ritos litúrgicos, los clérigos llevarán las vestiduras prescritas en los libros litúrgicos propios. Fuera de las funciones litúrgicas, el traje negro y el cuello romano son la vestimenta habitual de los sacerdotes. El uso de la sotana queda a discreción del clérigo.”

La moraleja de la historia es que: "Hay muchos caminos para llegar a Roma", y “Muchas formas de batir el chocolate”.

 

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