Diary Entry #35 The Angel Plate
Experience shows that all sorts of unusual people visit inner-city Catholic churches for a variety of reasons. Some are Catholics who never attend Mass but stop by the church regularly to practice their personal devotions. Others, Catholic or not, come to panhandle from the priest or other people who happen to be in the church. There are drug addicts and alcoholics who come to shoot up or sleep it off. My cleaning crew has discovered used needles in the bathroom trash receptacle and beer and cigarettes left behind in the confessional. Homeless people, mentally ill or not, come to get warm or cool and bathe themselves in the bathroom sink. The fellow I am about to describe did not fall neatly into any one of those categories. He appeared to span a good portion of the spectrum.
I encountered him as I was making my way to the church one evening to patrol for irregularities before locking the building. As I entered the church to conclude my chores for the day a fellow I did not know was coming out. He was towing a suitcase of some sort behind him and was anxious to speak to me. It was dark and cold and late in the evening. The two of us were alone. He seemed excited. I have learned over the years to make a quick visual and behavioral assessment of such a person to determine how to respond. Some would call that profiling, stereotyping, or even rash judgment. I call it self-preservation.
I am reminded of a book I read years ago and have re-read more than once because I love it. It is titled “Blink” by Malcolm Gladwell. It is a collection of true stories about split second decision making and how intuition, understood as the accumulation of knowledge and experience, can be remarkably accurate when it comes to making quick assessments and decisions. To summarize the first chapter of the book; a team of scientists have studied what is purported to be an ancient Greek sculpture and have been unable to come to a consensus on its authenticity. Consequently, art experts are called upon to weigh in. The statue is veiled when the experts arrive. Upon it’s being unveiled, they generally agree after a quick glance that it is a fake. “It just doesn’t look right”, they claim. This is intuition.
The fellow exiting the church that night just didn’t look right to me. Of course, I might not look right to lots of people, but that’s another story. I greeted him, and he began to explain that he had brought a plate to the church. I was initially confused and cautious but listening. He continued, his voice animated, explaining that the plate was being held by angels and that he had placed it on the altar. Now I began to be a little concerned. “Would you like me to show you?”, he asked. “No, that’s okay. I’ll find it. Thank you, and have a nice evening”, I said cheerfully. I was anxious to have him move on down the road so that I could finish my rounds and go to bed. I was also anxious to see what on earth he was talking about and hoped it was not a problem that would require my immediate attention.
As an interesting sidebar regarding intuition, I had passed the same fellow on the street earlier that afternoon. That was the very first time I had seen him. I was out for a run perhaps a half-mile from my home and he was walking toward me. I could tell by the way he carried himself that something was not right, but he was not obviously deranged or under the influence of some mind-altering substance, though he may have been both. He did not have his luggage with him.
As our brief encounter at the entrance to church ended, he headed off down the sidewalk into the dark pulling his wheeled suitcase behind him. I locked the church door behind me and made straight for the altar to see what, if anything, he had placed on it. Sure enough, just as he had said, there was The Angel Plate right in the center of the high altar directly in front of the tabernacle. It appeared to be a fruit bowl of the type one might use as the center piece on a dining room table. It was made of ceramic or pottery and its base, which elevated the bowl about six inches above the table, was comprised of four chubby cherubim with their backs to each other facing toward the four points of the compass. I removed it from the altar and set it aside to be disposed of.
My intuition had told me that the fellow was not up to mischief or evil and it seems that he was not. I am not sure exactly what he was up to. Perhaps, like the Little Drummer Boy, he was offering all that he had. It’s the Lord’s job to sort all that out, not mine. No harm had been done and, as far as I could tell, no problems had been caused. I was grateful. I went home and went to bed. It had been just another ordinary day in the life of an inner-city priest.
EL DIARIO DE UN SACERDOTE URBANO
Entrada de diario #35
La Bandeja de los Ángeles
La experiencia nos muestra que, por muchas razones, todo tipo de personas extrañas visitan las iglesias católicas del casco urbano de la ciudad. Algunas personas son católicas que nunca asisten a Misa pero pasan por la iglesia regularmente para practicar sus devociones personales. Otras son personas que católicas o no, vienen a mendingar esperando que el cura u otras personas que se encuentran en la iglesia les den limosnas. Hay también drogadictos y alcohólicos que vienen a inyectarse o a dormir su siesta dentro de la quietud de la Iglesia.
Mi equipo de limpieza ha descubierto agujas usadas en el recipiente de basura del baño y cerveza y cigarrillos en el confesionario. Las personas sin hogar, mentalmente enfermas o no, vienen a calentarse o refrescarse e inclusive a ¡Bañarse en el lavamanos del baño! El tipo que estoy a punto de describir no encajaba claramente en ninguna de esas categorías, más bien parecía abarcar una buena parte del espectro.
Me encontré al personaje en cuestión, cuando estaba a punto de cerrar la Iglesia después de hacer mi recorrido habitual de todas las noches, y asegurarme que todo esté en orden antes de cerrar el edificio. Cuando entré a la iglesia para concluir mis tareas del día, me encontré con este individuo que no recuerdo haber visto antes. Halaba una maleta de ruedas y estaba ansioso de entablar conversación conmigo. Era de noche, todo estaba oscuro y hacia frio. Este personaje y yo éramos los únicos que nos encontrábamos allí.
Pude observar que estaba bastante emocionado. A través de los años he aprendido a evaluar visualmente a este tipo de persona para determinar como responder. Algunos lo llamarían perfil del individuo, estereotipos o incluso juicio precipitado. Yo lo llamo “instinto de conservación”.
Recuerdo un libro que leí hace años y que he releído más de una vez porque me gusta mucho. Se titula “Blink” de Malcolm Gladwell. Es una colección de historias reales sobre como tomar decisiones en fracciones de segundo y cómo la intuición, entendida como la acumulación de conocimiento y experiencia, puede ser notablemente precisa cuando se trata de tomar decisiones y evaluaciones rápidas.
Para resumir el primer capítulo del libro: Un equipo de científicos ha estudiado lo que se supone que es una escultura griega antigua y no han podido llegar a un consenso sobre su autenticidad. En consecuencia, se convoca a los expertos en arte para que intervengan. La estatua está velada cuando llegan los expertos. Una vez que se revela, inmediatamente intuyen después de un vistazo rápido, que la escultura es falsa. “Simplemente no se ve bien”, afirman. Esto es intuición.
El tipo que salió de la iglesia esa noche simplemente me pareció que no “estaba bien”. Por supuesto que a lo mejor, para muchas personas, yo también parezca que “no estoy bien”, pero esa es otra historia. Lo saludé y comenzó a explicarme que había traído una bandeja a la iglesia. Inicialmente yo estaba confundido y cauteloso, pero escuchaba. Continuó muy animado a explicarme que dicha bandeja estaba sostenida por ángeles y que él la había colocado en el altar. ¡Ahora si que comencé a preocuparme! “¿Quiere que se la enseñe?”, me preguntó. “No” le contesté. “Ya lo encontraré, gracias y que tengas una buena noche”.
Yo estaba ansioso por terminar mi ronda para irme a la cama, pero también bastante intrigado con lo que me había dicho este individuo sobre la supuesta bandeja que había colocado en el altar; así es que fui a ver de que diantres estaba hablando, y solo esperaba que fuera una situación que pudiera resolver de inmediato.
Como algo interesante sobre la intuición, debo decir que recordaba haberme cruzado con el mismo tipo en la calle esa misma tarde. Salí a trotar y más o menos a media milla de mi casa, este personaje se cruzó en mi camino. Me di cuenta por la forma en que se
comportaba que algo no estaba bien, pero obviamente no parecía que estuviera bajo la influencia de alguna sustancia que altera la mente, o que sufriera de algún trastorno mental, aunque pudo haber sido una combinación de ambas cosas. Durante este encuentro, no tenía su maleta con él.
Cuando terminó nuestro breve encuentro en la entrada de la iglesia, se dirigió por la acera hacia la oscuridad rodando su maleta detrás de él. Cerré la puerta de la iglesia detrás de mí y me dirigí directamente al altar para ver qué había puesto sobre el mismo, si es que había puesto algo.
Efectivamente, tal como él había dicho, ¡Allí estaba la Bandeja del Ángel! justo en el centro del altar mayor directamente frente al tabernáculo. Parecía ser un frutero del tipo que uno podría usar como pieza central en una mesa de comedor. Era una bandeja de cerámica, y estaba elevaba a unas seis pulgadas por encima de la mesa. Cuatro querubines regordetes, de espaldas entre sí, la sostenían y sus miradas apuntaban a los cuatro puntos cardinales. La retiré del altar y la dejé a un lado para luego deshacerme de ella.
Mi intuición me había dicho que el tipo era una alma inocente que no deseaba hacer ningún daño a la Iglesia. No estoy seguro exactamente de lo que su mente le indicaba hacer. A lo mejor, al igual que el Niño del Tambor (el villancico navideño), estaba ofreciendo todo lo que tenía.
En fin, es el trabajo del Señor resolver todo eso, no el mío. El individuo no había hecho ningún daño y, por lo que pude ver, no había ocasionado ningún problema. Di gracias a Dios por esto y tranquilamente me dirigí a casa y me fui a la cama. ¡Sólo había sido otro día normal en la vida de un sacerdote urbano!