THE DIARY OF AN INNER-CITY PRIEST
Diary Entry #53
Altar Boys
The reason for using altar boys at Mass is not necessarily clear to the average Mass-goer. In the Traditional Rite of Mass, the ostensible reason for having altar boys is that they represent the congregation. Their primary task in a Low Mass is to respond on behalf of the congregation, whether there is a congregation present or not. They also move stuff around, but their assistance with that is far from necessary. From my point of view as a priest, it can be helpful to have an altar boy or two for a daily Low Mass, i.e., the priest alone with no deacon or sub deacon, but if no altar boy is available, the priest will proceed with the Mass anyway, allowing the congregation to make the responses, or simply making them himself. He can also move stuff around more safely and effectively than a young boy. At a High Mass with incense, torches, and other things to be toted around and put to use, the altar boys’ assistance becomes more necessary. All of the above holds true for the New Rite of Mass as well, except for the fact that the people are expected to make the responses, so that the role of the altar boy as the representative of the congregation is lost. There is also the hope that by putting altar boys close to the priest before, during, and after Mass they will be inspired to consider a vocation to the priesthood. While this is a pious thought, I must say that at least half the priests I know never served at the altar before they discerned a vocation and entered the seminary. Finally, a healthy camaraderie develops between the boys who serve together regularly. This is good for their development into men, and consequently good for society as a whole.
Nevertheless, with all of these positive factors having been noted, altar boys come at a price. They love to touch shiny things in the sacristy, which typically ends in those things no longer being shiny. They also tend to break almost anything breakable that they touch, shiny or not. There is the issue of their vesture: cassocks and surplices usually end up on the floor after Mass rather than on their hangers in the closet. Altar boys (and other boys) don’t think twice about treading on clothing having been abandoned on the floor. Ask any mother. Buttons and snaps on cassocks are not designed to withstand being ripped open after the manner of Superman responding to the call of duty. Some have suggested that in justice, the boys should be asked to take their vesture home to wash and repair it themselves. Experience shows that the end result of that approach is the definitive disappearance of that vesture.
The most outstanding characteristic of altar boys (and boys in general) is that they love to play with fire. Fire can be dangerous, and allowing miscreant altar boys to play with it is a recipe for disaster. For this reason, many a priest has given up the use of incense at Mass, if only to preserve his church from being consumed by an inferno caused by inattentive, pyromaniacal altar boys playing with fire in the sacristy during Mass.
Once, having recently taken the helm of an inner-city parish, with the intent of ascertaining that all was being done as it should be, I was careful to observe everything that was happening in the church, and behind the scenes during Sunday Masses. In the middle of a 4:00 pm vigil Mass one Saturday evening, as another priest was saying the Mass, I walked into the sacristy to see what was going on. As I entered the room I was nearly overcome by pungent, acrid smoke; not the smoke created by burning charcoal and incense, but the smoke of a dumpster fire. The priesthood-bound altar boys had dumped the burning charcoals into the plastic trash can lined with a plastic trash bag and filled with paper towels. Thankfully, it was not ablaze, only smoldering. There was no altar boy in sight. I whisked the smoldering trash can out of the church and extinguished the fire with water from a garden hose located on the exterior wall of the nearby rectory. Certain disaster had been averted. I interrogated the boys after Mass. They were completely clueless as to how close they had come to causing a major problem. A priest friend recently had his entire sacristy consumed by a fire caused exactly in that way. According to the responding firefighters, it was only by the grace of God that the entire old, wooden church was not burned to the ground.
At the end of the day, it is not easy to pull off a fancy Sunday Mass without the help of a few good altar boys. Even if they come at a price, it is a price I am willing to pay. I am still in touch with boys who served for me more than 20 years ago. Some are in the seminary, some are considering the priesthood, and some are happily married. I don’t know of any who became juvenile delinquents, but I would not be at all surprised if some of them had been charged with arson. After all, playing with fire is rather fun.
“Who loves a boy must wisely plan, that he will someday love the man”.
EL DIARIO DE UN SACERDOTE URBANO
Entrada de diario #53
Monaguillos
La razón para usar monaguillos en la Misa no es necesariamente clara para la persona promedio que asistente a Misa. En el Rito Tradicional de la Misa, la razón ostensible para tener monaguillos es que representan a la congregación. Su función principal en una Misa tradicional rezada diaria es responder en nombre de la congregación, ya sea que haya una congregación presente o no.
Los monaguillos también se encargan de cambiar objetos litúrgicos de un lugar a otro, pero su ayuda en este respecto está muy lejos de ser necesaria. Desde mi punto de vista como sacerdote, puede ser útil tener uno o dos monaguillos para una Misa rezada diaria, es decir, cuando el sacerdote está solo y no está asistido por el diacono o subdiácono. Sin embargo, si este fuera el caso, el sacerdote procederá con la Misa, permitiendo que la congregación haga los responsos, o simplemente haciéndolos él mismo. Además, el sacerdote puede encargarse de los objetos litúrgicos de manera más segura y efectiva que un niño pequeño. No obstante, en una Misa solemne, en donde se hace uso de incienso, antorchas, y otros elementos necesarios, la ayuda de los monaguillos se hace más necesaria.
Todo lo anterior es válido también para el Nuevo Rito de la Misa, excepto el hecho de que durante la celebración de esta Misa se espera que la congregación haga los responsos correspondientes, y por lo tanto el papel del monaguillo no es importante. Otro aspecto que debemos considerar es que existe la esperanza de que al estar los monaguillos en un cercano contacto con el sacerdote antes, durante y después de la Misa, se sientan inspirado a considerar una vocación al sacerdocio. Este puede ser un sentimiento piadoso, pero debo hacer ver que al menos la mitad de los sacerdotes que conozco nunca sirvieron en el altar antes de discernir una vocación e ingresar al seminario. Finalmente, es bueno que entre los muchachos que sirven en la Misa con regularidad exista una camaradería; esto es bueno tanto para su desarrollo como hombres, como para la sociedad en conjunto.
Tomando en cuenta todos los factores positivos arriba mencionados, debo informarles que los monaguillos vienen con un precio. Les encanta tocar objetos brillantes en la sacristía, lo que generalmente significa que al final del día estos objetos ya no brillen. Además, está el tema de sus vestiduras: las sotanas y las albas suelen terminar en el suelo después de Misa y no colgados en el armario respectivo. Los monaguillos (y otros muchachos) no le dan importancia, y consideran que está bien pararse en las sotanas y albas abandonadas en el piso. Preguntemos a cualquier madre y ella corroborará lo que aquí indico. Otro aspecto es que los botones y broches de las sotanas no están diseñados para soportar que se rasguen al “estilo de Superman que responde al llamado del deber”. Algunos han sugerido que, en justicia, y para remediar esta situación, se les debe pedir a los niños que se lleven las sotanas y albas a sus casas para lavarla y repararla ellos mismos. La experiencia demuestra que el resultado final de esta opción, es la desaparición definitiva de las vestimentas.
La característica más destacada de los monaguillos (y los niños en general) es que les encanta jugar con fuego. El fuego puede ser peligroso, y permitir que monaguillos facinerosos jueguen con fuego es receta para desastre. Por esta razón, muchos sacerdotes han renunciado al uso del incienso en la Misa, aunque solo sea para evitar que su iglesia sea consumida por las llamas causadas por monaguillos distraídos y piro-maníacos que juegan con fuego en la sacristía durante la Misa.
Una vez, después de haber tomado las riendas de una parroquia urbana, y con la intención de asegurarme de que todo estaba funcionando bien durante una de las Misas dominicales, me encargué de revisar todo lo que acontecía dentro de la Iglesia y en la sacristía. Otro sacerdote celebraba la Misa de Vigilia de las 4 de la tarde de un sábado, y durante la celebración, entré a la sacristía para ver qué estaba pasando. Inmediatamente al entrar sentí el olor de un humo acre, no el humo creado por la quema de carbón e incienso, sino el humo ocasionado por la quema algo plástico.
Los monaguillos destinados al sacerdocio, habían tirado los carbones encendidos en el bote de basura que era de material plástico, y que además estaba forrado con una bolsa de basura también plástica, y que estaba lleno de toallas de papel. Afortunadamente, no estaba en llamas, solo ardiendo sin llamas. No había ningún monaguillo a la vista. Saqué el bote de basura humeante de la iglesia y apagué el fuego haciendo uso de una manguera que se encontraba en la parte de afuera de la rectoría. Se había evitado un desastre. Interrogué a los chicos después de Misa. No tenían ni idea de lo cerca que habían estado de causar un problema mayor. Un amigo sacerdote recientemente tuvo toda su sacristía consumida por un incendio causado exactamente de esa manera. Según los bomberos que respondieron, fue solo por la gracia de Dios que toda la antigua iglesia de madera no se quemó hasta los cimientos.
Al final del día cabe recalcar que no es fácil oficiar una Misa Solemne sin la ayuda de algunos buenos monaguillos. Incluso si tienen un precio, pero es un precio que estoy dispuesto a pagar. Me complace decirles que todavía estoy en contacto con algunos muchachos que fueron monaguillos y sirvieron durante las Misas que he celebrado durante más de 20 años. Algunos están en el seminario, otros están considerando el sacerdocio y otros están felizmente casados. No conozco a ninguno que se haya convertido en delincuente juvenil, pero no me sorprendería en absoluto si algunos de ellos hubieran sido acusados de incendio premeditado. Después de todo, jugar con fuego es bastante divertido.
“Quien ama a un muchacho, debe planear con sabiduría y esperar, que algún día amará al adulto en que se ha convertido”