THE DIARY OF AN INNER-CITY PRIEST
Diary Entry #82 My Vocation Story (Part I)
My readers have heard many stories of my life as a priest, but I have not yet written about how I came to be a priest. How I got from being baptized in the Traditional Rite at the tender age of three weeks (there were no “new” rites then) to being ordained to the priesthood at the not-so-tender age of forty years is not entirely clear to me, but I am happy to make the trip down memory lane to recount what I recall as the highlights of that journey. The exact order in which the following events took place I do not remember, but in hindsight I see that they were among those which steered me toward, or away from, and finally into the priesthood.
My parents, both Catholics, were married and started their family only a few years before the commencement of the tsunami that would come to be called Vatican II. They, like many others for many different reasons, left the Church and sought alternative forms of worship. My religious upbringing was a hodgepodge of experiences and influences which could best be described as hit or miss. I attended an all-boys Catholic high school run by Benedictine monks. I do not remember learning much about Catholicism there, but I do remember learning about other world religions. It was the ‘70s after all. In college I was too busy to be interested in or bothered with the practice of religion. One of my good friends was Catholic, but did not attend Mass.
One of the strong influences on me was a close friend from high school who had been ordained to the priesthood when we were in our later 20’s. When we graduated from high school together neither of us would have been named Most Likely to Become a Priest in the yearbook; not even close. I had kept up with him through the years and often visited him at his rectory in the Midwest on vacation. He convinced me to participate in some religious pilgrimages by taking me along as a factotum. I could travel for free and see the world in exchange for assisting the group in a variety of ways. These trips took me to places like Rome, Lourdes, Fatima, and Medjugorje, and got me thinking, and talking with others about the Catholic Faith.
Somewhere along the line this same priest sent me on a thirty-day Ignatian silent retreat. It sounded to me like an interesting challenge. I remember vividly that the Jesuit priest assigned as my spiritual director told me he had no confidence whatsoever that I was equipped for such an undertaking. At the end of the retreat, he invited me to join the Jesuit Order. I declined.
I had by now begun to practice the Faith. I remember working as a musician for multiple Protestant denominations at the time while singing Gregorian Chant at my own parish. There was at that parish a small community of Franciscan Brothers. They took me under their wing and involved me in a number of projects. They also encouraged me to consider a vocation to the priesthood. A seed had been planted. Every weekend at Mass I heard the prayer request for an increase of vocations to the priesthood and could not stop wondering whether I should investigate. (Since my ordination, at every parish to which I have been assigned, I have made sure there has been an intention for vocations to the priesthood during the Prayer of the Faithful at the Sunday Masses).
To be continued next week…
DIARIO DE UN SACERDOTE URBANO
Entrada # 82 Historia de mi Vocación Sacerdotal (Parte I)
Mis lectores han escuchado muchas historias de mi vida como sacerdote, pero todavía no he escrito sobre cómo llegué a ser sacerdote. La verdad es que no me queda del todo claro cómo pasé de ser bautizado en el Rito Tradicional a la tierna edad de tres semanas (en ese entonces no había ritos “nuevos”), a ser ordenado sacerdote a la no tan tierna edad de cuarenta años, pero me llena de alegría hacer un viaje al pasado para contar lo que recuerdo como los aspectos más destacados de ese viaje.
Para ser sincero, no recuerdo el orden exacto en que ocurrieron los siguientes acontecimientos, pero en retrospectiva veo que dichos eventos involucraron a varias personas, algunas de las cuales me alentaban hacia una vocación sacerdotal, y por otra parte, otras me desanimaban a seguir dicho camino, pero que al final del día, la decisión estaba en mis manos, y opté por el sacerdocio.
Mis padres, ambos católicos, estaban casados y formaron su familia sólo unos años antes del comienzo del tsunami que sería el llamado Vaticano II. Ellos, como muchos otros, por distintas razones, abandonaron la Iglesia y buscaron formas alternativas de culto. Mi educación religiosa fue una mezcolanza de experiencias e influencias que podrían describirse mejor como impredecibles. Asistí a una escuela secundaria católica exclusivamente para varones dirigida por monjes benedictinos. No recuerdo haber aprendido mucho sobre el catolicismo allí, pero sí recuerdo haber aprendido sobre otras religiones del mundo. Después de todo, eran los años 70. En la universidad estaba demasiado ocupado para interesarme o preocuparme por la práctica de la religión. Uno de mis buenos amigos era católico, pero no asistía a misa.
Una de las grandes influencias que tuve durante ese tiempo, fue un amigo cercano de la escuela secundaria que había sido ordenado sacerdote cuando teníamos veintitantos años. Irónicamente, cuando nos graduamos de la secundaria, nunca nadie hubiera pensado, ¡Ni remotamente! que uno de los dos seria sacerdote algún día. A nadie se le hubiera ocurrido escribir en el Anuario Escolar que en nuestro futuro se visualizaba una futura carrera sacerdotal.
Mi amigo y yo nos habíamos mantenido en contacto a través de los años y con frecuencia lo visitaba durante las vacaciones en su rectoría en el Oeste de los Estados Unidos. Me convenció para participar en algunas peregrinaciones religiosas llevándome como factótum (una especie de asistente). Esto me brindaba la posibilidad de viajar gratis y ver mundo a cambio de ayudar al grupo en diversas formas. Estos viajes me llevaron a lugares como Roma, Lourdes, Fátima y Medjugorje, y me dieron la oportunidad de relacionarme y entablar pláticas con otras personas sobre la fe católica.
Además, mi amigo sacerdote en una oportunidad, me envió a un retiro Ignaciano silencioso de treinta días. Me pareció un desafío interesante. Recuerdo vívidamente que el sacerdote jesuita, designado como mi director espiritual, me dijo tajantemente que no tenía ninguna confianza en que yo estuviera preparado para tal empresa, pero aparentemente cambió de opinión, porque al final del retiro, me invitó a unirme a la Orden de los Jesuitas. Yo lo rechacé.
Para entonces, ya yo había comenzado a practicar la Fe. Recuerdo que por un tiempo trabajé como músico para múltiples denominaciones protestantes, y también cantaba himnos gregorianos en mi parroquia, en donde existía una pequeña comunidad de Hermanos Franciscanos.
Los Franciscanos me acogieron bajo su protección y me involucraron en varios proyectos. También me animaron a considerar la vocación al sacerdocio. ¡La semilla se había plantado! Cada fin de semana durante la Misa y cuando se leían las intenciones, siempre se rezaba por un aumento en las vocaciones al sacerdocio, y yo no podía dejar de preguntarme si debía investigar sobre esta posibilidad. (Desde mi ordenación, en cada parroquia a la que he sido asignado, me he asegurado de que haya una intención de vocaciones al sacerdocio durante la Oración de los Fieles en las Misas dominicales).
Continuará la próxima semana