THE DIARY OF AN INNER-CITY PRIEST #84 / DIARIO DE UN SACERDOTE URBANO #84

THE DIARY OF AN INNER-CITY PRIEST

Diary Entry #84    My Vocation Story (Part lll et finis)

One day I was visiting my old high school friend (now at least 10 years a priest) and his pastor in their rectory.  The topic of my vocation was raised, and I explained that I was done.  The pastor assured me that I should talk to his seminary classmate, now a vocation director for a diocese in the East.  “Sure”, I said. “Give me his number.”  I had no intention of conversing with another vocation director.  I retired to my guestroom.  The phone rang.  It was the vocation director from the East.  He explained that the program he ran would give me one year of study and prayer living together with other men considering the priesthood.  “We are committed to daily worship of Our Lord present in the Eucharist inside and outside of Mass.  We cultivate devotion to the Blessed Virgin Mary, and we are completely faithful to the Church’s Teaching”, he said. All costs were to be covered by the diocese.  Looking back, I realize now that I had never heard such a clear statement about how one ought to go about discerning a vocation to the priesthood.  No nonsense.  Just the heart and soul of the matter.

I knew that the idea of the priesthood would haunt me for the rest of my days if I did not try one last time.  I signed up on the spot, went home and handed my house, car, and livelihood over to a friend who had just graduated from music school.  “I’ll be back in a year”, I assured him.

I packed a bag and flew east, moved in, and wrestled with the decision to become a priest or not for nine months.  At the end of that period, the director came to me and said, “It’s time for a decision.  Are you in or out?”  I went to bed that night and slept very little.  At some point I awoke and realized that I was going to be a priest.  I gave the director my decision and never looked back.  Four long years of seminary training later I was ordained at the age of forty.  I distinctly remember the bishop saying to my parents at the ceremony, “Thank you for giving your son to the Church as a priest.”  My mother responded, “I assure you we had nothing to do with it.”  By then, they had both returned to the practice of the Faith.  I am sure they thought that they could not have hoped to witness a more stupendous miracle than seeing their son ordained a priest.  They knew me better than anyone.

People often ask me “How did you know you were supposed to be a priest?”  To be honest, I can’t tell you.  I just knew.  Others ask, “Don’t you think it is better for a man to have some life experience as you did before being ordained?”  That is not how it works.  When I was in the seminary, I knew 22-year-olds, fresh out of college, who told me they had known from the time they were little boys that they were going to become priests.  For others, like me, the thought had never crossed their minds until they were in their thirties.

As you can tell from my story, the Lord works in mysterious ways, and He works His way, not our way.  Many people along the way knowingly, or unknowingly, urged me on in the right direction.  Others, not so much.  When young men come to me to ask about the priesthood, I take them out to lunch and talk with them.  I tell them the good, the bad, and the ugly.  I do not send them to vocation directors, at least not at first.

There is much more to it, of course, but for those who have asked me how I became a priest I can only offer what I have written above.  Of course, every priest’s story will be different.  But in the end, it seems to me, if a man is truly called to be a priest, God will see to it that he knows it.

 

 

DIARIO DE UN SACERDOTE URBANO

Entrada # 84        Historia de mi Vocación Sacerdotal (Parte III el final)

 

Un día estaba visitando a mi viejo amigo de la escuela secundaria (que ahora es sacerdote por al menos desde hace 10 años), y a su párroco en la rectoría de la iglesia. Se planteó el tema de mi vocación y le expliqué que eso estaba en el pasado, que no lo intentaría más.   El párroco me aseguró que yo debería contactar a un sacerdote que había sido su compañero en el seminario y que ahora era director de vocaciones para una diócesis del Este. “Claro”, le dije. “Deme su número”. La verdad es que yo no tenía intención de contactar a ningún otro director vocacional.

Me retiré a la habitación para huéspedes que me habían asignado, y de pronto sonó el teléfono. Era el director de vocaciones de del Este de los Estados Unidos.  Me explicó que el programa que él dirigía me daría un año de estudio y oración conviviendo con otros individuos que estaban considerando el sacerdocio. “Estamos comprometidos con el culto diario a Nuestro Señor presente en la Eucaristía dentro y fuera de la Misa. Cultivamos la devoción a la Santísima Virgen María y somos completamente fieles a la Enseñanza de la Iglesia”, me informó. Todos los costos correrían por cuenta de la Diócesis. Para ser sincero, hasta ahora nunca había escuchado una información tan clara sobre cómo se debe proceder para discernir la vocación al sacerdocio. ¡Sin rodeos, al meollo del asunto!

Sabía que la idea del sacerdocio me perseguiría por el resto de mis días si no lo intentaba por última vez. Me inscribí en el acto, volví a casa y entregué a un amigo que recién se había graduado en la Escuela de Música, mi casa, mi coche y todo los enseres de mi casa, y le dije:  “Volveré en un año”

Hice una maleta y volé hacia el Este, me instalé  y durante nueve meses luché con la decisión de convertirme en sacerdote.   Al final de ese período, el director vino a verme y me dijo: “Es hora de tomar una decisión. ¿O te quedas o te vas? Esa noche me acosté y dormí muy poco. En algún momento desperté y me di cuenta de que si iba a ser sacerdote. Le di la respuesta de mi decisión al director y nunca volví a ver para atrás.

Después de cuatro largos años de formación en el seminario, fui ordenado sacerdote a la edad de cuarenta años. Recuerdo claramente que el obispo les dijo a mis padres en la ceremonia: “Gracias por entregar a su hijo a la Iglesia como sacerdote”. Mi madre respondió: “Le aseguro que no tuvimos nada que ver con eso”.

Para entonces, ambos habían vuelto a la práctica de la Fe. Estoy seguro que jamás se hubieran imaginado que un día presenciarían un milagro tan extraordinario: ¡Ver a su hijo convertido en sacerdote! Ellos me conocían mejor que nadie, y por eso lo consideraron un increíble milagro.

La gente me pregunta a menudo: “¿Cómo supo que quería ser sacerdote?” Para ser honesto, no lo puedo expresar con palabras, simplemente lo supe. Otros preguntan: “¿No cree que es mejor para un hombre tener alguna experiencia de vida como la que tuvo usted antes de ser ordenado sacerdote?”  No, no es así como esto sucede.  Cuando estaba en el seminario, conocí a jóvenes de 22 años, recién salidos de la universidad, que me dijeron que supieron desde que eran pequeños que iban a ser sacerdotes. Sin embargo, a otros, como a mí, la idea nunca se les había cruzado por la mente sino hasta que estaban en sus treintas.

Como pueden ver en mi historia, el Señor obra de forma misteriosa, y obra a Su manera, no a la nuestra. Muchas personas a lo largo del camino, consciente o inconscientemente, me instaron a seguir la dirección correcta. Otros, por el contrario, no lo hicieron. Cuando algunos jóvenes vienen a mí para preguntarme sobre el sacerdocio, los invito a almorzar y hablo con ellos. Les cuento lo bueno, lo malo y lo feo. No se los envío a los directores vocacionales, al menos no al principio.

Hay mucho más, por supuesto, pero para aquellos que me han preguntado cómo llegué a ser sacerdote, sólo puedo ofrecerles lo que he escrito anteriormente.

Por supuesto, la historia de cada sacerdote será diferente. Pero al final, me parece, que si un hombre está verdaderamente llamado a ser sacerdote, Dios se encargará de que lo sepa.

 

 

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