THE DIARY OF AN INNER-CITY PRIEST #88 / DIARIO DE UN SACERDOTE URBANO #88

THE DIARY OF AN INNER-CITY PRIEST

Diary Entry #88         Advent Candles

At times the difference between the thinking of a child and that of an adult can be remarkable. Our Lord exhorts us that unless we become like little children, we cannot enter the kingdom of heaven (MT 18:2-5). This was brought home to me in a very simple, but profound way many years ago.

At that time, I was assigned to a parish whose seasoned pastor had become very practical, and appeared to have lost the ability to think like a child.  He, or one of his equally practical assistants had somewhere along the line purchased a set of very practical Advent candles.  Everyone is familiar with the Advent wreath and its four candles, a new one of which is lit every Sunday of Advent to mark in a very visible way the countdown to Christmas Day.  Everyone is also aware that Christmas is most children’s favorite day of the year, with the possible exception of their birthdays.  They pay close attention to the details surrounding both.

These Advent candles were made of cheap plastic rather than of wax.  They burned oil.  Three were purple in color and one rose, just as they should have been.  On the First Sunday of Advent one purple candle is lit and burns during the Masses each day throughout the week.  On the Second Sunday, a second purple candle is lit and burns along with the first.

The practical advantage to oil candles is that they are relatively inexpensive, burn very cleanly, and are never consumed by their flame.  One simply unscrews the brass follower and refills the plastic tube with oil.  A long wick inside the tube feeds oil through the follower to the flame.  The purpose of the follower on wax candles is to ensure that they burn evenly, and that the molten wax does not run down the side of the candle and create a mess.  With artificial oil candles the purpose of the follower essentially seems to be to make it look like a real candle.  Oil candles may fool an adult who has lost the capacity to think like a child, but they won’t fool a child, or an adult who thinks like a child.

Candles are loaded with Christian symbolism.  This is why the Church has always insisted on their use during Mass.  The flame of the candle represents the Light of Christ illuminating the darkness of the world overwhelmed by sin.  The candle itself represents Christ, who was consumed as a sacrificial offering as He shed His Light to the world.  As the flame sheds its light the wax candle is used up or consumed as was Christ in His self-sacrifice on the Cross, which is made present every time the Mass is offered.

Furthermore, candles used in the Catholic Church are traditionally made of 51% beeswax.  The connection here is to the hymn sung by the deacon at the beginning of the Easter Vigil.  There is a reference to the Blessed Mother who, like bees giving of their own substance to create wax, gave her own humanity to the Lord when He took on flesh at the Incarnation.  The problem with oil candles is that, while they are practical and cheap, they merely symbolize the symbolism of a real candle, i.e., they never get shorter as they burn.  While the oil is consumed, no one can see that except the person who refills them.

I was disappointed with such deception that first Advent at that parish as I discovered the plastic oil candles at the beginning of the season, and made a mental note to begin trying to convince the pastor to replace them with real ones.  The urgency of that task became apparent to me during a Mass with the school children one day in the middle of the Advent season.  As I was explaining the symbolism of the candles, a little boy raised his hand and asked, “Father, why are the first and second Advent candles not any shorter than the third one?”

 

I was suddenly very irritated within myself at being forced to carry on this ridiculous charade in the presence of simple children. I explained that they were fake candles, and that the children need not worry.  Next year we would have real ones.  I elected not to speak with the pastor.  I went home and ordered a set of real wax Advent candles for the following year bearing in mind the most important lesson I ever learned in the seminary: it is always much easier to obtain forgiveness than permission.

 

 

 

 

DIARIO DE UN SACERDOTE URBANO

Entrada # 88     Velas de Adviento

A veces la diferencia entre el pensamiento de un niño y el de un adulto puede ser notable. Nuestro Señor nos exhorta a que, a menos que seamos como niños pequeños, no podremos entrar en el reino de los cielos (MT 18,2-5). Me di cuenta de esto de una manera muy simple pero profunda hace muchos años.

A través de mi vida como sacerdote, he sido asignado a varias parroquias.  En una de ellas, me encontraba con que el párroco, un sacerdote entrado en años, y bastante experimentado, que se había vuelto muy práctico y parecía haber perdido la capacidad de pensar como un niño. Él, o uno de sus asistentes, que al parecer compartían su forma de hacer las cosas, habían comprado un juego de velas de Adviento muy prácticas.

Todo el mundo conoce la corona de Adviento y sus cuatro velas, de las cuales se enciende una nueva cada domingo de Adviento para marcar, de forma muy visible, la cuenta hasta el día de Navidad. Además, todos sabemos que la Navidad es el día del año favorito de la mayoría de los niños, con la posible excepción del día de su cumpleaños. Los niños esperan con mucha ilusión ambos acontecimientos, y se fijan en cada detalle.

Estas velas de Adviento en mención, estaban hechas de plástico barato en lugar de cera de abeja. Eran de aceite. Tres eran de color morado y una era rosada según la tradición.  El primer domingo de Adviento se enciende una vela morada y arde durante las misas todos los días de la semana. El segundo domingo, se enciende una segunda vela morada y arde junto con la primera. La ventaja práctica de las velas de aceite es que son relativamente económicas, arden de manera muy pulcra y nunca son consumidas por su llama. Simplemente se desenrosca el seguidor de latón y se rellena el tubo de plástico con aceite. Una mecha larga dentro del tubo alimenta aceite a través del seguidor hasta la llama.

El propósito del seguidor de velas de cera es garantizar que se quemen de manera uniforme y que la cera derretida no corra por el costado de la vela y cree un desastre.  Con las velas de aceite artificiales, el propósito del seguidor parece ser esencialmente hacer que parezca una vela real.

Las velas de aceite pueden engañar a un adulto que ha perdido la capacidad de pensar como un niño, pero no engañarán a un niño, ni a un adulto que piensa como un niño.

Las Velas de Adviento (de cera de abejas) están cargadas de simbolismo cristiano. Por eso la Iglesia siempre ha insistido en su uso durante la Misa. La llama del cirio representa la Luz de Cristo que ilumina las tinieblas del mundo abrumado por el pecado. La vela misma representa a Cristo, quien fue consumido como ofrenda de sacrificio mientras derramaba Su Luz al mundo. A medida que la llama arroja su luz el cirio de cera se va agotando o consumiendo como lo fue Cristo en Su sacrificio en la Cruz, el cual se hace presente cada vez que se ofrece la Misa.

Además, las velas utilizadas en la Iglesia católica están hechas tradicionalmente con un 51% de cera de abejas. La conexión aquí es el himno cantado por el diácono al comienzo de la Vigilia Pascual. Aquí se hace una referencia a la Santísima Madre que, como las abejas que dan de su propia sustancia para crear cera, entregó su propia humanidad al Señor cuando Él se hizo carne en la Encarnación. El problema de las velas de aceite es que, aunque son prácticas y baratas, simplemente no cumplen con el simbolismo de una vela real, es decir, nunca se acortan mientras arden. Mientras se consume el aceite, nadie puede verlo excepto la persona que se encarga de suministrar más aceite.

Me sentí decepcionado con tal engaño ese primer Adviento en esa parroquia  cuando descubrí las velas de aceite de plástico al comienzo de la temporada, e hice una nota mental para comenzar a tratar de convencer al párroco de que las reemplazara por velas reales.

La urgencia de esa tarea fue evidente durante la celebración de la Misa con los niños de la escuela en medio del tiempo de Adviento. Mientras explicaba el simbolismo de las velas, un niño levantó la mano y preguntó: “Padre, ¿por qué la primera y la segunda vela de Adviento no son más cortas que la tercera?” De pronto me sentí muy exasperado por tener que llevar a cabo esta ridícula farsa en presencia de niños sencillos. Le expliqué que eran velas falsas y que los niños no debían preocuparse. Además, le indiqué que el próximo año tendríamos velas de verdad.  Decidí que no valía la pena hablar con mi párroco, fui a casa y encargué un juego de velas de Adviento de cera auténtica para el año siguiente, teniendo presente la lección más importante que aprendí en el seminario: “siempre es mucho más fácil obtener el perdón que el permiso”.

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