THE DIARY OF AN INNER-CITY PRIEST
Diary Entry #89 An Opportunity
I went to the church one night to close it as I do every night. It is a tedious task, but it is usually the last part of my day’s work. I hoped, as I made my way, that it would be uneventful. It often turns out to be otherwise. This particular evening, around nine o’clock, I noticed a woman sitting in the front pew as I made my rounds. I did not recognize her as one of the usual customers who frequent the church late in the evening. In fact, I did not recognize her at all.
As I prepared to inform her that I was closing the church, and it was time for her to depart, she addressed me and asked if I were a priest. “I am”, I said. She continued, “I am not a religious person, I am not a Catholic, and not baptized, but I feel the need to confess my sins to a priest.” Having been a priest for many years, and long ago having lost the ability to be patient and kind, I went straight to the heart of the matter. “Your problem”, I said, “is that, in spite of what you may think, you are not in communion with God.” “What do you mean?”, she asked.
I spent the next hour explaining to her the basic tenets of the Catholic Faith, the history of the Church, the sacraments, and in particular one’s relationship to the Lord and His Church by means of the sacrament of baptism. This was not the way I had planned to spend the hour before I went to bed that evening, but situations such as these arise and need to be tended to. I accept this as part of my vocation to the priesthood, but cannot honestly say that I look forward to such encounters at nine o’clock at night. I wanted to go to bed.
Hundreds, perhaps thousands, of times I have had this conversation with people. Each time, I get excited, speak more rapidly than usual, and (I think) very convincingly about the truth of the Catholic Faith. I poured into the conversation all that I have learned, believed, and taught over the course of many years. I offered this to the lady with all the energy I had at nine o’clock on a Tuesday evening when all I really wanted was to go to bed.
I explained to her, as I have to hundreds of people, that she needed to ask and answer three questions for herself: 1) Does God exist, or not? Either He does or He does not. One’s “belief” is irrelevant. 2) Is Jesus Christ God, or not? Either He is or He is not. Again, one’s “belief” is irrelevant. 3) If Jesus Christ is God and established a church, where is that church today? That’s the easy one. It is the Catholic Church. That’s history, not belief. As I spoke, I could see the lady counting the three questions on her fingers. For emphasis, I repeated them. Again, she marked them with her fingers.
I went on to explain that if she could answer “yes” to the three questions, that without the sacrament of Baptism she could not know for certain that she was in communion with God, and that without the sacrament of Confession she could not know that her sins committed after Baptism could be forgiven. I have had this conversation countless times. This is my job. This is my vocation. This is my life.
We had, what I thought, was a fruitful exchange of ideas. I did not I convert her on the spot, but I do think that I planted within her a seed; the seed of the Gospel, the Good News that offers us hope and salvation. She was clearly looking for hope and, perhaps not so clearly, for salvation. From my point of view, it was an opportunity. I left her with seeds having been planted, my name, and my telephone number should she be interested in further information. I did not get to bed on time. I never do. I will probably never hear from her again, but there is always hope. I ended my day with the satisfaction of knowing that I had done my job. That is enough for me.
DIARIO DE UN SACERDOTE URBANO
Entrada # 89 UNA OPORTUNIDAD
Esto sucedió una noche, mientras hacia mi ronda de rutina para cerrar la Iglesia, algo que para mí es bastante tedioso, pero que suele ser lo último que hago para terminar mi día de trabajo. Mientras recorría la estancia de la Iglesia, esperaba no tener que lidiar con ningún incidentes, pero a menudo resulta ser lo contrario, y ésta fue una de esas noches.
Esa noche en particular, alrededor de las nueve, noté que había una señora sentada en uno de los bancos delanteros. No la reconocí como una de nuestros feligreses que frecuentan la iglesia a última hora de la noche. En realidad, nunca la había visto antes. Mientras me preparaba para informarle que iba a cerrar la iglesia y que era hora de que ella se marchara, ella se dirigió a mí y me preguntó si yo era sacerdote. “Lo soy”, le dije. Ella continuó: “No soy una persona religiosa, no soy católica y no estoy bautizada, pero siento la necesidad de confesar mis pecados a un sacerdote”. Después de haber sido sacerdote durante muchos años y haber perdido hace mucho la capacidad de ser paciente y amable, fui directo al meollo del asunto. “Su problema”, le dije, “es que, a pesar de lo que usted pueda pensar, no está en comunión con Dios”. “¿Qué quiere decir?”, me preguntó.
Pasé la siguiente hora explicándole los principios básicos de la fe católica, la historia de la Iglesia, los sacramentos y, en particular, la relación que cada uno de nosotros tenemos con el Señor y Su Iglesia por medio del sacramento del bautismo. Esta no era la forma en que había planeado pasar una hora antes de irme a descansar, pero situaciones como éstas surgen y necesitan ser atendidas. Acepto esto como parte de mi vocación al sacerdocio, pero no puedo decir honestamente que espero con ansias estos encuentros a las nueve de la noche cuando estoy cansado y lo único que deseo es irme a la cama.
Cientos, quizás miles, de veces he tenido esta conversación con infinidad de personas. Cada vez que esto sucede, me emociono, hablo más rápido que de costumbre y, en mi opinión, de manera muy convincente, sobre la verdad de la fe católica. Le expliqué todo lo que he aprendido, creído y enseñado a lo largo de muchos años. Se lo dije con toda la energía que tenía a las nueve de la noche de un martes, cuando lo único que realmente quería era irme a la cama
Le expliqué, como le he dicho a cientos de personas, que necesitaba hacerse y responder a tres preguntas:
1) ¿Existe Dios o no? O existe, o no existe. La “creencia” de uno es irrelevante.
2) ¿Es Jesucristo Dios o no? O lo es o no lo es. Una vez más, la “creencia” de uno es irrelevante.
3) Si Jesucristo es Dios y estableció una iglesia, ¿dónde está esa iglesia hoy? Esa es la respuesta más fácil. Es la Iglesia católica. Eso es historia, no creencia. Mientras hablaba, pude ver a la señora contando las tres preguntas con los dedos. Para enfatizar, le repetí las preguntas una vez más, y de nuevo las contó usando los dedos de su mano.
Continué explicándole que si podía responder “sí” a las tres preguntas, sin el sacramento del Bautismo no podría saber con certeza que estaba en comunión con Dios, y que sin el sacramento de la Confesión no podría saber que sus pecados cometidos después del bautismo podrían ser perdonados. He tenido esta conversación cientos o miles de veces. Este es mi trabajo. Ésta es mi vocación. Esta es mi vida.
Tuvimos, en mi opinión, un fructífero intercambio de ideas. No la convertí en el acto, pero sí creo que planté en ella una semilla; la semilla del Evangelio, la Buena Nueva que nos ofrece esperanza y salvación. Claramente buscaba esperanza y, quizás no tan claramente, salvación.
Desde mi punto de vista, fue una oportunidad. Le dejé las semillas plantadas, mi nombre y mi número de teléfono en caso de que le interesara obtener más información. No me fui a la cama a mi hora acostumbrada, y es probable que nunca vuelva a saber de ella, pero siempre hay esperanza. Terminé mi día con la satisfacción de saber que había hecho mi trabajo. Eso es suficiente para mí.