THE DIARY OF AN INNER-CITY PRIES
Diary Entry #93: Lost Wallets
One evening as I was making my rounds to close the church for the night, I came across a woman’s wallet left behind in one of the pews. I picked it up for safekeeping, and was immediately transported (in my mind, not my body) to a time some years before when I had discovered that I had lost my wallet. For anyone who has not experienced this horror, it is not hard to imagine the hassles involved with cancelling credit cards, visiting the Department of Motor Vehicles to obtain a new driver’s license, replacing lost insurance cards, and, depending on what’s in your wallet, resolving any number of potential problems which may take a long time and a lot of trouble. In short, to lose one’s wallet is a nightmare.
In my case, I discovered that my wallet was missing. I retraced my steps of the previous day, knowing I had had it then because I had made some purchases. None of the stores I revisited had found my wallet left behind. I searched my house and car high and low with no results. I began the process of cancelling my credit card, and all of that mentioned above.
The third day I ran into a man in my parking lot with whom I was not acquainted. He addressed me saying, “I found your wallet the other day in the street about a half a block away from the church and took it to the police station in [a town about twenty miles away]. I remembered then that, having been travelling on foot that evening, the wallet must have fallen from my pocket as I ran across the street. I thought it more than strange that he had found my wallet in the street, looked at the driver’s license within, recognized me as a priest from the photo (being dressed in priest clothes), had been a half a block from a very large Catholic church on the same street, but had not come to the rectory to see whether the priest-owner of the wallet might reside there. Instead, he turned the wallet in to a police station twenty miles away; not in the town in which he had found it. Nevertheless, with all of this whizzing through my mind, I thanked him profusely, and immediately returned to the rectory to call that police station. Indeed, they had my wallet. The substantial amount of cash it had contained was missing, but everything else was intact. I thanked God. When I drove there he policeman told me that it was too much to hope for that the cash not have been taken, and that I was more than lucky. It was well worth the missing cash not to have needed to make the trip to the DMV.
What is one to make of this? Perhaps the fellow was a half-Good Samaritan. Maybe he had wrestled with the Devil trying to decide what to do with the wallet he had found. Perhaps he saw the photo of a priest and was moved to do the right thing when he had at first thought of something else. Perhaps someone else had found the wallet first, removed the cash, and thrown it back on the street. I don’t know, and I don’t care too much. I got my wallet back with a minimum of trouble.
All of this rushed through my mind as I collected the woman’s wallet left behind in the pew of my church. I phoned my secretary at her home (it was by now almost 9:00 pm), and with her help, a computer search, and the information found in the wallet, we quickly tracked the woman down, called her, and relieved her of the burdensome stress involved with losing one’s wallet. She arrived at my house within 15 minutes to collect it, and brought a little sack of food as a gift of thanks. I called my secretary again to let her know that everything had ended well, assured her that we had done our good deed for the day, and called it quits. The moral of the story? Keep a close eye on your wallet.
DIARIO DE UN SACERDOTE URBANO
Entrada #93: Billeteras perdidas
Una tarde, mientras hacía mi ronda para cerrar la iglesia por la noche, me encontré en uno de los bancos con una billetera olvidada de una mujer. La recogí para guardarla y fui inmediatamente transportado (en mi mente, no en mi cuerpo) a una época, algunos años antes, en la que descubrí que había perdido mi billetera. Para cualquiera que no haya experimentado este horror, no es difícil imaginar las molestias que implica cancelar tarjetas de crédito, visitar el Departamento de Vehículos Motorizados para obtener una nueva licencia de conducir, reemplazar tarjetas de seguro perdidas y, dependiendo de lo que tenga en su billetera, resolver cualquier número de problemas potenciales que pueden llevar mucho tiempo y muchos problemas. En resumen, perder la billetera es una pesadilla.
En mi caso cuando descubrí que me faltaba mi billetera. Volví a recorrer mis pasos del día anterior sabiendo donde yo la había tenido porque había hecho algunas compras. Ninguna de las tiendas que volví a visitar encontró mi billetera abandonada. Busqué en mi casa y en mi auto por todas partes sin resultados. Inicié el proceso de cancelación de mi tarjeta de crédito, y todo lo mencionado anteriormente.
El tercer día me encontré con un hombre en mi estacionamiento a quien no conocía. Se dirigió a mí y me dijo: “Encontré tu billetera el otro día en la calle, como a media cuadra de la iglesia, y la llevé a la estación de policía en [un pueblo a unas veinte millas de distancia]. Entonces recordé que, habiendo viajado a pie esa noche, la billetera se debió caer de mi bolsillo mientras cruzaba la calle corriendo. Me pareció más que extraño que hubiera encontrado mi billetera en la calle, mirara la licencia de conducir que había dentro, me reconociera como un sacerdote por la foto (estaba vestido con ropa de sacerdote), si estaba a media cuadra de una iglesia católica muy grande, en la misma calle, pero no fue a la rectoría para ver si el sacerdote dueño de la billetera podría residir allí. En lugar de ello, entregó la cartera a una comisaría de policía a treinta kilómetros de distancia; no en el pueblo donde lo había encontrado. Sin embargo, con todo esto dando vueltas en mi mente, le agradecí efusivamente e inmediatamente regresé a la rectoría para llamar a esa comisaría. De hecho, tenían mi billetera. Faltaba la importante cantidad de dinero en efectivo que contenía, pero todo lo demás estaba intacto. Le di gracias a Dios. Cuando conduje hasta allí, el policía me dijo que era demasiado esperar que no se hubieran llevado el dinero en efectivo y que tenía más que suerte. Bien valió la pena el dinero perdido por no haber tenido que hacer el viaje al DMV.
¿Qué se puede hacer con esto? Quizás el hombre era medio buen samaritano. Tal vez había luchado con el diablo tratando de decidir qué hacer con la billetera que había encontrado. Quizás vio la foto de un sacerdote y se sintió impulsado a hacer lo correcto cuando al principio pensó en otra cosa. Quizás alguien más encontró la billetera primero, sacó el dinero en efectivo y lo arrojó a la calle. No lo sé y no me interesa ya. Recuperé mi billetera con un mínimo de problemas.
Todo esto pasó por mi mente mientras recogía la billetera de la mujer que había quedado en el banco de mi iglesia. Llamé a mi secretaria a su casa (eran casi las 9:00 pm) y con su ayuda, una búsqueda en la computadora y la información que encontré en la billetera, localizamos rápidamente a la mujer, la llamamos y la liberamos de el agobiante estrés que implica perder la billetera. Llegó a mi casa a los 15 minutos para recogerla, y trajo una bolsa con comida como regalo de agradecimiento. Llamé a mi secretaria nuevamente para hacerle saber que todo había terminado bien, le aseguré que habíamos hecho nuestra buena acción del día y lo dejé. ¿La moraleja de la historia? Vigila de cerca tu billetera.