THE DIARY OF AN INNER-CITY PRIEST Diary Entry #96
The Motor Home
When I was a child, my parents purchased what we then called a “trailer”. The trailer was a small cabin which was towed behind a car and could house the seven members of our family for a weekend camping trip. It had a bathroom (with shower), beds, a kitchen, dinette, and places for the storage of camping equipment, all efficiently planned and constructed such that no space was wasted or served only one purpose. It was much like a ship in that way. My father, who had served in the Army, christened our vessel the USS Off-We-Go, with Champagne and the works. We frequently spent the weekends at campgrounds in our trailer, and met many other campers who travelled in different styles. Apart from the traditional tent, one alternative mode of “camping” was the “Motor Home”. The motor home was similar to our trailer, but it was not towed by another vehicle. It had its own engine. Thus, it was erroneously called a “motor home”. Technically, a motor is powered by an outside source. For example, an electric motor requires electricity. Without an electrical outlet, the motor of a fan, a household vacuum, or a refrigerator cannot operate. An engine, on the other hand, powers itself. Think of an internal combustion engine, like that of a car. It requires fuel, but with fuel can power itself. Thus, the motor home was erroneously named, and should have been called an “engine home”. Granted, that does not sound very romantic. Undoubtedly, sales experts won the battle for “Motor Home” over “Engine Home”. Today, I believe that Motor Homes are called RV’s (recreational vehicles), or Campers, But, on to our story.
One evening, as I readied myself for bed, I looked out the window to check the status of my property. I spied in the parking lot a “Motor Home”. I presumed that the travelers were either reconnoitering or pausing for a “siesta” or “riposino”, and thought little of it. The next morning, I awoke to discover that the occupants of the motor home had presumed to “camp out” on my property for the duration of the night.
I do not consider myself to be a mean person (though I may be so), but I do consider myself to be a good steward of the property to which I have been entrusted. It is not my habit to allow vagrants to utilize the property belonging to my bishop and my parishioners as a campground or homeless shelter. I am frequently called upon to shew away from our property homeless people whether they be equipped with motor homes or not. I consider this a moral obligation for numerous reasons, as will be seen.
On this morning, I was informed by some early-bird parishioners that two gentlemen were lounging comfortably in lawn chairs drinking coffee outside their motor home in the church’s parking lot. I decided to investigate. By the time I approached the motor home, the two gentlemen had packed up their camping equipment and had readied the motor home for travel. I tapped on the window in police fashion and indicated that I wished them to roll down the window. They did.
“What are you guys doing here?”, I asked. “Nothing”, said the younger of the two men. A period of silence followed. “Why are you here doing nothing?”, I continued. “We are parking”, said the young man.
I was informed by my early bird parishioners that large stores with large parking lots such as Walmart and Costco allow travelers to pass the night in their parking lots. That is very kind of them. However, their parking lots are not shared by elementary schools as mine is.
I invite my readers to imagine the potential consequences of two unknown men camping out in a motor home not fifty feet from the entrance to an elementary school. Even if they had been two saintly pilgrims on their way to some holy shrine, the optics would be horrifying enough to teachers and parents alike to generate scores of phone calls to me and the police.
I not too politely asked the pair to please phone me with a request the next time they planned to utilize my parking lot as a campground. I did not need to tell them that the answer would be “NO.” They drove away with looks on their faces which plainly said to me that I was the most unfriendly priest they had ever encountered. I very well may be.
DIARIO DE UN SACERDOTE URBANO #96
La casa Rodante (Auto caravana)
Cuando yo era niño, mis padres compraron lo que entonces llamábamos un “remolque”. El remolque era una pequeña cabaña que se remolcaba detrás de un automóvil y podía albergar a los siete miembros de nuestra familia para un viaje de campamento de fin de semana. Tenía un baño (con ducha), camas, cocina, comedor y lugares para guardar el equipo de campamento, todo planificado y construido eficientemente de manera que no se desperdiciara espacio ni sirviera para un solo propósito. En ese sentido se parecía mucho a un barco. Mi padre, que había servido en el ejército, bautizó nuestro barco USS Off-We-Go, con champán y todo lo demás. Con frecuencia pasábamos los fines de semana en campamentos en nuestro remolque y conocimos a muchos otros campistas que viajaban en diferentes estilos. Además de la tradicional tienda de campaña, una modalidad alternativa de “acampada” era el “Motor Home”. La casa rodante era similar a nuestro remolque, pero no era remolcada por otro vehículo. Tenía su propio motor. Por eso se la llamó erróneamente “casa rodante”. Técnicamente, un motor funciona con una fuente externa. Por ejemplo, un motor eléctrico requiere electricidad. Sin un tomacorriente, el motor de un ventilador, una aspiradora doméstica o un refrigerador no puede funcionar. Una maquina motriz por el contrario, se impulsa a sí misma. Pensemos en un motor de combustión interna, como el de un coche. Requiere combustible, pero con combustible puede alimentarse. Por lo tanto, la casa rodante recibió un nombre erróneo y debería haberse llamado “Casa Motriz”. Por supuesto, eso no suena muy romántico. Sin lugar a dudas, los expertos en ventas ganaron la batalla por “Auto Caravana” sobre “Casa motriz”. Hoy en día, creo que las casas rodantes se llaman RV (vehículos recreativos) o Campers, pero sigamos con nuestra historia.
Una noche, mientras me preparaba para ir a dormir, miré por la ventana para comprobar el estado de mi propiedad. Vi en el estacionamiento una “vehículo recreativo”. Supuse que los viajeros estaban haciendo un reconocimiento o haciendo una pausa para tomar una “siesta” o un “riposino”, y no le di importancia. A la mañana siguiente, me desperté y descubrí que los ocupantes de la casa rodante habían pretendido “acampar” en mi propiedad durante la noche.
No me considero una persona mala (aunque pueda serlo), pero sí me considero un buen administrador de los bienes que me han sido confiados. No tengo por costumbre permitir que los vagabundos utilicen la propiedad de mi obispo y mis feligreses como campamento o refugio para personas sin hogar. Con frecuencia me piden que saque de nuestra propiedad a personas sin hogar, tengan o no casas rodantes. Considero que esto es una obligación moral por numerosas razones, como van ver.
Esta mañana, algunos feligreses madrugadores me informaron que dos caballeros estaban descansando cómodamente en sillas de jardín tomando café afuera de su casa rodante en el estacionamiento de la iglesia. Decidí investigar. Cuando me acerqué a la casa rodante, los dos caballeros habían empacado su equipo de campamento y habían preparado la casa rodante para viajar. Golpeé la ventanilla al estilo policial e indiqué que deseaba que bajaran la ventanilla. Lo hicieron.
“¿Qué están haciendo ustedes aquí?”, pregunté. “Nada”, dijo el más joven de los dos hombres. Siguió un período de silencio. “¿Por qué estás aquí sin hacer nada?”, continué. “Estamos estacionados”, dijo el joven. Mis feligreses madrugadores me informaron que las grandes tiendas con grandes estacionamientos, como Walmart y Costco, permiten a los viajeros pasar la noche en sus estacionamientos. Eso es muy amable de su parte. Sin embargo, sus estacionamientos no son compartidos por las escuelas primarias como lo es el mío.
Invito a mis lectores a imaginar las posibles consecuencias de que dos hombres desconocidos acampen en una casa rodante a menos de quince metros de la entrada de una escuela primaria. Incluso si hubieran sido dos santos peregrinos en camino a algún santuario sagrado, la imagen sería lo suficientemente horrorosa para los maestros y padres por igual como para generar decenas de llamadas telefónicas a mí y a la policía.
No muy cortésmente les pedí a la pareja que me llamaran para hacerme una solicitud la próxima vez que planearan utilizar mi estacionamiento como campamento. No necesitaba decirles que la respuesta sería "NO". Se marcharon con expresiones en sus rostros que me decían claramente que yo era el sacerdote más antipático que jamás habían conocido. Es muy posible que lo sea.