It has been the custom of the Roman Church from the 17th Century to the present to veil crosses, statues, and images of the saints (except the Stations of the Cross) from the 5th Sunday of Lent until Easter. The crosses are unveiled after the unveiling of the cross during the Good Friday liturgy, while the other images are uncovered after the Gloria of the Easter Vigil.
While the historical roots of the custom seem uncertain, we may consider three interpretations of the practice. First, consider a mystical interpretation from 19th Century liturgical scholar Dom Gueranger. To prepare Himself for the events of His Passion, the Lord hid Himself from the rage of the Jewish authorities. So now, He is “hidden” from the world as we prepare to commemorate these mysteries. This interpretation is derived from the gospel passage traditionally read on the 5th Sunday of Lent, specifically John 8:46-59. At this point in His relationship with the Jewish authorities our Lord has revealed His divinity to them, concluding His explanation with the words “...I AM”. At this, “...they took up stones to throw at Him; but Jesus hid Himself and went out of the temple”. A spiritual interpretation of the custom is also possible according to Gueranger. We usually think of the cross as a symbol of Christ’s victory over sin and death. But at this stage in His life, and for those who followed Him, the cross is a sign of humiliation; the worst imaginable death for the worst imaginable crimes (blasphemy). In this sense we try to shield our Lord from this humiliation, or to hide it even from ourselves. In His Passion, the Lord’s divinity was obscured by this humiliation, and his humanity was obscured by the disfiguring wounds of the Passion. Third, a psychological explanation: veiling the cross and statues actually draws more attention to them than does leaving them unveiled. The bride at her wedding wears a veil. What sense does this make if everyone already knows what she looks like? The point of the veil is not to hide her from us, but to draw our attention to her. The mystery intrigues and attracts us. The liturgy itself is presented to us as a series of veils. The priest is veiled in his vestments; the altar is veiled by a cloth; the chalice is covered with a veil until it is to be used; the tabernacle veils the Blessed Sacrament from our sight. Incense veils the entire sanctuary. The most impressive veil is that which the Lord Himself uses to present Himself to us and hide Himself from us: The accidents of bread and wine are veils which hide the mystery of the substantial presence of the Lord in the Most Holy Sacrament of the Altar. It is clear that these veils make it possible for us to “see” the God whom we cannot see. When all these veils are eliminated from the liturgy we risk creating an atmosphere in which there is nothing to see, nothing to intrigue us, and nothing to attract us. Consider, finally, that the apostles “looked at” the Lord’s divinity everyday for three years, but could not “see” it until He “showed” it to them by means of signs and symbols at His Transfiguration (cf MT 17:1- 8). |
Ha sido costumbre de la Iglesia Católica desde el siglo XVII hasta la fecha cubrir las cruces, estatuas e imagines de los santos (con excepción de las Estaciones del Vía Crucis), desde el quinto el domingo de Cuaresma hasta el Domingo de Pascua. Las cruces se descubren después de revelar la Cruz durante la Liturgia del Viernes Santo. El resto de las imágenes se descubren después del Gloria durante la Vigilia Pascual.
No se conoce con certeza la raíz histórica de esta costumbre, pero podemos considerar 3 interpretaciones de dicha practica. Primero, consideremos una interpretación mística del siglo XIX del académico Dom Gueranger, quien para prepararse para los eventos de La Pasión, sabemos que Nuestro Señor se escondió de la furia de las autoridades judías, así que ahora esta Escondido del mundo mientras nos preparamos a conmemorar estos misterios. Esta interpretación se deriva del pesaje del Evangelio que se lee tradicionalmente el V domingo de cuaresma, específicamente Juan 8:46-59. A este punto de su relación con las autoridades judías Nuestro Señor les había revelado su divinidad, concluyendo con estas palabras: “YO SOY” con esto, “tomaron piedras para apedrearle, pero Jesús se escondió y salió del templo”. En segundo lugar, una interpretación espiritual de la costumbre es también posible según Gueranger. Por lo general pensamos en la Cruz como un símbolo de la victoria de Jesús sobre el pecado y la muerte. Pero a estas alturas de su vida, ya para los que lo seguían, la Cruz era un signo de humillación, era la muerte más horrenda asociada con los crímenes mas horrendos (blasfemia). En este sentido tratamos de proteger a Nuestro Señor de esta humillación, escondiéndole aún de nosotros mismos. Durante su Pasión, la divinidad del Señor se vio opacada por esta humillación, y su humanidad fue opacada por los golpes que le desfiguraron durante la Pasión. En tercer lugar, una explicación sicológica. Cubrir la cruz y las imagines en realidad que acentúa más la atención hacia ellas que dejarlas descubiertas. La novia el día de su boda se cubre con un velo, ¿que sentido tiene esto si todos ya la conocen? El objetivo del velo no es esconder a la novia de nosotros sino que acentuar más la atención en ella. El misterio intriga y atrae. La liturgia misma se presenta con una serie de velos. El sacerdote se cubre con sus vestimentas, el altar está cubierto por una tela, el cáliz esta cubierto por un velo hasta el momento de usarse, el tabernáculo cubre el Santísimo Sacramento, El incienso cubre en su totalidad el santuario. El velo más impresionante es con el cual se cubre de nosotros Nuestro Señor para luego revelarse a nosotros. Los accidentes de pan y vino son velos que cubren el misterio de la presencia substancial de Nuestro Señor en el Santísimo Sacramento del Altar. Nos queda claro que estos velos hacen posible que “veamos” al Dios que no podemos ver. Cuando todos estos velos se eliminan de la liturgia, nos arriesgamos a crear una atmósfera en la cual no hay nada que ver, nada que nos intrigue y nada que nos llame la atención. Finalmente, consideremos que los apóstoles “vieron la divinidad del Señor todos los días durante tres años, pero no podían “ver” hasta que El Señor “Se mostro a ellos” por medio de símbolos y señales durante su Transfiguración. (Cf MT 17:1-8). |