“He ascended into heaven and is seated at the right hand of the Father”
With these words from the Nicene Creed (A.D. 325) the Church proclaims Her belief that, forty days after His Glorious Resurrection, our Lord ascended into heaven. This event, which we celebrate each year on Ascension Thursday (40 days after Easter Sunday), marks the end of Christ’s earthly ministry, but also has significance for us as His followers. When the Second Person of the Trinity, God the Son, came to earth and assumed human nature (became incarnate), His humanity and His divinity were permanently united. He did not take on human nature temporarily, only to leave it behind when His mission on earth was complete. Rather, He became fully human, assuming humanity to Himself in order that He might save it. Jesus ascended into heaven, body and soul, under His own power on two counts. In the first place, as the Second Person of the Blessed Trinity He possesses the divine power necessary to transfer His transfigured/glorified body from this world to the divine world. In the second place, Jesus’ transfigured soul has the power to move His transfigured body wherever and however He wills. We, however, lacking the divine nature, are not able to take ourselves into heaven. We must rely on God to do that for us. It is difficult for us to imagine the condition of Christ’s “glorified” or “transfigured” body. The gospels tell us that he was not as a ghost, but that He ate and drank with His disciples. Yet at the same time they had difficulty recognizing Him. Thomas was able to probe the wounds in His hands and side in a tangible way, yet Christ was able to be present to the disciples in ways that were not limited by space and time. In the end, the condition of the Lord’s glorified body remains a mystery to us. But, because He assumed our human nature to Himself, we are assured that our bodies will be like His in glory at the end of the world. When we say, “I believe in the resurrection of the body and life everlasting” (Apostles’ Creed) we proclaim our faith in this possibility although we do not fully understand it. Because the human person is a unity of body and soul we can see that ultimately our bodies, like our Lord’s body, are not something we cast off when our earthly life is complete. Instead, God created our bodies and our souls to be perfected, made holy, and saved together. Although death separates our soul from our body, the two will be reunited at the end of time in such a way that we may be in the presence of God eternally as perfect (i.e. complete) human persons; glorified body and soul. (Sources: CCC 645-646, 659-664; Baker, Fundamentals of Catholicism, vol. 2, pp. 308-311). |
“Subió a los cielos y esta sentado a la diestra de Dios Padre”
Con estas palabras del Credo Niceno (325 A.D), la Iglesia proclama su creencia de que cuarenta días después de su Gloriosa Resurrección, Nuestro Señor ascendió a los cielos. Este evento, el cual celebramos todos los años como el Jueves de la Ascensión (40 días después del Domingo de Resurrección), señala el final del ministerio en la tierra de Nuestro Señor Jesucristo, pero también tiene un significado para nosotros como sus seguidores. Cuando la Segunda Persona de la Santísima Trinidad, Dios Hijo, vino a nosotros y asumió naturaleza humana, (se encarnó en María Santísima), Su naturaleza humana y divina se unieron. Su naturaleza humana no fue temporal, para dejarla después de completar su misión aquí en la tierra. Más bien, se hizo hombre y asumió la naturaleza humana para salvar a la humanidad. Jesús ascendió a los cielos en cuerpo y alma, por poder propio. En primer lugar, como la Segunda Persona de la Santísima Trinidad, quien posee el poder divino necesario para transferir su glorificada figura desde este mundo al mundo divino. Es difícil para nosotros imaginar el Cuerpo de Cristo “glorificado” o “transfigurado. Los Evangelios nos dicen que no apareció como un fantasma, sino que comió y bebió con sus apóstoles, y sin embargo, no les fue fácil reconocerle. Tomás pudo constatar de forma tangible que no era un fantasma, al permitirle Jesús que tocara sus llagas. Además, Jesús estuvo presente frente a los discípulos en formas que no se limitaba a tiempo ni espacio. En resumidas cuentas, el estado del Cuerpo Glorificado del Señor sigue siendo un misterio para nosotros. Pero al asumir nuestra naturaleza humana, suponemos que nuestros cuerpos serán como el Suyo en la gloria al final de nuestras vidas. Debido a que la persona humana es la unión de cuerpo y alma, podemos ver ultimadamente que nuestros cuerpos, como el Cuerpo del Señor, nos son algo que podemos descartar al final de nuestra vida terrenal. En lugar de eso, Dios creó nuestros cuerpos y nuestras almas para que fueran perfeccionadas, con el fin de que fueran santas y salvas. Aunque la muerte separa nuestros cuerpos de nuestras almas, ambas serán reunidas al final del tiempo de tal modo que podamos estar en presencia del Señor eternamente como seres perfectos (completos), glorificados en cuerpo y alma. Fuente: CCC 645-646, 659-664; Baker, Fundamentals of Catolicismo, vol. 2, pp. 308-311). |