I awoke earlier than planned this morning and, being unable to go back to sleep, I went to my chair near the window. The first thing I saw was the full moon. I could not believe that it has been an entire month since I last engaged in a bit of creative writing. The time has flown by, perhaps because I have been busy every day doing all sorts of things around the church, the office, and my home that other people used to do (when there were still other people in my life). For example, watering the house plants.
I have never been much of a plant lover. Not that I have anything against them. It’s just that they don’t figure prominently in my daily life. In fact, I pay no attention to them whatsoever. Recently, as I was going about my business, I suddenly noticed that all the plants in our offices were no longer standing upright and had turned a sickly shade of yellow. I presumed they were dead (or nearly so), and I knew it was my fault. They had not been watered in many weeks because the person who waters them has been sheltering at home, and I simply never noticed them. Indirectly, even these poor houseplants had become collateral damage in the war on the coronavirus. I went through the rectory searching for all the victims of my negligence. I was faced with two options: one, throw them all in the dumpster and hope that, when people come back to work, no one would remember that they ever existed; or two, try to revive them. I chose life. I found a watering can and began the process of trying to restore them to normalcy. I tried neither to over-water them, nor to under-water them (having no idea what either of those extremes might be). I also remembered that plants need sun light. Some of them had spent weeks on end, locked in abandoned offices with the window shades drawn closed; thirsty, and alone. I watered them and brought them into the light. Within a day or two they began to revive. They began to turn green, to stand up straight, and to strain toward the sunlight streaming in through the open shades. I was impressed by their resilience and grateful that I would not have to explain to my staff that their plants had died because of my negligence. From this experience I have been reminded of a few things. It is easy to take for granted the little things that other people do which we may never notice until they are no longer getting done. It is also easy to overlook the most vulnerable among us. The houseplants depended on me and I disappointed them. Nevertheless, if a house plant can survive for weeks on end locked in a room deprived of all the things that make it happy and healthy, so much more can we (with the help of God who never fails to notice us). Finally, I hope to see you all again before I see the next full moon. Father Ringley |
Esta mañana me he despertado mas temprano que de costumbre, y, al no poder volverme a dormir, me sente en mi silla cerca de la ventana. Lo primero que vi fue la luna llena. No podía creer que haya pasado todo un mes desde la ultima vez en que me dediqué a escribir un poco. El tiempo ha pasado, sin darme cuenta, quizás porque he estado bastante ocupado haciendo todo tipo de actividades tanto en la iglesia, como en la oficina y en mi lugar de residencia. En el pasado, otras personas se hacian cargo de muchos de estos menesteres (eso era cuando habian otras personas en mi vida). Un ejemplo es regar las plantas que se encuentran en las diferentes areas de la Rectoria y que en el pasado el el trabajo de otras personas.
Debo confesar que nunca he sido un gran amante de las plantas. No es que tenga nada en contra de ellas. Es solo que no ocupan un lugar destacado en mi vida diaria. De hecho, no les presto atención alguna. Recientemente, mientras me ocupaba de mis asuntos, de repente noté que todas las plantas de nuestras oficinas estaban todas caidas y se habían vuelto de un tono amarillo enfermizo. Supuse que estaban muertas (o casi), y sabía que era mi culpa. No habían sido regadas en muchas semanas porque la persona que las riega no esta en la casa, y yo francamente nunca me percate de su existencia, y por lo tanto, y llegue a la conclusion de que tambien estas pobres plantas habian sido afectadas por el Coronavirus. Revisé la rectoría buscando a todas las víctimas de mi negligencia. Me encontré con dos opciones: una, tirarlas todas al contenedor de basura y esperar a que, cuando la gente regrese a trabajar, nadie recuerde que alguna vez existieron; o dos, intentar revivirlas. Me decidi por la vida. Encontré una regadera y comencé el proceso de tratar de restaurarlas y revivirlas. Trate de no regarlas en exceso ni hacer lo opuesto (sin tener idea de cuáles podrían ser las consecuencias de esos extremos). También recordé que las plantas necesitan luz solar. Algunas de ellos habían pasado semanas enteras encerradas en oficinas abandonadas con las persianas cerradas completamente faltas de la tan necesaria luz para su existencia.. Los regue, y las coloque cerca de la luz solar. En un día o dos comenzaron a revivir. Comenzaron a ponerse verdes, a pararse erguidas y a esforzarse hacia la luz del sol que entraba a través de las ventanas abiertas. Su resistencia me impresionó y agradecí que no tuviera que explicarle a mi personal que sus plantas habían muerto debido a mi negligencia. Esta experiencia me ha hecho recordar algunas cosas. Es fácil dar por sentado las pequeñas cosas que otras personas hacen y que quizás nunca notemos hasta que ya no se hagan. También es fácil pasar por alto a los más vulnerables entre nosotros. Las plantas de interior de las diferentes areas de la Rectoria dependían de mí y las decepcioné. Sin embargo, me dije que si una planta de la casa puede sobrevivir durante semanas encerrada en una habitación privada de todas las cosas que la hacen sobrevir, que la hacen feliz y saludable, nosotros podemos hacer mucho más (con la ayuda de Dios, que nunca nos deja de mano). Finalmente, espero volver a verlos a todos antes de la próxima luna llena. Padre Ringley |