THE DIARY OF AN INNER-CITY PRIEST #12 – EL DIARIO DE UN SACERDOTE URBANO #12

Diary Entry # 12:  The Iguana

One may wonder at what the connection may be between an inner-city priest and an iguana.  Read on.

One Saturday afternoon following the 4:00 pm vigil Mass I was preparing the church for the 7:00 pm Spanish Mass.  I usually grab a bite to eat between 5:00 and 5:30 pm and spend the hour from 5:30 to 6:30 pm with my Spanish dictionary, making sure that I can deliver in Spanish the English homily I have prepared for that weekend.  My Spanish speaking parishioners tell me that I speak Spanish as if I am reading from a dictionary.  Go figure.

On this Saturday afternoon, my routine was interrupted.  I knew that I was now going to be in trouble when it came to the Spanish homily, but there was not much I could do.

A woman came to the sacristy and informed me that there was a very large lizard under her car in the parking lot, and she did not know what to do.  Why she thought that I would know what to do with the large lizard under her car is beyond me.

By the time I arrived at the scene a crowd had gathered.  Under the woman’s car, enjoying the shade on a very hot summer afternoon, was a rather large iguana.  At least, I thought it was large.  I am not very familiar with iguanas, so I could neither judge its relative size nor its age.  Obviously, iguanas are not native to the New England state in which I live.  It must have been a pet which was abandoned, like Quasimodo on the steps of Notre Dame. Perhaps it had escaped from its owners or captors and sought sanctuary in the parking lot of my parish. “What should we do?”, the crowd persisted, maintaining a respectful distance from the unfamiliar creature.  The iguana stared at me as if I were its savior, or its predator. I’m not sure what it was thinking.  Not for a moment did it shift its gaze from me.

I thought to myself, “Walk away.  The lizard will take care of itself. I don’t have time for this.” A woman in the crowd decided to whip out her cell phone and call the city’s animal control unit.  Thank God for cell phones. The animal control unit told her that they do not handle this sort of situation.  Thank God for cell phones.  The iguana stared at me; unmoved and unmoving.

We encouraged the woman whose car was sheltering the iguana to drive away slowly. She did.  The iguana stared at me.

I said to the crowd, “The iguana will be fine.  Just go home and leave it alone.  It’s an animal, and it knows how to survive on its own”.  I did not really believe that the herbivorous reptile could  survive in the asphalt jungle I call home, but I needed to get ready for the next Mass.  I left the scene.  When I got back to my rectory, I peeked out the window and saw that a man on a bicycle had stopped to investigate the situation.  I am not sure, but I think he collected the iguana and took it home with him.  I never heard any more about it.

What do an inner-city priest and an iguana have in common?  Nothing whatsoever.  We shared a few moments together and went our separate ways, he to his uncertain future, and I to mine. “Parting is such sweet sorrow” (Shakespeare, Romeo and Juliet).

 

 

Entrada de Diario # 11: La Iguana 

Uno puede preguntarse cuál puede ser la conexión entre un sacerdote urbano y una iguana. Siga leyendo y lo sabrá.

Un sábado por la tarde, después de la Misa de vigilia de las 4:00PM, estaba preparando la iglesia para la Misa en español de las 7:00 de la noche. Eran las 6:30 y con mi diccionario en español, revisaba la homilía que había preparado para el fin de semana, asegurándome que transmitiera el mismo mensaje que mi homilía en ingles. Mis feligreses de habla hispana me dicen que hablo español como si estuviera leyendo un diccionario. ¡Valla usted a saber porque lo dicen!

Mientras pensaba que era casi seguro que tendría algunos problemas con mi homilía en español, mi rutina fue interrumpida por alguien que tocaba a mi puerta. Era una señora, que bastante alarmada me informó que había una lagartija de gran tamaño debajo de su auto en el estacionamiento de la iglesia, y que no sabia que hacer. ¡No entiendo porque esta señora pensó que yo si sabría que hacer con este reptil!

Cuando llegué al estacionamiento, me esperaba una gran multitud que se había congregado alrededor del auto de la dama, y efectivamente, debajo de su auto, y disfrutando de la sombra en una tarde muy calurosa de verano, se encontraba una iguana bastante grande. Al menos, pensé que era grande. No estoy muy familiarizado con las iguanas, por lo que no pude juzgar su tamaño relativo ni su edad. Obviamente, las iguanas no son nativas del estado de Nueva Inglaterra en el que vivo. Esta especie de lagarto, es propio de los bosques tropicales de América.

Pensé que seguramente era una mascota que había sido abandonada por su dueño, así como Quasimodo en las escaleras de Notre Dame. A lo mejor se había escapado de sus dueños o captores y buscó refugio en el estacionamiento de mi parroquia. “¿Qué hacemos padre?”, preguntaba la multitud al tiempo que mantenían una distancia prudencial de esta criatura desconocida para ellos. La iguana me miró fijamente, como si yo fuera su salvador o su depredador. No estoy seguro que era lo que estaba pensando, pero si puedo decirles que en ningún momento apartó su mirada de mi.

Pensé para mis adentros: “Regresen a sus casas, este pobre animal se cuidará solo” “!Yo no tengo tiempo para esto!” A una de las señoras que formaba parte de la multitud se le ocurrió la brillante idea de sacar su celular y llamar a la Unidad Protectora de Animales de la ciudad. En ese momento di gracias a Dios por los teléfonos celulares. Desgraciadamente la respuesta de las autoridades Protectoras de Animales fue negativa, ellos no se hacen cargo de este tipo de situaciones. Mientras tanto, la iguana seguía inmóvil y mirándome fijamente…

Decidimos al unísono aconsejar a la dueña del auto, que se introdujera en su auto y se alejara lentamente. Así lo hizo, y yo me dirigí a la multitud diciéndoles: “La iguana estará bien”. “Vayan a casa, déjenla en paz” “Es un animal, y sabe sobrevivir solo”. Realmente no creía que este pobre herbívoro reptil pudiera sobrevivir sobre el asfalto del estacionamiento de esta selva a la que yo llamo “hogar”, pero la verdad es que no tenia mucho tiempo de pensar en que hacer con la iguana porque debía prepararme para la próxima Misa. Me alejé de la escena y me dirigí a mi casa. Cuando regresé a la rectoría, me asomé por la ventana y vi que un individuo en bicicleta se había detenido para investigar la situación. No estoy seguro, pero creo que recogió la iguana y se la llevó a casa. Fue la ultima vez que supe de ella.

¿Qué tienen en común un sacerdote urbano con una iguana? Nada en lo absoluto. La iguana y yo compartimos unos minutos, pero luego nos separamos, el pobre animal hacia un futuro incierto, y yo de regreso a mi vida de sacerdote. “La despedida es un dolor tan dulce” (Shakespeare, Romeo y Julieta).

 

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