THE DIARY OF AN INNER-CITY PRIEST #18 – EL DIARIO DE UN SACERDOTE URBANO #18

Diary Entry # 18 “Is this where you wrote ‘Full Moon?’”

As I have said before, I have never considered myself a writer, though I have spent most of my priestly life doing both technical and creative writing.  My primary audience has been my parishioners.  I have occasionally been asked to write for broader audiences, but my commissioned submissions have usually been rejected, either outright, or after some relatively brief period of serial publication.  In this entry I am pleased to note that, while my faithful audience may be diminutive, it is appreciative.

A young woman from my parish had recently become engaged.  I had had a relatively close relationship with her over the four years of my assignment to this inner-city parish as she had often sought advice or counsel.  When I first sat down with her and her intended in my rectory to begin the process of preparation for marriage, she requested a tour of the house.  This is not something anyone had ever asked of me before.  At once, the house is “mine”.  That is, I live here.  At the same time, the house is not mine.  It belongs legally to the bishop of the diocese, and practically to the people of the parish whose donations originally constructed it, and whose donations through the years, have maintained it, repaired it, heated it, renovated it, furnished it, etc. Who I am to claim that it is “my house”, when all I do is inhabit it.  Still, it is, in a very normal, everyday sense, “my house”.  Nevertheless, I consented to her request.

My rectory is very old and large, built, perhaps, to house three or four priests in bygone days.  I live here alone.  I led her and her fiancé through the spacious, mostly unoccupied building of three floors, a spooky basement, and an even spookier attic.  I showed them the parish offices, kitchen, dining room, and living room on the first floor, my office and guest rooms on the second floor, and storage space, a recreation room, and more guest rooms on the third floor.  As we descended the steep, creaky wooden staircase back to the ground floor to begin our classes in the dining room, we passed the closed door to a room which I had not shown them.  “What’s in there?”, the young lady inquired.  “That’s my bedroom”, I replied.  “Can I see it?”.  “No!”, I said. “If I arrived at your house tonight with your having no expectation that I would be touring your bedroom, would you let me see it?”  “Yes”, she said.  Obviously, I do not keep my bedroom as, evidently, she does hers.

I have digressed.  In my office on the second floor there is a window which looks out on the rather busy street on which the rectory and church are situated, and upon the broader view of our fair city.  She noticed a chair positioned in front of a window facing the vista.  I sit in this chair when I want to think.  The young lady said to me, “Is this where you wrote ‘Full Moon’?”  I was taken aback.

For those not familiar with my opera, “Full Moon” is a piece I wrote during the Time of Covid Lockdown to fortify and encourage my parishioners.  A time when no one knew what was coming next.  I had prefaced the piece by saying that during the lockdown I had passed a substantial amount of time sitting in this chair, gazing through this window, and meditating on the meaning of life.  The piece was posted on our website since no one could come to church, and no bulletins were being published.  How little did I know that a twenty-something young woman would read it, appreciate it, and remember it so as to ask, two years later, “Is this where you wrote ‘Full Moon?’”.  (For those interested and uninitiated, it will reappear as the next Diary Entry.)

For me, this was a watershed moment as a “writer”.  Someone, anyone, had actually read something I had written and been influenced by it to the extent that she remembered it, and remembered the place from which I had conceived it based on how I had described its composition.  I felt like a real writer for the first time.  Think of Robert Frost and New England, or Ernest Hemingway and Key West.  Now, Ringley, and the inner-city.  (Alright.  Everyone is entitled to dream.)

For those who are receptive, the written word can be powerful, even life changing.  My young friend read my writing on the internet.  I, as a more mature fellow, never read things on the internet.  I read books and magazines.  I like them in my hands and on my lap with my feet comfortably elevated in a recliner.  For many, reading is a chore.  TV, movies, and videos are much easier.  One can do other things while listening and viewing.  But when one reads, one can pause, reflect, and dream before the action of reading resumes.  The written word does not pass one by.  One causes it to pass by, or not.

In the end, the almost cheeky, yet innocent inquisitiveness of my young lady parishioner about my house was only a reflection of her desire to read, and learn, remember, and dream, .  May she, her husband, and their hoped-for family always reflect the light of the Full Moon as that same moon reflects the light of the Sun: all created to help us on our way to eternal salvation.

 

 

Entrada del diario #18 

"¿Es aquí donde escribió “Luna llena”? 

Como he dicho antes, nunca me he considerado un escritor, aunque he pasado la mayor parte de mi vida sacerdotal redactando escritos tanto técnica como creativamente. Mi primordial audiencia han sido mis feligreses. Ocasionalmente me han pedido que escriba para audiencias mayores, pero las presentaciones por encargo generalmente han sido rechazadas, ya sea directamente o después de un período relativamente breve de publicación en serie. En esta entrada me complace señalar que, si bien mi fiel audiencia es bastante pequeña, es una audiencia agradecida.

Una joven de mi parroquia se había comprometido recientemente. Tuve una relación relativamente estrecha con ella durante los cuatro años de mi asignación a esta parroquia del centro de la ciudad, ya que a menudo buscaba consejería. Cuando me senté por primera vez con ella y su prometido en la rectoría para dar inicio al proceso de preparación para el matrimonio, me pidió que les diera un recorrido por la casa. Nunca nadie me había pedido esto antes. De inmediato pensé: “la casa es mía”, es decir “yo

vivo aquí”. Pero al mismo tiempo reconocí que en realidad, la casa no es mía. Pertenece legalmente al obispo de la diócesis, y prácticamente a la gente de la parroquia cuyas donaciones originalmente la construyeron, y a través de los años la han mantenido, reparado, calentado, renovado, amueblado, etc. Debo afirmar que es “mi casa”, pero que lo único que hago es habitarla, aun así, es normal que uno se refiera al lugar donde vive como “mi casa”, aunque lo único que haga es habitarla. Accedí a su petición y procedí a darles un recorrido por “mi casa”.

La rectoría donde habito es una construcción muy antigua y bastante grande, construida, quizás, para albergar a tres o cuatro sacerdotes en el pasado. Vivo aquí solo. La conduje a ella y a su prometido a través del espacioso edificio de tres pisos, en su mayoría desocupado, los llevé a un sótano “que da miedo” y un ático bastante espeluznante. Les mostré las oficinas parroquiales, la cocina, el comedor y la sala de estar en el primer piso, mi oficina y las habitaciones para huéspedes en el segundo piso, además de varios espacios para almacenaje, una sala de recreo y más habitaciones para huéspedes en el tercer piso.

Mientras descendíamos la empinada y chirriante escalera de madera de regreso a la planta baja para comenzar nuestras clases en el comedor, pasamos por la puerta cerrada de una habitación que no les había mostrado. “¿Qué hay ahí?”, preguntó la joven. “Ese es mi dormitorio”, respondí. "¿Puedo verlo?". "No, le dije. “Si llegara a tu casa esta noche sin anunciarme, y te pidiera ver tu dormitorio, ¿me dejarías verlo?” “Sí”, dijo ella. Evidentemente su dormitorio no se encuentra como el mío. Cambié de conversación y nos dirigimos a mi oficina.

En mi oficina, en el segundo piso, hay una ventana que da a la calle que es bastante transitada, y desde donde se observa muy ampliamente nuestra hermosa ciudad. Ella notó una silla colocada frente a esta ventana. “Me siento en esta silla cuando quiero pensar”, les dije. La joven respondió: "¿Es aquí donde escribió “Luna Llena?” Esto me sorprendió mucho.

Para aquellos que no están familiarizados con mi ópera, "Luna Llena" es una pieza que escribí durante el tiempo de encierro del Covid con el propósito de fortalecer y alentar a mis feligreses. Este fue un tiempo en el que nadie sabía lo que vendría después. En la introducción del artículo indique que durante el encierro había pasado gran parte de mi tiempo sentado en esta silla, mirando a través de esta ventana y meditando sobre el significado de la vida.

El artículo se publicó en nuestro sitio web ya que nadie podía venir a la iglesia y no se publicaban boletines. Nunca pude imaginarme que una joven de veintitantos años lo leería, lo apreciaría y lo recordaría para preguntar, dos años después: "¿Es aquí donde escribió “Luna llena?” (Para aquellos interesados en leer el articulo sobre “Luna Llena”, el mismo aparecerá en la próxima entrada del Diario).

Para mí, este fue un momento determinante como "escritor". Alguien había leído algo que yo había escrito y había sido influenciado por él hasta el punto de recordarlo, y además recordar el lugar desde el cual lo había concebido, basándose en la composición de dicho articulo. Por primera vez me sentí como un verdadero escritor. Pensé en Robert Frost y Nueva Inglaterra, y en Ernest Hemingway y Key West, y me dije: !Ahora Ringley y el Centro de la Ciudad! (!Vamos amigos! !Todos tenemos derecho a sonar! No lo creen?).

Para aquellos que son receptivos, la palabra escrita puede ser poderosa, incluso puede cambiarles la vida. Mi joven amiga leyó mis escritos en Internet. Yo, como un tipo más maduro, nunca leo cosas en Internet. Leo libros y revistas. Me gusta tenerlos en mis manos, con mis pies cómodamente elevados en un sillón reclinable. Para muchos, la lectura es una tarea. La televisión, las películas y los videos son mucho más fáciles para ellos. Se dirán que pueden hacer otras cosas mientras escuchan y ven. Pero cuando uno tiene un libro entre las manos, puede hacer una pausa, reflexionar y soñar antes de continuar con la lectura. La palabra escrita no pasa de largo. Uno la controla, hace que pase, o no.

Al final, la curiosidad casi descarada pero inocente de mi joven feligresa, fue solo un reflejo de su deseo de leer, aprender, recordar y soñar. Que ella, su esposo y su anhelada familia reflejen siempre la luz de la “Luna Llena” como esa misma luna refleja la luz del Sol: todo creado para ayudarnos en nuestro camino a la salvación eterna.

 

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