Diary Entry #24: Driving Miss Sanchez (Part 2)
During my five years as an inner-city high school chaplain and teacher I had the privilege and pleasure of getting to know hundreds of teenagers. The Sanchez girls were a pair of my favorite students in sophomore Scripture class one semester. They were fraternal twins whose personalities were as different as night and day. One was extroverted, bold, and self-assured in a completely feminine, but assertive way. The other was more introverted, possessing all the qualities of her sister, but with a less audacious manner. They were not two of the most academically inclined students I ever had, but they were good kids who also happened to belong to the parish in which I served at the time. For this reason, and the fact that they were often caught in the after-school Limbo of waiting for a ride home while sitting on the stoop of the locked school in our not-exactly cookie-cutter neighborhood, I knew them better than many other students.
Having completed my teaching day, I often attended after-school events such as soccer, softball, and volleyball games, or stayed late to tutor students who had fallen behind in my class. For the record, basketball was our premier sport, but those games were played later in the evening at a diocesan sports facility in our fair city. Attending the after-school games usually required my driving to local parks since, our school being located deep in the ‘hood, we did not have our own playing fields. Before going home for the evening, I would pass by the school to make sure no student had been stranded without a ride home (as described in “Driving Miss Sanchez Part 1”).
This evening, I encountered the Sanchez sisters stuck in “The Limbo of Those Waiting for a Ride Home”. It wasn’t the first time. They had become comfortable with me in my car. How comfortable, I was soon to learn.
The more audacious Miss Sanchez took the front seat, of course. She must have been the first to exit the womb of her dear mother 16 years earlier. Her sister settled easily into the backseat. According to the rules of engagement, neither of them should have been in the front, and they should not have been in my car at all without the expressed written consent of their parents and the school. (That’s not how it works in the real world.)
The more assertive Miss Sanchez asked, “Can I turn on the radio?” “I guess so”, I said. “I am not sure that it works”. (I never listen to the radio, and had never turned it on). She coaxed it to life and settled on a station that belched forth some obnoxious noise which is called music in our time. She cranked the volume. “What on earth is that?”, I shouted. “Drake”, she yelled. “What is Drake?” “He’s the best”, she responded dreamily.
Thankfully, their home was not too far from school. I dropped them off, wished them a good night, told them to study and say their prayers before going to sleep. I headed home. A block from the Sanchez home I silenced Drake with a flip of my wrist.
While I appreciated the girls’ having expanded my musical horizons, that was the first and last time the radio in my car was gainfully employed. I prefer to pray the rosary while I drive. It’s much more peaceful.
EL DIARIO DE UN SACERDOTE DEL CENTRO DE LA CIUDAD
Entrada de diario #24
Conduciendo a Miss Sánchez (Parte 2)
Durante mis cinco años como capellán y maestro de una escuela secundaria del centro de la ciudad, tuve el privilegio y el placer de conocer a cientos de adolescentes. Las chicas Sánchez eran dos de mis estudiantes favoritas de la clase de las Sagradas Escrituras durante su segundo año . Eran gemelas fraternas cuyas personalidades eran tan diferentes como la noche y el día. Una era extrovertida, audaz y muy segura de sí misma muy femenina. La otra era más introvertida, poseía todas las cualidades de su hermana, pero mas reservada y con una actitud menos audaz. No eran dos de las estudiantes con más altos índices académicos que he tenido, pero eran buenas chicas que también pertenecían a la parroquia en la que servía en ese momento. Por esta razón, y el hecho de que a menudo se encontraban “atrapadas en el limbo” en la situación que antes mencioné, de esperar que alguien viniera a recogerlas mientras esperaban a la entrada de la escuela, o resignarse a caminar y tomar el riesgo de ser asaltadas en el trayecto a casa por los malvivientes que deambulaban por la zona. Por estas circunstancias las conocía mejor que el resto de mis alumnos.
Al terminar mi día de trabajo como maestro, con frecuencia asistía a eventos extraescolares como partidos de futbol o softbol o voleibol, o también algunas veces me quedaba hasta tarde brindando tutoría a algún estudiante que necesitaba ponerse al día en sus clases.
De todos los deportes, el baloncesto era nuestro principal deporte, pero esos juegos se jugaban por la noche en una instalación deportiva diocesana de nuestra hermosa ciudad. Asistir a los juegos después de la escuela por lo general requería que condujera a los campos locales ya que nuestra escuela estaba ubicada en el centro de la ciudad, y no teníamos nuestros propios campos de juego. Antes de irme a casa por la noche, pasaba por la escuela para asegurarme de que ningún estudiante se hubiera quedado varado sin que lo llevaran a casa (como se describe en “Conduciendo a Miss Sánchez Parte 1”).
Esta noche, me encontré con las hermanas Sánchez atrapadas en “El limbo de los que esperan que los lleven a casa”. No fue la primera vez. Ya las había llevado a su casa antes. Ellas se sentían bastante cómodas en mi auto, ¡Bastante cómodas, diría yo!
La señorita Sánchez, la más audaz, tomó el asiento delantero, por supuesto. Me imagino que ella debe haber sido la primera en salir del vientre de su querida madre 16 años antes. Su hermana se acomodó fácilmente en el asiento trasero. De acuerdo con las reglas de compromiso, ninguna de ellos debería haber estado sentada al frente, y la verdad sea dicha, no deberían haber estado en mi auto sin el consentimiento de sus padres y
autoridades de la escuela expresado por escrito. (Así no es como se funciona en el mundo real).
La señorita Sánchez, más atrevida, preguntó: "¿Puedo encender la radio?" “Supongo que sí”, dije. “No estoy seguro de que funcione”. (Nunca escucho la radio, y nunca la había encendido). Le dio vida y se instaló en una estación que emitía un ruido desagradable que en nuestro tiempo se llama música. Ella subió el volumen. “¿Qué diablos es eso?”, grité. “Drake”, gritó ella. "¿Que es Drake?" “Él es el mejor”, respondió ella con una expresión soñadora.
Afortunadamente, su casa no estaba muy lejos de la escuela. Las dejé, les deseé buenas noches, les dije que estudiaran y rezaran antes de irse a dormir. Me dirigí a casa. A una cuadra de la casa de los Sánchez, silencié a Drake con un giro de mi muñeca.
Si bien aprecié que las chicas hubieran ampliado mis horizontes musicales, esa fue la primera y última vez que la radio de mi automóvil fue empleada de forma provechosa. Prefiero rezar el rosario mientras conduzco. Es mucho más apacible.