Diary Entry #28: Trees and Treehouses
I have always loved trees. There is something about them that draws me to them. They are impressive, stately, majestic. They are silent unless the wind causes their leaves to rustle. Untouched by original sin and concupiscence, they don’t ask for anything. They don’t complain. They don’t need to hold meetings or Zoom calls, or to send email. When I was much younger, I spent many hours climbing as high as possible into the branches of a tree just to enjoy the view and to be tossed forward and back by the wind.
My boyhood friends and I built a treehouse in every tree to which we had access. It never occurred to us that the tree might not appreciate having nails driven into it, or having its branches cut off so that rambunctious boys could make way for another “floor” in their treehouse. We scoured dumpsters, garages, and lumber yards managed by friendly grown-up boys in search of any cast-off scraps of lumber that might prove useful in our construction. Reflecting on it now, I think I would have been less than pleased had I been a tree treated in such a way. On the other hand, there is a moving children’s book by Shel Silverstein called “The Giving Tree”. It describes the lifelong relationship between a boy, later a man, and a tree. The tree gives itself to the boy, later a man, over the course of his lifetime in a variety of ways until it has nothing left to give. The tree can be thought of, from a literary perspective, as a Christ figure. (If you have not read the book, you must). Perhaps the trees in which we constructed our treehouses did not so much mind it. Maybe they even enjoyed it.
I have seen those television shows which document the construction of treehouses that cost more money than I have earned in my entire lifetime. Those treehouses are impressive, but they are not really treehouses. They are houses built in trees.
During the years between the idyllic treehouse days of my boyhood and my first assignment as a priest I did not have access to trees. I lived in dormitories, apartment complexes, and rental houses (not to mention prisons masquerading as seminaries). Places where, obviously, one could not indulge one’s desire to build a treehouse.
My first assignment as a priest was at suburban parish with a campus of approximately 9 acres. There was a creek running through the stunning property with some excellent treehouse trees along its banks. I wanted to build a treehouse there and enlist the aid of the boys from our parochial school. I thought it would be an excellent opportunity for them to learn something about nature, construction, comradery, and soliciting gifts for a noble purpose, i.e., scraps of lumber from here and there. My pastor would hear nothing of it. He did not know how to have fun. He did not know treehouses.
When I first became a pastor, my rectory had a large, lovely old tree across the parking lot from an outdoor deck off the second floor. I had planned to build a treehouse in that tree and connect it to the deck by means of a zipline. We would have been able to barbecue on the deck and zip across the lot to our treehouse to enjoy our hamburgers and hotdogs. It would not have been accessible from the ground; a perfect hideout. Alas, I was transferred to another parish before I could realize my dream. I had been too occupied with repairing broken stuff and managing the parish to build my treehouse. The opportunity was lost.
I recently began to think about trees again. I received a call from my city’s “Tree Alliance”. I frequently receive calls from all sorts of institutions looking to use my parish to their advantage. This one was different. The “Tree Alliance” volunteered to visit my property, determine which type, and how many trees might be planted, supply those trees, and plant them for free. Of course, I readily agreed. The tree guy came at the appointed time, and we walked the property discussing the existing trees and their needs, as well as what additional trees we might plant.
The trees to be planted by the “Tree Alliance” are small, utilitarian, and ornamental. Afterall, our parish is in the middle of a city. These trees will not invite the construction of a treehouse by me or the boys of my parish. We recently planted a willow tree very near the church building. Its sole purpose is to absorb water during heavy rains so that the water will not seep through the walls of the basement chapel and flood it (which has happened in the recent past). It seems to be working. Willow trees are lovely, but they are not suitable for the construction of a treehouse. Function over form. It’s all so modern and pedestrian.
As I conclude my reflection on trees and treehouses, I realize that the joy of building treehouse is not to be found in its completion, but in its construction. Those who have treehouses built for them, ready to inhabit, have missed the point. A treehouse is a project that engages one’s imagination, demands one’s attention, and challenges one’s abilities. Such is life. Our lives are never turn-key ready. As long as we have breath in us, we are under construction, like a true treehouse.
As I persevere in the construction of my life, trying to grow in holiness and helping my parishioners to do likewise, I realize that I may never have another opportunity to build a treehouse. I hope that I may. Nevertheless, I am content with continuing the construction of my life amid the branches of the Tree of Life Himself. A more perfect treehouse tree is nowhere to be found.
Entrada del diario: árboles y casas en los árboles
Entrada del diario #28
árboles y casas en los árboles
Siempre me han gustado los árboles. Hay algo en ellos que me atrae hacia ellos. Son impresionantes, señoriales y majestuosos, Son silenciosos a menos que el viento haga susurrar sus hojas. Libres del pecado original y de la concupiscencia. No piden nada, no se quejan. No necesitan convocar a reuniones o llevar a cabo conferencias por medio Zoom, ni tampoco enviar, recibir, y contestar correos electrónicos.
Cuando era mucho más joven, me gustaba subirme a los árboles, me instalaba en una de las ramas más altas de donde podía contemplar y disfrutar de la vista y además ser mecido por el viento de un lado a otro.
Mis amigos de la infancia y yo construíamos una casa en cada árbol al que teníamos acceso. Nunca se nos ocurrió que al árbol podría no gustarle que le clavaran clavos o que le cortaran las ramas para que unos muchachos revoltosos pudieran construir un “segundo piso” en la construcción de su casa en el árbol.
Nos rebuscábamos para encontrar todo tipo de materiales que nos pudieran servir para nuestras construcciones. Revisábamos contenedores de basura, garajes y también visitábamos algunos aserraderos administrados por jóvenes adultos que compartían nuestros deseos de construcción y siempre estaban dispuestos a proporcionarnos sobrantes de madera que nos pudieran ser útiles para nuestras construcciones. Cuando reflexiono sobre esta etapa de mi vida y nuestras construcciones en los árboles, creo que si yo hubiera sido árbol, no me hubiera gustado ser tratado de esa manera.
Existe un libro del autor Shel Silverstein titulado “The Giving Tree” (El Árbol Regalón) que describe la relación de un árbol entre un niño y después adulto. El árbol se entrega al niño, quien más tarde se convertirá en adulto, una y otra, y otra cosa hasta que ha agotado todo lo que tiene y no tiene nada más que darle. El árbol se puede considerar, desde una perspectiva literaria, como una figura de Cristo. (Si no has leído el libro, debes hacerlo). Si lo vemos desde este punto de vista, a lo mejor a los árboles en donde construimos nuestras casas no le importó que lo hiciéramos. ¡Quien sabe, a lo mejor incluso lo disfrutaron!
He visto esos programas de televisión que documentan la construcción de casas en los árboles que cuestan más dinero del que he ganado en toda mi vida. Esas casas en los árboles son impresionantes, pero en realidad no son casas en los árboles. Son casas construidas en árboles.
Durante los años entre los días idílicos de la casa del árbol de mi niñez y mi primera asignación como sacerdote, no tuve acceso a los árboles. Viví en dormitorios, complejos de apartamentos y casas de alquiler (sin mencionar las prisiones disfrazadas de seminarios). Lugares donde, obviamente, uno no podría satisfacer el deseo de construir una casa en el árbol.
Mi primera asignación como sacerdote fue en una parroquia suburbana con un campus de aproximadamente 9 acres. Había un arroyo que atravesaba la impresionante propiedad con algunos árboles excelentes a lo largo de sus orillas. Quería construir una casa en uno de los árboles de allí e involucrar a los niños de nuestra escuela parroquial en este proyecto. Pensé que sería una excelente oportunidad para que aprendieran algo sobre la naturaleza, la construcción, el compañerismo y solicitar ayuda de aquí y de allá para contar con los materiales de construcción necesarios para el proyecto y que yo consideraba un noble propósito. Mi párroco no quería saber
nada de este proyecto. ¡Que lastima, no sabía cómo divertirse! No se daba cuenta lo divertido que resulta construir casa en los árboles.
Cuando me asignaron como párroco por primera vez, mi rectoría tenía un árbol viejo grande y encantador al otro lado del estacionamiento que podía observarse desde una terraza en el segundo piso de la rectoría. Mi plan era construir una casa en este árbol y conectarla a la terraza por medio de cables. Sonaba con que podríamos tener barbacoas en la terraza y cruzar por medio de los cables a nuestra casa en el árbol, y disfrutar allí de nuestras hamburguesas y perritos calientes. La casa en el árbol no tendría acceso desde abajo, así que sería el escondite perfecto. Por desgracia, me transfirieron a otra parroquia antes de que pudiera realizar mi sueño. Había estado demasiado ocupado haciendo reparaciones y administrando la parroquia y no había tenido tiempo de construir mi casa en el árbol. Se perdió la oportunidad.
Recientemente comencé a pensar de nuevo en los árboles. Recibí una llamada de la “Tree Alliance” de mi ciudad. Con frecuencia recibo llamadas de todo tipo de instituciones que buscan utilizar mi parroquia para su beneficio. Este era diferente. La “Tree Alliance” se ofreció como voluntaria para visitar mi propiedad, determinar qué tipo y cuántos árboles se pueden plantar, suministrar esos árboles y plantarlos gratis. Por supuesto, acepté de buena gana. El encargado de los árboles llegó a la hora acordada y recorrimos la propiedad discutiendo los árboles existentes y sus necesidades, así como qué árboles adicionales podríamos plantar.
Los árboles que plantaría la “Tree Alliance” serían más bien arbustos ornamentales. Después de todo, nuestra parroquia está en medio de una ciudad. Desafortunadamente este tipo de árboles no servirían para la construcción de una casa que yo podría construir con la ayuda de los niños de mi parroquia.
Recientemente plantamos un sauce llorón muy cerca del edificio de la iglesia. Su único propósito es absorber agua durante las fuertes lluvias con el fin de que el agua no se filtre a través de las paredes de la capilla del sótano y la inunde (lo que ha sucedido en el pasado reciente). Parece estar funcionando. Los sauces son hermosos, pero no son adecuados para la construcción de una casa en el árbol. ¡Funcionalidad sobre todo!
Al concluir mi reflexión sobre los árboles y las casas en los árboles, me doy cuenta de que la alegría de construir una casa en el árbol no está en el resultado del proyecto sino en el periodo de construcción. Aquellos que tienen casas en los árboles previamente construidas y listas para habitarse, se han perdido lo divertido que es construirlas.
Construir una casa en un árbol es un proyecto que requiere creatividad, imaginación, y en general es un reto a nuestras habilidades. Así es la vida. Nuestras vidas nunca están preparadas para su funcionamiento. Aprendemos a medida que vivimos. Mientras tengamos aliento en nosotros, estamos en construcción, como una verdadera casa en un árbol.
Mientras persevero en la construcción de mi vida, tratando de crecer en santidad y ayudando a mis feligreses a hacer lo mismo, me doy cuenta de que nunca tendré otra oportunidad de construir una casa en un árbol. No pierdo las esperanzas, espero que algún día pueda. Sin embargo, me conformo con continuar la construcción de mi vida entre las ramas del Árbol de la Vida. ¡No se puede encontrar un árbol mas perfecto!