Diary Entry #36: A Good Samaritan
It was a dark, cold, and rainy night. I was on my way to a gathering of the faithful at a parish in a remote area to which I had never been. I really hate driving at night. I really hate driving in the rain. And I really hate driving to someplace I have never been before at night and in the rain. I knew I would get lost, and I did. Very lost. Call it a self-fulfilling prophecy, but I have lived in my part of the country long enough to know that the chances of finding my way in a remote area with no streetlights and no road signs are slim. Why there are no streetlights and no road signs in one of the most densely populated states in the country I do not understand. I have been told that the people who live in these parts don’t want them. I can understand that, but then don’t ask me to try to find you. Remember, I am an inner-city priest. I rarely drive anywhere as there is a grocery store one block from my rectory and a pharmacy across the street. There are numerous restaurants within walking distance. The hospital is a ten-minute walk from my house. My morning commute is 10 yards from the bottom of the back stairs of the rectory to the side entrance of the church. If I did not own a car, I would not miss it much.
It could be argued that there is nothing “remote” in the New England state in which I live. It is one of the most crowded areas in the country outside of the major cities. Nevertheless, had you been with me that cold, dark, and rainy night you would have agreed that the place in which we found ourselves was nothing less than remote.
I had followed the directions I had acquired on “Google Driving Directions”. There were three options. I was not familiar with any of them. As it turned out, none of them was the simplest
way to my destination. You may ask why I did not use my cellphone or GPS. I don’t have a cellphone or GPS. I do not have them because I have seen what they have done to the human mind and to the human person. I’ll preserve my humanity, thank you just the same.
As I drove blindly through the darkness and rain, I searched for a gas station or convenience store where I might stop to ask directions. (In spite of the fact that I am a man, I am not at all afraid to ask people for directions). There were no stores of any kind. There were some houses, but they were all very large, very gated, and very set back from the pig trail which was masquerading as a road. I judged that it might not be wise to stop at one of those. I did not expect that I would be hospitably received on such a dark and rainy night. On I drove on, having absolutely no idea where I was or where I was going.
Finally, I spotted a car parked at the side of the road with its lights on and engine running. I stopped in front of it, praying that the car’s occupant would not be frightened and draw his concealed weapon. I jumped out of my car with my hands up in a gesture of surrender as one would make when encountering the police. I had made sure that my clerical collar would be seen. The fellow in the car rolled down his window with a look of suspicion on his face. He must have thought I had stopped to ask if he knew Jesus Christ as his personal savior and if he wished to be saved.
I explained my predicament and my destination. The fellow paused in thought for a moment before saying, “You know, I know where you need to go, but I can see that you will never get there by trying to follow my instructions.” “Follow me”, he said pointing his arm out the window. “We’re going that way.” I thanked him profusely, leapt back into my car, and off we hurtled into the dark and rainy night. Up hill and down dale we raced. I felt like Ichabod Crane trying to keep up with the Headless Horseman rather than escape him. The speed at which we were travelling concerned me as I was not familiar with the roads, but I did not want to annoy my savior by driving like an old man, nor did I want to lose sight of him. There was, quite literally, no one else to whom I might have turned for help. After about 20 minutes he had safely led me to my destination. He stopped in the middle of the road and honked his horn a few times. I honked back. Off he shot into the night.
Obviously, I was more than grateful for having found my Good Samaritan. I might still be out there somewhere trying to find my way back to civilization. Had I possessed a cellphone or GPS I might have avoided the hassle and stress of being lost, by I would never have met my Good Samaritan and he would never have had the opportunity to do his good deed for the day. While our encounter was brief, it was perfectly human; I was a friend in need, he was a friend indeed. Sure, he might have ignored me and driven off, or mugged me and taken my wallet. But he did not. I’ll continue to take my chances, trusting in the inherent goodness that God has implanted in each of the human souls which He has created in His image and likeness.
By the way, I only needed two roads by means of which to get back home: a simple “L” on the map. I could have got there the same way. Next time, I’ll skip the computer, make a landline phone call, and talk to a fellow human to ask directions. Even if I still get lost, I may meet another Good Samaritan who may restore my hope, yet again, in humanity.
EL DIARIO DE UN SACERDOTE URBANO
Entrada de diario #36
UN BUEN SAMARITANO
Era una noche oscura, fría y lluviosa. Me dirigía a una reunión de fieles que se llevaría a cabo en parroquia ubicada en un área remota con la que no estaba familiarizado, pues nunca la había visitado antes. Realmente detesto conducir de noche, detesto conducir bajo la lluvia, como también detesto conducir a un lugar en el que nunca he estado antes, sobre todo, de noche y bajo la lluvia. ¡Sabía que me perdería! Y tal como lo predije, ¡Me perdí! El hecho de haber vivido en esta región del país lo suficiente, me da derecho a pensar que las posibilidades de encontrar mi destino, en un área remota sin alumbrado público ni señales de tráfico son escasas.
No entiendo por qué no hay faroles ni señalización vial en uno de los estados más densamente poblados del país. Me han informado que los habitantes de esta región reúsan estos servicios. Entiendo su posición y la respecto; ¡Pero no me pidan que trate de encontrarles! No olviden que soy un sacerdote acostumbrado a vivir en el casco urbano de la ciudad, que raramente uso mi automóvil pues todo me queda cerca: Hay una tienda de comestibles a una cuadra de mi rectoría, una farmacia al otro lado de la calle, hay numerosos restaurantes a poca distancia, y en 10 minutos llego al hospital caminando. Trasladarme de la rectoría al interior de la iglesia por la parte lateral me queda a más o menos 10 metros de distancia. Para ser sincero, puedo decirles que, si no tuviera automóvil, no me haría mucha falta.
Algunos podrían argumentar que, en Nueva Inglaterra, donde vivo, no existe nada remoto. Es una de las zonas más pobladas del país fuera de las principales ciudades. Sin embargo, si hubieras estado conmigo esa noche fría, oscura y lluviosa, habrías estado de acuerdo conmigo en que el lugar en donde me encontraba, definitivamente era un lugar remoto.
Había seguido las instrucciones que había adquirido en "Instrucciones de manejo de Google". Las instrucciones me daban tres opciones. No estaba familiarizado con ninguna de ellos. Al final resultó que, las tres eran bastante complicadas. Ustedes se preguntarán porque no hice uso de mi teléfono celular o mi GPS. La respuesta: No tengo celular, y la razón de no tenerlo es que he visto lo que le han hecho a la mente humana, yo optare por preservar mi humanidad. ¡Gracias de todos modos por sugerirme el uso de un celular!
Mientras conducía a ciegas a través de la oscuridad y la lluvia, busqué una gasolinera o una tienda de conveniencia donde pudiera detenerme para preguntar direcciones. (A pesar de que soy un hombre, no tengo ningún problema para pedir direcciones si es necesario). No encontré ninguna tienda, ni una gasolinera. Pude observar algunas casas, pero todas eran caserones con grandes muros y muy alejadas del camino. Pensé que no sería prudente detenerme en una de esas mansiones para pedir ayuda. No esperaba ser recibido hospitalariamente en una noche tan oscura y lluviosa, así es que seguí manejando, sin tener absolutamente ninguna idea de dónde estaba o hacia dónde me dirigía.
Finalmente, vi un automóvil estacionado al costado de la carretera con las luces encendidas y el motor en marcha. Me detuve frente a él, rezando para que el ocupante del auto no se asustara y sacara su arma oculta. Salté de mi auto con las manos en alto en un gesto de rendición como uno haría cuando se encuentra con la policía. Me había asegurado de que se viera mi cuello de sacerdote. El tipo del coche bajó la ventanilla con una mirada de sospecha en su rostro. Debe haber pensado que me había detenido para preguntarle si conocía a Jesucristo como su salvador personal y si deseaba ser salvo.
Le expliqué mi situación y mi destino. El tipo se detuvo a pensar por un momento antes de decir: "Sabe, sé hacia donde se dirige, pero sería bastante complicado tratar de explicarle como llegar, así es que mejor sígame, nosotros vamos por ese camino, le indicaré el lugar. Le di las gracias efusivamente, volví a subir a mi coche y nos adentramos en la noche oscura y lluviosa. Cuesta arriba y valle abajo. Me sentí como Ichabod Crane tratando de seguir el ritmo del Jinete sin cabeza en lugar de escapar de él. La velocidad a la que íbamos me preocupaba porque no conocía los caminos, pero no quería molestar a mi salvador conduciendo como un anciano, ni perderlo de vista.
Literalmente, no había nadie más a quien pudiera haber recurrido en busca de ayuda. Después de unos 20 minutos, me llevó a salvo a mi destino. Se detuvo en medio de la carretera y tocó la bocina varias veces. Yo también toqué mi bocina en gesto de agradecimiento. Mi buen samaritano continuó su camino en medio de la noche a toda velocidad.
Obviamente, que yo estaba más que agradecido por haber encontrado a mi buen samaritano. De no haber sido por él, a lo mejor todavía andaría de un lugar a otra tratando de encontrar el camino de regreso a la civilización. Si hubiera tenido un teléfono celular o un GPS, podría haber evitado la molestia y el estrés de perderme, pero nunca habría conocido a mi buen samaritano y él nunca habría tenido la oportunidad de hacer su buena obra del día. Si bien nuestro encuentro fue breve, fue perfectamente humano; Yo era un amigo en necesidad, él era un amigo de verdad. Por supuesto que mi buen samaritano pudo haberme ignorado y seguir su camino, o me hubiera asaltado, llevando mi billetera consigo, pero no lo hizo, se detuvo y me auxilió. Yo, por mi parte, seguiré arriesgándome, confiando en la bondad inherente que Dios ha implantado en cada una de las almas humanas, almas que Dios a creado a imagen y semejanza suya.
Por cierto, cabe mencionar que en realidad solo había dos caminos por los cuales volver a casa: una simple “L” en el mapa era todo lo que necesitaba. Podría haber llegado allí de la misma manera. La próxima vez, no recurriré a la computadora para que me dirija, haré una llamada de mi oficina y hablaré con un ser humano para pedir direcciones; y si aun así me pierdo, pues confiaré en la misericordia de Dios para encontrar otro buen samaritano que restaure mi esperanza y bondad en la humanidad.