Diary Entry #4: A Conversion Story
Some years ago, I received a phone call from a young man who had recently asked a young woman to marry him. She agreed. He asked me if I would be willing to prepare him and his fiancé for marriage. I did not know the young man, nor the young woman, nor did either of them belong to my parish. Nevertheless, never knowing what God has in store, I agreed. I met with the couple several times to explain to them the significance of the Sacrament of Holy Matrimony, and we finalized their plans.
The rehearsal was to take place at a church about a 20-minute drive from my residence. (That would be 20 minutes at 3:00 in the morning). The rehearsal was on Black Friday, the busiest shopping day of the year (following Thanksgiving Day, the last Thursday in November, one of the busiest travel days of the year in the United States). I live in a very densely populated part of the country. The 20-minute drive took me two hours. When I arrived at the church there was no place to park. All the parking had been taken up by pre-Christmas holiday shoppers. Of course, everyone else was also late for the rehearsal. It was an hours-long ordeal. It was cold. It was raining. I cannot say that I was filled with the joy of the occasion with which I should have been filled. We did what needed to be done to prepare for the wedding the next day and proceeded to a local restaurant for dinner. I really wanted to go home.
In the restaurant, which was loud and cold as I remember, I was seated next to the mother of the bridegroom. After the exchange of some pleasantries I asked, “I am happy to be here, but I don’t really understand why I am here. Why did your son ask me to officiate at his wedding?”
His mother replied, “Some years ago my son was experiencing a very difficult time in his life. He came to you for the Sacrament of Confession, and you told him something that completely changed his life.”
I have no idea what his Confession was, nor what I told him. I am neither a miracle worker nor a saint. The Lord works in mysterious ways. I am thankful that I was able to be of help.
What I learned from this experience is that one never knows how one’s witness to the Faith may completely change a life or even slightly steer it in a different direction. Sometimes just a word or an action can mean the difference between Life (in the Biblical sense) or death (in the biological sense). Sometimes it is a great sacrifice to do what ought to be done. But one never knows how God is planning to use him as an instrument in the work of salvation.
People often ask how I persevere as a priest in the face of the craziness of the world in which we live and the craziness of the Church of which we are a part. These are the sorts of experiences that keep me going. And, they keep other people going, too. I have a lifetime of remarkable experiences which I relate to people according to their needs. They keep me going. They keep others going. As St. Paul says somewhere in his letters, “Keep on keeping on.”
And so we do.
Diario #4: Una Historia de Conversión
Hace algunos años, recibí una llamada telefónica de un joven que recientemente le había propuesto matrimonio a su novia. Ella lo aceptó. A pesar de que no conocía al novio, y que ninguno de los dos pertenecida a mi parroquia, acepté prepararlos para su boda cuando el muchacho me lo propuso. Me reuní con la pareja varias veces para explicarles el significado del Sacramento del Sagrado Matrimonio, y finalizamos sus planes.
El ensayo de la boda iba a tener lugar en una iglesia a unos 20 minutos en auto desde mi residencia. (serían 20 minutos si consideramos que hiciera el trayecto a las 3:00 de la mañana, cuando el trafico es liviano o no existente). Para empeorar las cosas el ensayo se llevaría a cabo el “Viernes Negro”, el día de compras más concurrido del año (después del Día de Acción de Gracias, o sea el último jueves de noviembre, en que los estadounidenses se desplazan de un lugar a otro ya sea en auto, u avión).
Vivo en una región densamente poblada del país. El trayecto, que sin trafico me tomaría 20 minutos, me tomó dos horas. Cuando por fin llegué a la iglesia no había lugar para estacionarme. El estacionamiento estaba repleto de autos de personas que hacían sus compras navideñas. Por supuesto que esta situación hizo que también todos los participantes al ensayo llegaran tarde. Todo fue un calvario, hacia frio, estaba lloviendo, y yo no me encontraba con la actitud de gozo que se supone existe en estos eventos. Hicimos lo que había que hacer para prepararnos para la boda al día siguiente y nos dirigimos a un restaurante local para la cena. ¡Yo solo quería regresar a casa!
En el restaurante había mucho ruido y se sentía un frio intenso. Yo me encontraba sentado junto a la madre del novio, y después de un intercambio de frases de cortesía y algunas bromas, pregunté a la madre: “Estoy contento de poder ayudar a los novios con su boda, pero la verdad, no entiendo porque estoy aquí”, “¿Porque que cree usted que su hijo me pidió que oficiara en su boda?” La madre respondió: “Hace algunos años, mi hijo estaba pasando por un momento muy difícil en su vida, llegó a su parroquia para confesarse y usted le dijo algo que cambio su vida por completo”.
No recuerdo su confesión, ni lo que le dije. Yo no hago santos, ni tampoco hago Milagros. El Señor obra de maneras misteriosas y le agradezco el haber podido ayudar a este joven en su necesidad.
Lo que aprendí de esta experiencia es que uno nunca sabe cómo un testimonio de fe puede cambiar por completo una vida o incluso conducirla por rumbos distintos. A veces, una palabra o una acción pueden significar la diferencia en una vida (en el sentido bíblico) o la muerte (en el sentido biológico).
A menudo hacer lo debemos hacer significa un sacrificio de nuestra parte, pero nunca se sabe cuando Dios planea usarnos como instrumentos en su obra de salvación.
Mucha gente me pregunta cómo hago para perseverar como sacerdote ante la locura del mundo en el que vivimos y la locura de la Iglesia de la que somos parte. Experiencias como la que aquí relato me mantienen. Este es el tipo de experiencias que me mantienen, tanto a mi como también mantienen a otras personas. Tengo toda una vida de experiencias notables que relaciono con las personas según sus necesidades. Como dice San Pablo en alguna parte de sus cartas, “Sigan adelante”.
Y así lo hacemos.