Diary Entry #40: Gift Card Girl; or, Another Mystery Woman.
As we have learned along the way, unusual people show up at inner city Catholic Churches. I realize that they show up everywhere, but I am not everywhere. I have spent the major part of my priesthood in inner city parishes and schools. I can only speak from my own experience. The young woman I encountered on this occasion I will call Gift Card Girl.
I went to the church one evening to close the building around 8:00 pm as is my custom. Sometimes I find people there. Sometimes I do not. I always prefer it when I do not. This might sound uncomfortable to those who think that a priest should always be available to anyone who needs him, and always on the lookout for souls to save. I agree with that wholeheartedly. The problem is that I, a priest, am completely incapable of caring for many of those who come my way. I am not a psychiatrist, psychologist, medical doctor, substance abuse counselor, nor a therapist, nor an exorcist. I am not Santa Clause. I can explain the Catholic Faith coherently and with inspiration to those who have the use of reason and want to hear about it. I can administer the sacraments. For those who are compromised emotionally, intellectually, or psychologically, I have, unfortunately, little to offer but the grace of those sacraments, which I administer in the Person of Christ. Many people who come my way need skilled help, which I do not have to offer. Yet, I am obliged by the Lord’s mandate, and by my promises to my bishop, to do what I can. Often, all I can do is listen. On this night I ran into a young, attractive woman who appeared to be of college age hanging around the church. I had never seen her before, I was sure. That is not normal.
She was occupying herself with the votive candle rack when I met her as I entered the church to lock it for the night. I greeted her and decided to let her go about her business as I made my way around the church turning off lights, locking doors, and generally making it known that it was time for her to depart. She did not get the hint. This is not unusual for those with compromised mental health status. They often do not read “the signs of the times” as the rest of us would.
Having finished my chores, it was time to engage her. I introduced myself and asked if there was some way that might be of assistance to her. “No”, she said, “I am just saying my prayers”. “I am sorry”, I said, “but I really must close the church and get to bed. Forgive me for asking you to leave”. She was immediately apologetic and begged forgiveness. “Don’t worry”, I said, “it’s okay”. “It’s just that I have a schedule to maintain, and I must ask you to leave.”
“I want to leave an offering for the church.”, she said. She proceeded to open her backpack and to remove some small stuffed toys, key chains, her university identification card, some other small trinkets, and three gift cards of the sort that one purchases at a checkout counter and gives as Christmas gifts. She placed all of them in the sand under the votive candles, gathered up her backpack and coat, and made for the exit. “Have a
good night”, I said. “Thank you” she said, “You too.” I never saw her again. I had the strange feeling that she was leaving her life behind her that night, and I hoped and prayed that I had not done the wrong thing by urging her on her way. I later used her identification card to try to track her down at her university, but she was no longer listed as a student there. I was unable to locate her.
All I can do is hope that I did not do the wrong thing that night. I constantly struggle with trying to adhere to my schedule so that I can properly serve those whom I am obliged to serve. I strive, mostly unsuccessfully, to maintain a healthy lifestyle. At the same time, I try to make myself available to all who come my way. It is virtually impossible for me to do all of that at once. May God have mercy on Gift Card Girl and me. I hope she found what she was looking for. I pray that she is okay.
EL DIARIO DE UN SACERDOTE URBANO
Entrada de diario #40
La Chica de la Tarjeta de Regalo, Otra Joven Misteriosa
Como hemos aprendido en nuestro caminar por este mundo, hay personas, podríamos decir “raras” o fuera de lo común que se presentan en las iglesias católicas urbanas. Estoy consciente de que también se presentan en otras partes, pero yo no estoy en otras partes. He pasado la mayor parte de mi sacerdocio en parroquias y escuelas urbanas, por lo tanto, solo puedo hablar sobre mi propia experiencia. A la joven con la que me encontré en esta ocasión la llamaré “La Joven de la Tarjeta de Regalo”
Como es mi costumbre y mi rutina diaria, una de tantas noches y alrededor de las 8 de la noche, me dirigí a la Iglesia para cerrar el edificio. A veces encuentro personas, a veces no. Yo prefiero no encontrar a nadie. No me malinterpreten. Ustedes pensarán que un sacerdote debe estar siempre disponible para cualquiera que lo necesite, y siempre dispuesto a salvar una alma en donde la encuentre. Estoy completamente de acuerdo. El problema es que yo, un sacerdote, soy incapaz de auxiliar a muchos de los que se cruzan en mi camino. No soy psiquiatra, ni psicólogo, ni médico, ni consejero de abuso de sustancias, ni terapeuta, ni exorcista. Yo no soy Papá Noel. Y desafortunadamente tengo poco que ofrecer excepto la gracia de los sacramentos que administro en la Persona de Cristo. Lo que si puedo ofrecer como sacerdote que soy, es explicar la fe católica con coherencia y con inspiración a aquellos que tienen uso de razón y quieren oír hablar de ella. También puedo administrar los sacramentos. Pero para aquellos que padecen trastornos ya sea emocional, intelectual o psicológicamente, no tengo mucho que ofrecer. Muchas personas de las que encuentro en mi camino necesitan ayuda especial y calificada que yo no puedo ofrecer. Sin embargo, estoy obligado por mandato del Señor, y por las promesas que hice a mi obispo, a hacer lo que pueda. A menudo, todo lo que puedo hacer es escuchar.
Esa noche me encontré, dando vueltas por la Iglesia con una joven y atractiva muchacha que parecía estar en edad universitaria. Estaba seguro de no haberla
visto antes, y esto no era normal. Cuando entre a la Iglesia, esta joven se encontraba ocupada encendiendo algunas velas votivas. La saludé y decidí dejarla que se ocupara de sus asuntos mientras yo deambulaba por la iglesia haciendo mi trabajo, cerrando puertas, apagando luces, y en general tratando de hacerla entender que era hora de “ir a casa”. Ella al parecer no entendió la indirecta. Esto es normal en aquellas personas con un estado de salud mental anormal. Estas personas no “leen los signos de los tiempos” como la haría cualquiera de nosotros con facultades mentales normales.
Habiendo terminado mi trabajo decidí que era hora de hacerle saber que estaba a punto de cerrar. Me presenté y le pregunté si podía ayudarla en algo. “No”, me dijo ella, “solo estoy rezando”. “Lo siento”, le dije, “pero realmente debo cerrar la iglesia y prepararme para dormir. “Disculpe que le tenga que decir que es hora de cerrar”. Inmediatamente se disculpó. “No se preocupe”, le dije, "Es solo que tengo un horario que mantener y debo cumplirlo". “Quiero dejar una ofrenda para la iglesia”, me dijo, y procedió a abrir su mochila y sacar algunos artículos, sacó un peluche, llaveros, su tarjeta de identificación de la universidad, algunas otras pequeñas baratijas y tres tarjetas de regalo de las que uno compra al hacer los pagos en la tienda y da como regalo de Navidad. Acto seguido, depositó las tarjetas en el lugar donde se colocan las velas votivas, recogió su mochila y su abrigo y se dirigió a la salida. “Buenas noches” le dije, y “Gracias”. “Buenas noches a usted también” me contestó, y salió. Nunca más la he vuelto a ver. Tuve la extraña sensación de que esa noche, esta pobre alma dejaba atrás el pasado, y rezaba por un nuevo comienzo. Yo por mi parte esperaba no haber sido rudo con ella al pedirle que se marchara. Más tarde traté de localizarla en la universidad usando la tarjeta de identificación que había dejado, pero ya no aparecía como estudiante en esa universidad. No pude localizarla.
Todo lo que puedo hacer es confiar en que no hice nada malo esa noche. Lucho constantemente tratando de cumplir con mi horario para poder servir adecuadamente a aquellos a quienes estoy obligado a servir. Me esfuerzo, en su mayoría sin éxito, por mantener un estilo de vida saludable. Al mismo tiempo, trato de estar disponible para todos los que se cruzan en mi camino. Es prácticamente imposible para mí hacer todo eso a la vez. Que Dios tenga piedad de la “Chica de la Tarjeta de Regalo” y de mí también. Espero que haya encontrado lo que estaba buscando. Rezo por su bienestar.