THE DIARY OF AN INNER-CITY PRIEST
Diary Entry #47:
Other Christmas Stories
As I have written before, Christmas does not evoke many nostalgic memories for me as a priest. I have treasured memories of Christmas from my childhood and early youth, but for many years as a church musician, and later as a priest, I have worked hard, far from home, on Christmas Eve and Christmas Day since I was 18 years old.
Depending on the day on which Christmas falls, a priest (or parish musician) can expect to do two weekends worth of Masses (or more) in the space of four days. For example, when Christmas falls on Thursday and Friday, or Monday and Tuesday, a lone parish priest (or musician) can be expected to offer 12 or 14 Masses in the space of four days.
A Mass marathon like that is not exactly conducive to cultivating cherished Christmas memories. I invite my readers to imagine attending 12 Masses in the space of four days (let alone singing them, and preaching a homily 12 times in that space of time) while remaining chipper, positive, and filled with the Yuletide spirit. It can be challenging.
Nevertheless, there are those moments. I remember a period of perhaps two or three years during which I was not assigned to a parish. I held another position which did not oblige me to offer the marathon of Christmas Masses. A generous pastor friend allowed me to “camp out” in a building on his property which was not regularly used during the Christmas season. I packed a bag, acquired some supplies, and assumed my post in the temporarily vacant building on the edge of the property of a very busy parish. I had a window with a view.
On Christmas Eve, as the priests of the parish were busy, snow was falling, and people were coming and going, I sat in my perch watching it all pass in front of me. I reflected on the beauty of it all. Not being forced to “make it happen”, I was able to enjoy Christmas as a relatively normal person for the first time in many years. I truly enjoyed myself, all alone, that Christmas Eve and felt the sense of nostalgia for Christmases past which I had not experienced for a long time.
The next morning, Christmas day, I had agreed to assist at a parish some distance from my “window with a view”. I arose early in a festive mood, jumped in the car, and motored off toward my destination in a cheerful, thankful Christmas spirit.
As I turned onto the entrance ramp of the Interstate Highway at about 7:00 am I saw a panhandler with a homemade sign reading, “Hungry. Please help.” I rolled down my window (not offering him money) and said, “Merry Christmas, Sir. Have a wonderful Holiday”. He responded with a vulgar gesture utilizing both his arms and the middle finger of one hand. He disturbed my soul for a moment, but I resolved not to let him obliterate my joy. It took me some time while driving down the empty Interstate Highway to push the memory of the man’s Christmas vulgarity out of my mind. He was probably mentally ill, anyway.
The great mystery of Christmas is that for such as these, and such as we, God became man and allowed Himself to be tortured and killed for the sake of the salvation of our souls. There is no greater mystery than that.
EL DIARIO DE UN SACERDOTE URBANO
Entrada de diario #47
Otras Historias Navideñas
Como he escrito antes, la Navidad no me evoca muchos recuerdos nostálgicos como sacerdote. Tengo muy gratos recuerdos navideños de mi niñez y juventud, pero durante muchos años como músico de iglesia, y luego como sacerdote, he trabajado duro, lejos de casa, en la víspera de Navidad y en el día de Navidad desde que tenía 18 años.
Dependiendo del día en que cae la Navidad, un sacerdote (o músico parroquial) puede esperar celebrar dos fines de semana de Misas (o más) en el espacio de cuatro días. Por ejemplo, cuando la Navidad cae en jueves y viernes, o lunes y martes, se puede esperar que un solo párroco (o músico) ofrezca 12 o 14 Misas en el espacio de cuatro días. En una situación como esta, en que el trabajo es tan arduo y realizado en tan corto tiempo, no necesariamente pueden cultivarse recuerdos navideños entrañables.
Yo invito a mis lectores a que se imaginen asistiendo a 12 Misas en el espacio de cuatro días (cantándolas y predicando de 12 a 14 homilías en tan corto tiempo), y estar llenos del espíritu navideño, positivos y llenos de gozo. Esto puede ser un reto para cualquiera.
Sin embargo, existen algunos momentos memorables que me han ocurrido durante la Navidad y que puedo compartir con ustedes. Recuerdo un período de quizás dos o tres años durante el cual no fui asignado como párroco ni como vicario de ninguna parroquia. Ocupé otro cargo que no me obligaba a ofrecer el maratón de Misas de Navidad.
Un párroco amigo, con mucha generosidad, me permitió “acampar” en un edificio de su parroquia que no se usaba regularmente durante la temporada navideña. Así que hice mi maleta, me hice de los víveres necesarios y me dispuse a tomar mi lugar en el edificio que temporalmente estaba vacante, y que colindaba con la parroquia. Cabe mencionar que esta era una parroquia grande y bastante concurrida. Yo contaba en mi habitación con una vista panorámica, de donde podía observar mi entorno.
En la víspera de Navidad, mientras los sacerdotes de la parroquia estaban ocupados, nevaba y la gente iba y venía; coloqué una silla frente a la ventana de donde observaba todo lo que pasaba en el exterior. Reflexioné sobre la belleza de todo. Al no estar obligado a “que los otros disfrutaran de este tiempo mágico” por primera vez en muchos años pude disfrutar la Navidad como una persona relativamente normal. Realmente disfruté, solo, esa Nochebuena y sentí la nostalgia por las Navidades pasadas en las que no había experimentado la magia de la Navidad.
A la mañana siguiente, día de Navidad, había accedido a prestar mi ayuda a una parroquia que se encontraba a cierta distancia de mi “ventana con vista panorámica”. Me levanté temprano en un estado de ánimo festivo, me subí al auto y me dirigí hacia mi destino con un espíritu navideño alegre y agradecido. Cuando giré hacia la rampa de entrada de la autopista interestatal alrededor de las 7:00 am, vi a un mendigo con un cartel casero que decía: “Tengo hambre, ayuda por favor.” Bajé la ventanilla (sin ofrecerle dinero) y le dije: “Feliz Navidad, señor” “Le deseo unas maravillosas fiestas”. El mendigo me Respondió con un gesto vulgar utilizando ambos brazos y el dedo medio de una mano. Me perturbó el alma por un momento, pero decidí no dejar que esto empañara mi alegría.
Mientras conducía por la desértica carretera interestatal, me tomó un tiempo sacar de mi mente el recuerdo de la vulgaridad con que aquel hombre había respondido a mi saludo. Pensé que probablemente era un enfermo mental. ¡Quien sabe!
El gran misterio de la Navidad es que para personas como estas y para todos nosotros, Dios se hizo hombre y se dejó torturar y crucificar por la salvación de nuestras almas. No hay mayor misterio que ese.