THE DIARY OF AN INNER-CITY PRIEST
Diary Entry: #49 One Step Forward, One Step Back; or, Why I Do What I Do.
There are times when I am tempted to think that my work as a priest produces very little fruit. Of course, I will not know the fruitfulness, or lack thereof, of my labors until the General Judgment at the end of time when the positive impact of all my good works and the negative impact of all my failures will be made manifest. Yet, in the short term, in this life, it can seem to me that my work is not making a lot of difference
I was visiting a parishioner who was confined to a nursing facility. As I entered the facility, I ran into a former parishioner, a nurse, from an inner-city parish to which I was assigned for some years. I was pleased to see her, as she was a faithful Catholic who attended Mass every Sunday and often attended during the week. The first time I met her again after some years we did not recognize each other at once as we both were obliged to wear Covid Era face masks. She seemed happy to see me, and I am always happy to meet people whom I have served in the past. After all, the majority of my time and energy has been spent preaching, teaching, studying, and praying for the numerous souls to whom I have been entrusted over the years. I often feel as though I have poured my life out for them. When I met this nurse for a second time at the same facility, I could tell that something was off. As I engaged her in conversation I asked, for the sake of conversation, and with a cheerful demeanor, “Are you still living in Our Town and attending St. Nomen Church?” “No”, she said flatly. “I am attending my son’s church. He is a pastor.” “Oh”, I said. “Where is that?” “In Africa”, she responded. “I attend by ZOOM”. As this sounded a bit odd to me, knowing that this woman had been a very faithful Mass goer, I asked with some trepidation, “Is it a Catholic Church?”
Here, we must pause for reflection. I recently read that the largest denomination of Christians in the U.S. is Catholics. The second largest is former Catholics. The reasons for that are legion, and an entire library of books has been written on the topic. My aim here is not to explain the reasons for the phenomenon, but to describe the effect of this encounter on me, from my perspective as the woman’s (former) canonically installed Catholic pastor.
According to the Church’s Canon Law the pastor of a Catholic Parish is obliged to see that the Word of God in its entirety is announced to the people living in his parish, especially through the homily; he is obliged to give catechetical formation, to foster works by which the spirit of the Gospel is promoted, to take special care for the religious education of children and young adults, and he is to bring the Gospel message to those who have ceased practicing their religion or who do not profess the true faith (see CIC 528). This is a tall order, and one that I have always taken very seriously (and with some serious trepidation).
During my time as her pastor my nurse friend listened to my homilies every Sunday, listened to my catechetical instruction, frequented the Sacraments, and seemed to me to be one among my flock about whose salvation I did not need to be too concerned. That is, of course, until I ran into her that day at the nursing home and discovered that she had strayed. She is no longer my parishioner, and technically no longer my canonical responsibility, but I could not, and still do not understand what went wrong. Why had such a seemingly solid parishioner abandoned the True Faith to ZOOM into her son’s non-Catholic congregation in Africa? I asked her. Her response was one of the most disheartening things I have ever heard from a Catholic whom I personally know to have listened to authentic Catholic preaching and teaching for at least the four years that she was under my watch.
“We all believe in Jesus” she said. “That’s debatable”, I replied. Obviously, we all do not believe that Jesus established One Church, and that that Church, The Catholic Church, is the primary and ordinary means of salvation for everyone. We do not all believe that Jesus instituted seven sacraments as the primary and ordinary means of imparting His Divine Life to us. Those who choose to go their own way run the risk of arriving at their own destination, not His. I realized immediately that I had hit a brick wall. She was in no mood to listen to what I had to say. “Nice to see you again”, I said. Have a nice day.”
I do not know how this woman went off the track. What I do know is this: ultimately, I do what I do for the Lord. He is the one who called me to be a priest. All my successes and failures are known well to Him. All those who come to His Church by way of conversion, persevere in His Church by way of grace, or leave His Church for reasons fully understood only by Him are all known well to Him. I know what my role is in all this, and I try to do my part as best I can without concern for my success or failure rate. Nevertheless, I would not mind if the good Lord would let me see just a little more success from time to time.
EL DIARIO DE UN SACERDOTE URBANO
Entrada de diario #49 Un Paso Adelante, y un Paso Atrás; o mejor dicho,
¿Porqué Hago lo que Hago?
Hay momentos en mi vida en que estoy tentado a pensar que mi trabajo como sacerdote da muy poco fruto. Por supuesto, no sabré los frutos de mi trabajo como sacerdote, o falta de ellos, sino hasta el Juicio General al final de los tiempos cuando se manifestará el impacto positivo de todas mis buenas obras y el impacto negativo de todos mis fracasos. Sin embargo, a corto plazo, en esta vida, me parece que mi trabajo no está marcando una gran diferencia.
Estaba visitando a un feligrés que estaba confinado en un centro de rehabilitación, y al entrar al edificio, me encontré con una feligresa del pasado, una enfermera que pertenecía a la parroquia urbana a la que estuve asignado durante algunos años. Me alegró verla, ya que era una fiel católica que asistía a Misa todos los domingos y a menudo asistía durante la semana. La primera vez que la volví a ver después de algunos años no nos reconocimos de inmediato ya que ambos estábamos obligados a usar máscaras faciales, era la Era del Covid. Parecía feliz de verme, y yo siempre estoy feliz de encontrarme con personas a las que he servido en el pasado.
Después de todo, he pasado la mayor parte de mi tiempo y energía predicando, enseñando, estudiando y orando por las numerosas almas que se me han confiado a lo largo de los años. A veces pienso que les he dado mi vida entera. Cuando me encontré a esta enfermera por segunda vez en dicho centro de rehabilitación, me di cuenta de que algo andaba mal.
Mientras entablaba una conversación con ella, le pregunté con alegría por verla de nuevo: "¿Todavía vives en el mismo pueblo, y asistes a la misma Iglesia? “No”, dijo rotundamente. “Estoy asistiendo a la iglesia de mi hijo, el es un pastor”. “Ay”, dije. "¿Donde es eso?" “En África”, respondió ella. “Atiendo por ZOOM”. Como esto me sonaba un poco extraño, y sabiendo que esta mujer había sido una católica fiel que asistía a Misa de forma regular, le pregunté con cierta inquietud: "¿Es una iglesia católica?"
Aquí debo hacer una pausa para hacer una reflexión. Recientemente leí que la denominación cristiana más grande en los Estados Unidos es la católica. El segundo lugar lo ocupan los ex-católicos. Las razones para este fenómeno son innumerables, y sobre ello se han escrito bibliotecas enteras. Además, debo aclarar que mi objetivo aquí, no es explicar las razones de este fenómeno, sino describir el efecto que esta situación tuvo en mi persona. ¿Como explicar desde mi perspectiva como párroco católico canónicamente investido, que una católica practicante, que asistía a Misa todos los domingos y regularmente durante la semana, y cuya fe yo sentía que era bien sólida, haya cambiado tan radicalmente?
De acuerdo con el Derecho Canónico de la Iglesia, el párroco de una parroquia católica está obligado a velar para que la Palabra de Dios se anuncie íntegramente a las personas que viven en su parroquia, especialmente a través de la homilía; está obligado a dar formación catequística; a fomentar obras que promuevan el espíritu del Evangelio; a cuidar especialmente la educación religiosa de los niños y jóvenes; y a llevar el mensaje del Evangelio a los que han dejado de practicar sus religión o que no profesan la verdadera fe (ver CIC 528). Esta es una tarea difícil, y una que siempre me he tomado muy en serio (y porque no decirlo, con cierta dosis de inquietud y temor).
Durante mi estadía como su párroco, mi amiga enfermera escuchaba mis homilías todos los domingos, escuchaba mi instrucción catequética, frecuentaba los sacramentos y me parecía ser una entre mi rebaño por cuya salvación no tenía que preocuparme demasiado. Eso es, por supuesto, hasta que me encontré con ella ese día en el hogar de ancianos y descubrí que se había desviado.
Ella ya no es mi feligresa y técnicamente ya no es mi responsabilidad canónica, pero no pudo dejar de pensar y todavía no entiendo qué salió mal. ¿Por qué una feligresa aparentemente sólida abandonó la Fe Verdadera para ver por internet vía ZOOM los servicios de la congregación no católica de su hijo en África? Yo, bastante asombrado le hice esta pregunta. Su respuesta fue una de las más desalentadoras que he escuchado de una católica a quien conozco personalmente por haber escuchado predicaciones y enseñanzas católicas auténticas durante por lo menos cuatro años que estuvo bajo mi jurisdicción.
“Todos creemos en Jesús”, dijo. “Eso es discutible”, respondí. Obviamente, no todos creemos que Jesús estableció Una Iglesia, y que esa Iglesia, La Iglesia Católica, es el medio primario y ordinario de salvación para todos. No todos creemos que Jesús instituyó siete sacramentos como el medio primario y ordinario de impartirnos Su Vida Divina. Aquellos que eligen seguir su propio camino corren el riesgo de llegar a su propio destino, no al destino con Jesús. Inmediatamente me di cuenta de que había chocado contra una pared de piedra, y no estaba de humor para escuchar lo que tenía que decir. “Encantado de verte de nuevo”, dije. Que tengas un lindo día."
No sé cómo esta señora perdió el camino. Lo que sí sé es esto: que después de todo, yo hago lo que hago para el Señor. Él es quien me llamó a ser sacerdote. Todos mis éxitos y fracasos son bien conocidos por Él. Todos aquellos que vienen a Su Iglesia por medio de la conversión, perseveran en Su Iglesia por medio de la gracia, o dejan Su Iglesia por razones que sólo Él comprende plenamente, y todo esto es bien sabido por Dios.
Sé cuál es mi papel en todo esto, y trato de hacer mi parte lo mejor que puedo sin preocuparme por mi tasa de éxito o fracaso. Sin embargo, me gustaría que de vez cuando, el buen Dios me permitiera ver un poco más los frutos positivos de mi trabajo.