THE DIARY OF AN INNER-CITY PRIEST
Diary Entry #52
PRESUMPTION
One day I received a phone message from a barber who once cut my hair regularly. Her shop was a five-minute walk from a parish at which I served for a number of years. After I was transferred away from that parish I would return from time to time for a haircut and the latest local news and “gossip”. As all barbers are, she was a treasure trove of information. When I was transferred again, the drive became too long to make it worth the effort to visit for haircuts, but I stop to greet her every time I am in town.
One evening I arrived home to find a phone message from her. She had asked if I would be available to do a burial service on a given date back in my old town. She did not indicate for whom the service would be, but I knew that her elderly mother had been ill so I presumed that it was for her. (As we shall see, it is generally inadvisable ever to presume anything).
I called back and left a message expressing my condolences that her mother had died, and explaining why I would not be available that day for a service. A short time later she called back and I answered. As our conversation began, I could tell that she had not listened to my message before returning my call. This would prove problematic.
As I waited for her to tell me that her mother had passed away (of which I still was not sure) she said, “I’m sitting here in my living room with my mother and stepfather.” Now my mind began to reel. I had no idea she had a stepfather as I had never heard him mentioned, and I now realized that her mother was not dead, and that I had left a message of condolence for her loss. Of course, my barber had not heard that message, so I presumed I would have a chance to apologize during our conversation. She continued to speak about plans for the burial without knowing that I would not be available, and I still did not know who had died, or when.
I don’t remember exactly how, but as the conversation progressed, she said something that caused me suddenly to understand the situation with perfect clarity: her mother and stepfather were both dead, and sitting in her living room.
At that moment I had a fleeting Dickensian vision of her dead mother and stepfather’s bodies propped on the couch in her living room. “That could not be!” I thought with horror. It was not. Rather, her mother and stepfather were sitting in her living room in the form of cremated remains in funerary urns! Her stepfather had been there for seven years. She never made this clear to me. I had come to that conclusion on my own.
As I have written before (see The Laughing Ladies…), and have learned the hard way, not long ago when a priest received the news that a Catholic had passed away, he would make a number of presumptions: there would be a wake at a funeral home with a body in a casket. There would be a Mass at the church with the body present. That body would then be immediately escorted to the cemetery where it would be interred. The headstone would have some Christian symbol inscribed on it along with the name and dates of the deceased, and maybe even the prayer R.I.P. (requiescat in pace, i.e., May he rest in peace).
Those presumptions can no longer be made, but I had forgotten that. I presumed that her parents were still alive when she mentioned they were sitting in her living room. Who wouldn’t? I never would have imagined that their ashes were sitting there.
Why did my barber not contact her parish priest for guidance through all of this? Because she does not have a parish priest. She never attends Mass. Why did her stepfather’s ashes sit in her living room for seven years? She probably has no idea of the Church’s teaching that cremated remains are to be treated just like a body, i.e., buried. Or, if she does know, she does not care.
I am still not completely certain that I understand the whole affair, but I believe that I can safely presume that my barber’s parent’s ashes were properly laid to rest in a cemetery, and their souls commended to God (presuming she was able to find a priest).
I have not given up on my barber friend, and I will continue to stop and visit whenever I return to her town. You never know.
EL DIARIO DE UN SACERDOTE URBANO
Entrada de diario #52
PRESUNCIÓN
Un día recibí un mensaje telefónico de una peluquera que me cortaba el cabello regularmente. Su salón estaba a cinco minutos a pie de una parroquia en la que serví durante varios años. Después de que me trasladaron de esa parroquia, regresaba de vez en cuando para un corte de cabello y escuchar las últimas noticias locales y "chismes". Como todos los peluqueros, ella era un tesoro de información. Cuando nuevamente fui transferido a otra parroquia, el viaje se hizo demasiado largo para que valiera la pena el esfuerzo de ir a cortarme el cabello en su salón, pero cada vez que visito su ciudad, trato de hacerlo una visita.
Una tarde llegué a casa y encontré un mensaje telefónico de mi ex peluquera. Ella me preguntaba si estaría disponible para hacer un servicio funerario en una fecha determinada en su ciudad. No me indicó para quién sería el servicio fúnebre, pero yo sabía que su anciana madre había estado enferma, así que supuse que era para ella. (Como veremos, generalmente no es aconsejable presumir nada). Devolví la llamada y dejé un mensaje expresando mis condolencias por la muerte de su madre y explicándole por qué no estaría disponible ese día para el servicio funerario. Poco tiempo después me volvió a llamar y esta vez hablé con ella directamente. Al inicio de nuestra conversación, me di cuenta de que ella no había escuchado mi mensaje antes de devolverme la llamada. Esto resultaría problemático.
Mientras esperaba que me dijera que su madre había fallecido (de lo cual todavía no estaba seguro), ella me dijo: "Estoy sentada aquí en mi sala de estar con mi madre y mi padrastro". Ahora mi mente comenzó a dar vueltas. No tenía idea de que tenía un padrastro ya que nunca lo había oído mencionar, y ahora me daba cuenta de que su madre no estaba muerta y que yo le había dejado un mensaje de condolencia por el descanso del alma de la misma.
Claro estaba que mi peluquera no había escuchado mi mensaje, así que supuse que tendría la oportunidad de disculparme durante nuestra conversación. Continuó hablando de los planes para el entierro sin saber que yo no estaría disponible y yo mientras tanto, todavía no sabía quién había muerto ni cuándo.
No recuerdo exactamente cómo, pero a medida que avanzaba la conversación, ella dijo algo que de repente me hizo comprender la situación con perfecta claridad: su madre y su padrastro estaban muertos y sentados en la sala de su casa. En ese momento tuve una fugaz visión “Dickensiana”. (Una visión de las novelas de horror del escritor Dickens del siglo XIX).
Me imaginaba los cuerpos muertos de su madre y su padrastro recostados en el sofá de su sala de estar. Inmediatamente me dije con horror: “¡Eso no puede ser!” ¡Y claro que no era esta la situación! La realidad era que los restos cremados de su madre y su padrastro se encontraban frente a ella, en las urnas funerarias sobre una mesa en la sala de estar de su casa. Su padrastro llevaba allí siete años. Mi interlocutora no me explicó esta situación, yo llegué a ella por mi cuenta.
Como he escrito antes (El Caso de las Damas Burlonas), he aprendido “a la brava”, tener precaución al suponer que como en el pasado, cuando un sacerdote recibía la noticia de que un católico había fallecido, hacía una serie de suposiciones: habría un velorio en una funeraria con un cuerpo en un ataúd. Habría una misa en la iglesia con el cuerpo presente. Ese cuerpo sería entonces inmediatamente escoltado al cementerio donde sería enterrado. La lápida tendría algún símbolo cristiano inscrito junto con el nombre y las fechas del difunto, y tal vez incluso la oración R.I.P. (requiescat in pace, es decir, que en paz descanse). Esas presunciones ya no se pueden hacer, pero yo lo había olvidado. Supuse que sus padres todavía estaban vivos cuando mencionó que estaban sentados frente a ella en su sala de estar. ¿Quién no? Nunca hubiera imaginado que eran las cenizas las que estaban allí.
¿Por qué mi peluquera no se puso en contacto con su párroco para que lo guiara en todo esto? Porque no tiene párroco. Ella nunca asiste a Misa. ¿Por qué las cenizas de su padrastro reposaron en su sala de estar durante siete años? Probablemente porque ella no tiene idea de la enseñanza de la Iglesia que nos dice que los restos cremados deben ser tratados como un cuerpo, es decir, enterrados. No sé si lo sabe o, y si lo sabe, no le importa.
Todavía no estoy completamente seguro de entender todo el asunto, pero creo que puedo suponer con seguridad que las cenizas de los padres de mi peluquera fueron debidamente sepultadas en un cementerio, y sus almas encomendadas a Dios (suponiendo que ella pudiera encontrar un sacerdote).
Yo no me dado por vencido con mi amiga la peluquera. Continuaré visitándola cada vez que esté en su ciudad. ¡Nunca se sabe lo que puede ocurrir!