THE DIARY OF AN INNER-CITY PRIEST
Diary Entry #55 “The Raccoons will come.”
From time to time, I meet people whom I have served at parishes in what seems to me to be my very distant past. I enjoy these encounters because I am often reminded of events I have forgotten. These encounters are often sources for my diary entries. Perhaps it is not so much that I have forgotten certain events, but that I do not have them in the forefront of my mind. Obviously, if I remember them when I hear of them again, I have not forgotten them, but I might never have called them to mind without some prompting from outside myself. It’s funny how the mind works.
I recently caught up with a family whom I had not seen for years, including two young men now in their later 20’s, my altar boys at the time, who reminded me that at my first assignment as a priest, the pastor was an old curmudgeon who was extremely controlling and had no idea how to enjoy life.
Anything I suggested to improve our well being, liturgically, or humanly was immediately rejected simply because I had suggested it. I could not possibly have had a good idea, and he could not possibly have been mistaken. The two of us lived together with a third priest on a beautiful sprawling suburban property hardly to be imagined by those of us who dwell in the inner city.
Just outside the rectory was a lovely garden-like area shaded by trees, secluded from the busy parking lot and streets, and pining for the addition of a picnic table, lawn chairs, and a barbecue grill. I suggested to my obstinate pastor that this little oasis would make a fine place to relax and entertain, and that I would personally pay for the desired accouterments.
[As an aside, all parents and pastors know that the first reason to reject any request from the underlings is, “It’s too expensive. We cannot afford it”. For this reason, I always offered to pay for anything I asked for, from a bell tower to a picnic table].
“No”, was his blunt reply to my suggestion. “Why not”, I countered. What problems could a picnic table and a grill possibly create?” “The raccoons will come,” he grunted.
Anyone who lives in the United States knows that “the raccoons will come” no matter what. They are ubiquitous, and invade both suburban and urban enclaves, not in search of picnic tables and barbecue grills, but in search of garbage. Raccoons are scavengers. Garbage is everywhere, therefore; raccoons are everywhere.
The fact is, we already had raccoons on the property in and around our garbage cans and dumpsters. The pastor did not know that, of course, because he had nothing to do with the trash. That was my job. I knew that a grill and picnic table would not attract any more raccoons than we already had. He knew that whatever I suggested he must have rejected. As such, we co-existed. The third priest was blissfully detached from all of this commotion, having long before lost his will to fight. He simply kept to his quarters and recommended that I do the same.
In the end, the pastor won the day, triumphantly squashed my dream of creating an oasis, and finally, unwillingly retired. When a new pastor took the reins, I asked if we might consider a picnic table and grill. “Of course!” he said. “A splendid idea!” Within the course of a week a group of parishioners familiar with the situation purchased a picnic table and barbecue grill for us. I used it almost daily with delight, winter, spring, summer, and fall until I was transferred from that parish.
As far as I am aware, only one raccoon ever visited my little recreation area. He seemed disoriented, perhaps even rabid. By the time I had called the animal control people for advice, he had climbed into the trashcan, gorged himself, and fallen asleep.
DIARIO DE UN SACERDOTE URBANO
Entrada # 55 “VENDRÁN LOS MAPACHES”
De vez en cuando, me encuentro con personas a las que he servido en parroquias anteriores en lo que me parece ser mi pasado muy lejano. Disfruto de estos encuentros porque con frecuencia recuerdo eventos que he olvidado. Estos encuentros son a menudo fuentes para las entradas de mi diario. Quizás no sea tanto que haya olvidado ciertos hechos, sino que no los tengo en primer plano en mi mente. Obviamente, si los recuerdo cuando vuelvo a oír hablar de ellos, no los he olvidado, pero es posible que nunca los hubiera recordado sin alguien no me los hubiera mencionado. Es curioso cómo funciona la mente.
Recientemente me reuní con una familia a la que no había visto en años, incluidos dos muchachos de unos 20 años que en el paso fueron mis monaguillos y me recordaron que en mi primera asignación como sacerdote, el párroco era un anciano cascarrabias, extremadamente controlador y que no tenía idea de cómo disfrutar de la vida.
Todo lo que yo le sugería para mejorar nuestro bienestar, litúrgico o humano, era inmediatamente rechazado simplemente porque yo lo había sugerido. En su mente no era posible que yo tuviera una buena idea y que él se equivocara alguna vez. Ambos vivíamos en la parroquia con un tercer sacerdote en una hermosa propiedad suburbana de gran extensión, difícil de imaginar para aquellos de nosotros que vivimos en el centro de la ciudad.
Justo afuera de la rectoría había una hermosa área similar a un jardín a la sombra de los árboles, aislada del concurrido estacionamiento y las calles, y yo ansiaba agregar una mesa de picnic, sillas de jardín y una parrilla para hacer barbacoas con el fin de aprovechar este refugio paradisiaco.
Le comenté a mi obstinado párroco que este pequeño oasis sería un buen lugar para relajarse y entretenerse, que con una mesa de picnic, sillas y una parrilla, podríamos disfrutar y relajarnos un poco, además, le anticipé que yo pagaría todos los gastos (los sacerdotes y párrocos saben que la primera razón para rechazar cualquier solicitud son los gastos, por eso siempre están listos para decir: “Es demasiado caro”. “No nos lo podemos permitir". Por eso, siempre que solicitaba algo, me ofrecía a pagar, desde un campanario hasta una mesa de picnic. “No”, fue su contundente respuesta a mi sugerencia. “¿Por qué no?”, respondí. ¿Qué problemas podrían crear una mesa de picnic y una parrilla?” "Los mapaches vendrán", gruñó.
Cualquiera que viva en Estados Unidos sabe que “los mapaches vendrán” pase lo que pase. Los mapaches están en todas partes e invaden zonas tanto urbanas como suburbanas y no en busca de mesas de picnic y parrillas para barbacoa, sino en busca de basura. Los mapaches andan en busca de basura y desechos de animales. Como todos sabemos, la basura está en todas partes, por lo tanto; los mapaches están en todas partes. El hecho es que ya teníamos mapaches en la propiedad, dentro y alrededor de nuestros contenedores de basura. Nuestro párroco por supuesto que no lo sabía porque no tenía nada que ver con la basura, ese era mi trabajo. Yo sabía que una parrilla y una mesa de picnic no atraerían más mapaches de los que ya teníamos. Sabía que cualquier cosa que yo le sugiriera la hubiera rechazado.
Y así coexistíamos durante todo el tiempo que duró su estadía en la parroquia. El tercer sacerdote estaba felizmente separado de toda esta conmoción, ya que mucho antes había perdido la voluntad de luchar. Simplemente se quedó en sus aposentos y me recomendó que yo hiciera lo mismo. Al final, mi párroco ganó la batalla. Aplastó triunfalmente mi sueño de crear un oasis, pero felizmente un día, y de muy mala gana se jubiló.
Cuando un nuevo párroco tomó las riendas de la parroquia, pregunté si podríamos considerar una mesa de picnic y una parrilla, "¡Por supuesto!" me dijo. “¡Una idea espléndida!”. En el transcurso de una semana, un grupo de feligreses familiarizados con mi sueño, compraron para nosotros los sacerdotes, una mesa de picnic, unas sillas, y una parrilla para barbacoa.
Disfruté con deleite y al máximo de este lugar, ya fuera invierno, verano, primavera u otoño, hasta que me trasladaron a otra parroquia.
Que yo sepa, solo un mapache visitó mi pequeña área de recreación; el pobre parecía desorientado, tal vez incluso rabioso. Cuando llamé a la gente de control de animales para pedir consejo, el mapache se había metido en el contenedor de basura, se había hartado hacia saciarse de basura y tranquilamente hacia su siesta.