THE DIARY OF AN INNER-CITY PRIEST #56 – DIARIO DE UN SACERDOTE URBANO #56

THE DIARY OF AN INNER-CITY PRIEST

Diary Entry #56   “Let the Children Come to Me”

 “Then children were brought to Him that He might lay His hands on them and pray. The disciples rebuked the people; but Jesus said, “Let the children come to me, and do not hinder them; for to such belongs the kingdom of heaven.  And he laid his hands on them and went away” (Matthew 19:13-15 RSV).

All parents of young children know that those children can ask the most remarkable questions.  I, though not a parent, have taught young children for nearly my entire life.  Sometimes their questions are mundane and predictable.  At other times, they can be quite profound in a very simple way.

Before considering some of the profoundly simple, and simply profound questions I been asked by small children over the years, we must reflect on the passage cited above.  We keep in mind the difference between childishness, and childlike-ness.  Perhaps the most attractive characteristics of younger children are their childlike innocence, trust, and unconditional love for their parents and teachers.  This quality keeps them closer to God than many, if not most of their elders.  Perhaps one of the least attractive characteristics of older children and adults can be childishness (immaturity).  This characteristic tends to manifest itself when childlike-ness has been lost.  The Lord seems to suggest that the characteristics of the childlike are those we must cultivate to maintain our closeness to Him and get to heaven.  It’s simple, but assuredly not easy.

Among the more mundane questions I have been asked (repeatedly) over the years are these:  Do you sleep in black pajamas?  (I do not).  Are you allowed to wear clothes that are not black?  (I am. Children almost never see me when I am not in my priest clothes.  If they happen to, they never recognize me).  Why do you wear black shoes?  (They match my black clothes).  I have always been interested in how children are attuned to my clothing.  Perhaps it is that the world is very large to them, and to them all adults appear more or less the same (except their parents, of course).  Distinctive clothing must help them distinguish amorphous adults from one another and help to identify them.  There is also the fact that most people don’t wear the same clothes every day as I do.  (Yes, I do launder them).

Among the more simply profound questions I remember are these:

While explaining to a group of school children assembled in the church that the Lord Jesus is always present in the Blessed Sacrament reserved in the tabernacle, and for this reason we genuflect as a gesture of respect for, and an act of adoration of Him when we enter the church, a little boy raised his hand and asked, “What is He doing in there?”  In the moment before responding, I tried to imagine what the little boy thought He was doing in there.  Was he playing at Tiddlywinks?  Reading?  Enjoying a macaroni and cheese dinner?  (All adults must learn to think as children do, or they cannot understand, and appropriately answer children’s questions).  At a loss for a ready answer I responded, “He’s waiting for you.”  This phrase comes from a source, which I can no longer remember nor find.  I was so inspired by the boy’s question that I had holy cards printed with the phrase Iesus te exspectat (Jesus waits for you) with some sort of exhortation to spend time with the Lord in the presence of the Blessed Sacrament.  God knows what effect this exchange had on the kids, but it had a profound one on me.

During an explanation of the Christmas mysteries to classroom of Catholic School students a boy asked, “Is the Star of Bethlehem still shining in the sky?”  At the time, I had never considered that question before, and was struck by its simplicity.  Only a childlike child could ask such a question.  Why?  Undoubtedly, because he wanted to go outdoors that night and see it with his own eyes.  Who wouldn’t?  But only a child could even consider it a possibility.   I had never before that moment considered whether one could feast his eyes on the Star of Bethlehem.  (In the end, no one can be sure exactly what the Star was.  There are multiple theories, all of which I have studied well after being so taken with the boy’s question.  Of course, the answer is not the point.  The question is).

“Are people alive in heaven?”  This question was asked in the context of a religious education class I gave on the Last Things, i.e., death, judgment, heaven, and hell.  I have been asked thousands upon thousands of questions in my priestly life, but never that one, neither before nor since.  Thinking quickly on my feet I responded, “Yes, they are more alive than we are!  They are perfectly, completely alive.  We will only be fully alive when we get to heaven.  Our life here in this world is only a shadow of eternal life.”  I am quite sure he had no idea what I was talking about.  I am also quite sure he thought about it when he went to bed that night.  I remember doing that when I was his age asking questions like his.  He may still be thinking about it.  I am.

“What happens if you misbehave in heaven?” a little girl asked nervously.  “ Not to worry” I said, “you won’t be able to”.

 

 

 

DIARIO DE UN SACERDOTE URBANO

Entrada # 56    “Dejad que los Niños Vengan a Mí”

“Entonces le trajeron niños para que les impusiera sus manos sobre ellos y orara. Los discípulos reprendieron al pueblo; pero Jesús dijo: ‘Dejad que los niños vengan a mí, y no se lo impidáis; porque de ellos es el reino de los cielos’. Y les impuso las manos, y se fue”. (Mateo 19:13-15 NVI).

Todos los padres de niños pequeños saben que los niños pueden hacer las preguntas más impredecibles. Yo, aunque no soy padre de familia, he enseñado a niños pequeños durante casi toda mi vida. A veces sus preguntas son comunes y predecibles, pero en otras ocasiones, pueden ser bastante profundas y sorprendentemente formuladas de una manera muy sencilla.

Antes de considerar algunas de las preguntas tanto las predecibles como las más profundas, que me han hecho niños pequeños a lo largo de los años, debemos reflexionar sobre el pasaje bíblico citado anteriormente.  También debemos tener presente la diferencia entre puerilidad (inmadurez) e infantilidad (chiquilladas, ‘cosas de niños’).

Quizás las características más atractivas de los niños más pequeños son su inocencia infantil, su confianza y amor incondicional por sus padres y maestros. Esta cualidad los mantiene más cerca de Dios que a muchos adultos; y me atrevería a decir que a la mayoría de los adultos.  Quizás una de las características menos atractivas de los niños ya mayores y los adultos puede ser su puerilidad (inmadurez). Esta característica tiende a manifestarse cuando se ha perdido la infantilidad (la edad de las chiquilladas, de las ‘cosas de niños’).  El Señor parece sugerir que las características de los niños son las que debemos cultivar para mantener nuestra cercanía con Él y llegar al cielo. Es simple, pero seguramente no es fácil.

Entre las preguntas más triviales que me han hecho (repetidamente) a lo largo de los años están estas: ¿Duermes en pijama negro? (Mi respuesta: “no”). ¿Se te está permitido usar ropa que no sea negra? (“Claro que si” contesté).  Los niños casi nunca me ven cuando no estoy vestido con mi ropa de sacerdote, y si alguna vez me ven con ropa distinta, no me reconocen. ¿Por qué usas zapatos negros? (Respondí: “Porque hacen juego con mi ropa negra”).

Siempre me ha llamado la atención el hecho de que los niños se acostumbran muy fácilmente a mi vestimenta. Quizá sea porque el mundo les resulta muy grande, y todos los adultos les parecen más o menos iguales (excepto sus padres, claro está).  Me imagino que la forma distinta en que se viste la mayoría de la gente les ayuda a distinguirles unos de otros y a identificarles. También está el hecho de que la mayoría de la gente no usa la misma ropa todos los días, y yo si. (Pero que conste, ¡que si la lavo!).

Entre las preguntas más sencillas y profundas que recuerdo están estas:  Mientras explicaba a un grupo de escolares reunidos en la iglesia que el Señor Jesús está siempre presente en el Santísimo Sacramento reservado en el tabernáculo, y por eso hacemos una genuflexión como un gesto de respeto y acto de adoración hacia Él cuando entramos a la iglesia, un niño pequeño levantó la mano y preguntó: "¿Y qué está haciendo Él allí?" En ese momento y antes de responder, traté de imaginar qué pensaba el niño que estaba haciendo Jesús allí. ¿Estaría jugando Tiddlywinks? (un juego en el que los jugadores intentan lanzar discos de plástico en una taza presionándolos bruscamente en el costado con otros discos más grandes).

¿O estaría leyendo? O ¿Disfrutando de una cena de macarrones con queso?  (Todos los adultos debemos aprender a pensar como los niños, o no podremos  entender, y responder apropiadamente a sus preguntas). Sin tener una respuesta preparada, respondí: "Él te está esperando". Esta frase proviene de una fuente que ya no recuerdo donde la encontré.  Me inspiró tanto la pregunta del niño que mandé imprimir estampitas religiosas con la frase Iesus te exspectat (Jesús te espera) como una especie de exhortación a pasar tiempo con el Señor en  El Santísimo Sacramento.  Solo Dios sabe el efecto que este intercambio tuvo en los niños, pero ¡que tuvo un profundo efecto en mi!

Durante una explicación de los misterios navideños en el aula de los estudiantes de la escuela católica, un niño preguntó: "¿La estrella de Belén todavía brilla en el cielo?" Hasta ese  momento, nunca antes había considerado esa pregunta y me impresionó su simplicidad. Solo un niño pequeño podía haber hecho esa pregunta. ¿Por qué me hizo esa pregunta? Sin duda, porque quería salir esa noche al aire libre y verla con sus propios ojos. ¿Y quién no? Pero solo un niño podría siquiera considerarlo como una posibilidad.

Nunca antes de ese momento había considerado la posibilidad de que alguien pudiera deleitarse observando la Estrella de Belén. (Al final del día, nadie puede estar seguro de que fuera exactamente una estrella). Existen muchas teorías al respecto, y después de sentirme muy entusiasmado con la pregunta de este niño, me he tomado el encargo de estudiar muchas de estas teorías. Por supuesto, que la respuesta no es el punto. Lo que tiene sentido es la pregunta.

“¿Hay gente viva en el cielo?” Esta pregunta se me hizo en el contexto de una clase de educación religiosa que di sobre Los Novísimos, es decir, la muerte, el juicio, el cielo y el infierno. Me han hecho miles y miles de preguntas en mi vida sacerdotal, pero nunca esa, ni antes ni después. Pensando rápidamente con los pies bien puestos sobre la tierra, respondí: “¡Sí, están más vivos que nosotros! Están definitivamente vivos, y nosotros solo estaremos completamente vivos cuando lleguemos al cielo. Nuestra vida aquí en este mundo es solo una sombra de la vida eterna”.

Estoy seguro de que este niño no tenía idea de lo que yo estaba diciendo. También estoy bastante seguro de que pensó en ello cuando se fue a la cama esa noche. Recuerdo haber hecho eso cuando tenía su edad y hacia preguntas como la suya. Puede que todavía esté pensando en ello. Yo, por mi parte, también sigo pensando en ello.

“¿Qué pasa si te portas mal en el cielo?”, preguntó nerviosa una niña. “No te preocupes”, le contenté, “no podrás portarte mal”.

 

 

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