THE DIARY OF AN INNER-CITY PRIEST
Diary Entry #64 “Good Paper”
On occasion I recall my days in the seminary and how, against all odds, I was finally ordained to the priesthood. I am not sure how the average Catholic imagines the life of a seminarian, if he ever does at all, but unless one has been through the experience, I can assure him that he cannot understand the complexity of what it takes to make it from seminary to ordination.
After two years of education and formation, I was sent assigned to a parish for the summer. For the record, at that time, a traditional minded seminarian would always be assigned to a liberal minded parish, just to see if he could cope with whatever he might be asked to do as a priest. A liberal minded seminarian would always be assigned to a liberal minded parish. No problems for him. It seemed to me at the time that there should not be conservative and liberal parishes, but simply Catholic ones.
The object of the assignment was twofold: to give us seminarians the opportunity to experience life in a parish in a sort of leadership position; and to give the pastor, to whom we had been assigned, the opportunity to evaluate our potential as future priests. That pastor’s evaluation of our potential would be forwarded to the seminary, and our future as seminarians and potential priests depended upon it. The reason for it was that our seminary formators could evaluate our potential intellectually and spiritually, but they had no idea how we would interact with people in a parish. Of course, we worked with people in the seminary.
In my case, I taught religious education in a local Catholic school, and worked in a homeless shelter in the city in which my seminary was located, but those temporary and “voluntary” efforts were not the same as living with parishioners’ day in and day out. The summer assignment evaluation was considered a decisive part of our program of development. If we did not come back to the seminary with a good report from our evaluating pastor (we called it “good paper”), we would be done.
In my case, being a traditional minded seminarian, I was sent to a very liberal minded pastor and parish. I recognized the situation, and adjusted accordingly. Not that I compromised my principles, but I went with the flow. The pastor informed me upon my arrival that my assignment would be to accompany him all day, every day; to go where he went, and do what he did. This meant that from breakfast to bedtime I was with him. I had breakfast with him, served every Mass that he offered, had lunch with him, went to wakes, funerals, weddings, baptisms, house blessings, and everything else imaginable. I had dinner with him. I undertook such menial tasks entrusted to me as going through a bucket of old keys and trying every lock on the property to determine if, and where, the keys fit.
I did every single thing he asked me to do without complaint. I went back to the seminary with “good paper”. Several of my classmates did not fare as well. They were sent home.
I do not mean to suggest that my experience was not good. I learned a tremendous amount from that pastor and that experience, and we became good friends. I am only sorry about two things: first, I have never, in 10 years as a pastor, been asked to train a seminarian. And second, that after a number of years as a priest, I had been asked to return to serve at that parish from which I had received my “good paper”.
By that time, that pastor and I had become incompatible, though we were able to remain friends. Today, it still seems to me that there should not be conservative and liberal parishes, but simply Catholic ones.
DIARIO DE UN SACERDOTE URBANO
Entrada # 64 Una "Buena Nota”
De vez en cuando recuerdo mis días en el seminario y cómo, contra todo pronóstico, finalmente fui ordenado sacerdote. No estoy seguro de cómo el católico promedio imagina la vida de un seminarista, si es que alguna vez lo hace, pero a menos que uno haya pasado por la experiencia, puedo asegurarles que no es fácil entender la complejidad de lo que se necesita para estar en el seminario y luego ordenarse de sacerdote.
Después de dos años de educación y formación, me asignaron a una parroquia durante el verano. Debo hacer notar que por lo general, un seminarista de mentalidad tradicional casi siempre era asignado a una parroquia de mentalidad liberal, con la intención de comprobar si era capaz de hacer frente a cualquier cosa que se le pidiera que hiciera como sacerdote. Un seminarista de mentalidad liberal siempre sería asignado a una parroquia de mentalidad liberal. Éste no tendría problemas. Era mi opinión entonces y ahora, que no deberían haber parroquias conservadoras y liberales, sino simplemente parroquias católicas.
El objetivo de estas asignaciones tenía un doble propósito: Darnos la oportunidad de experimentar la vida en una parroquia en una especie de posición de liderazgo; y darle al párroco, a quien habíamos sido asignados, la oportunidad de evaluar nuestro potencial como futuros sacerdotes. La evaluación de nuestro potencial por parte de ese pastor sería enviada al seminario, y nuestro futuro como seminaristas y sacerdotes potenciales dependía de ello.
Nuestros formadores de seminario argumentaban que podían evaluar nuestro potencial intelectual y espiritual, pero no tenían idea de cómo interactuaríamos con los feligreses en una parroquia. Claro que en el seminario teníamos oportunidad de relacionarnos e interactuar con varias personas, en mi caso en particular, yo impartía clases de educación religiosa en una escuela católica, y además trabajaba en un refugio para personas sin hogar en la ciudad en la que estaba ubicado mi seminario.
Sin embargo, esos esfuerzos temporales y “voluntarios” no eran lo mismo que vivir la experiencia de una parroquia y relacionarse día a día con la vida parroquial. La evaluación del trabajo de verano se consideraba una parte decisiva de nuestro programa de desarrollo. Si no regresáramos al seminario con una buena evaluación de parte del párroco evaluador (le llamábamos una “buena nota”), estaríamos acabados.
Siendo yo un seminarista de mentalidad tradicional, me enviaron a una parroquia y a un párroco con mentalidad muy liberal. Inmediatamente me di cuenta de la situación y me adapté en consecuencia. No es que haya comprometido mis principios tradicionales, pero “me dejé llevar”.
A mi llegada a la parroquia asignada, el párroco me informó que mi tarea sería acompañarlo a todos lados durante todo el día. Ir donde él fuera y hacer lo que él hiciera. Esto significaba que desde el desayuno hasta la hora de dormir estaría con él. Desayunabas juntos, serví cada Misa que él celebrara, almorzaba con él, iba con él a velatorios, funerales, bodas, bautismos, bendiciones de casas y todo lo imaginable. Por último y al final de día también cenábamos juntos. Realicé tareas tan insignificantes como revisar una canasta llena de viejas llaves y probarlas en todas las cerraduras de la propiedad para determinar si encajaban o no, y desecharlas según procediera. Hice todo lo que me pidió el párroco sin quejarme, y regresé al seminario con una “buena nota”. A varios de mis compañeros no les fue tan bien que digamos, y desafortunadamente fueron enviados a casa.
No quiero decir que mi experiencia no haya sido provechosa. Aprendí muchísimo de ese párroco y de esa experiencia, y nos hicimos buenos amigos con el párroco. Sólo lamento dos cosas: Primero, en 10 años como párroco nunca me han enviado a un seminarista para que yo lo entrene en la vida parroquial. Y segundo, que después de varios años como sacerdote, me enviaron a la misma parroquia de la que había recibido mi “buena nota”, pero desgraciadamente el párroco y yo nos volvimos incompatibles, aunque continuamos siendo amigos. Debo recalcar, que aun hoy sigo opinado que no debería haber parroquias conservadoras y liberales, sino simplemente parroquias católicas.