THE DIARY OF AN INNER-CITY PRIEST
Diary Entry #69 Jessie
Vocations, or callings, to the priesthood, diaconate, and consecrated life are funny things. We believe that they come from God, but exactly how they come is something of a mystery. Nevertheless, there are discernible patterns, and only after a long time of observing or experiencing these patterns is one able to begin to recognize them.
Some thirty or more years ago when I was working in the world, I met a series of people who pointed me in the direction of the priesthood, although at the time I was not aware that that was happening. At one point in my pilgrimage, I had encountered a community of Franciscan brothers. They took me under their wings and helped me to understand myself and my vocation. I had read about the Church’s so-called Sacrifice of Praise, once known as the Divine Office, or the Breviary, now generally referred to as the Liturgy of the Hours. I was curious. I queried my Franciscan friends.
One of the brothers had an extra copy of the four-volume set. He gave it to me, sat me down, and showed me how to use it. I have used it every day since. For those who may not know, the Liturgy of the Hours is the prayer that priests, deacons, monks, nuns, and religious of various types (lay people are invited as well) pray two, five, or seven times each day, depending on their promises or vows. The prayers consist essentially of psalms and scripture readings.
The object is to “sanctify the day” by interrupting one’s work to pray at specified times; morning, daytime, evening, and before bed. The best way to understand the concept is to consider St. Benedict’s motto: ora et labora. Pray and work; in that order. The Benedictine orders of monks and nuns may be engaged in various types of work. But throughout the day, in their monasteries, the bell tolls, they abandon their work, and gather together in the chapel to pray. Of course, they spend much more time working than they do praying, but prayer takes precedence over work in the order of importance.
In other words, work can wait. Prayer cannot. We would all do well to employ this strategy. How easy it is to put off prayer for the sake of work, and never get the prayer done, or do it while exhausted and fighting to stay awake late at night. The concept is simple to understand, but not easy to put into practice.
But back to our story. Each summer, for many years, I have served as the chaplain at a summer program for high school students at a small Catholic college. The object of the program is to attract students to the college, of course. My job is to provide the Mass and Confessions, but also to “be present”. One never kno One morning, after perhaps 15 of us had offered the morning “Sacrifice of Praise” by praying the morning prayer of the Liturgy of the Hours in the chapel on the campus, only I and a young girl named Jessie remained in the chapel. She came to me and asked, “Father, I am interested in learning more about the Liturgy of the Hours, but I am having a hard time understanding how to follow the book. Can you help me?” (I thought immediately of my Franciscan Brothers). I spent some time showing her how to use the book and encouraged her to persevere. It happened that, that year I had to return home to the parish for a wedding in the middle of the summer program.
I had inherited an extra set of the four-volume Liturgy of the Hours from a deceased priest, and I took it back to the college with me to give to Jessie. It may have been providential. She was delighted to have received the books. I gave her another lesson on how to use them, and left her to her own devices. I don’t know what became of her, or where she is in her journey toward God today.
What I do know is that there was a spark in her. And, that I was blessed to be present when that spark was ignited, and that it was providential that I had to return home that weekend to be able to collect the extra copy of the Liturgy of the Hours, left behind by a deceased priest, and give it to a teen-aged girl who may someday become a wonderful wife and mother, or a religious sister, and perhaps a saint who will one day intercede for all of the rest of us. God only knows.
I am satisfied to know that I was interjected into the course of her spiritual life, that I played my part, and that someday we may greet one another in the joys of the heavenly Kingdom. ws how God is working, whether through his priests or through his people.
EL DIARIO DE UN SACERDOTE URBANO
Entrada # 69 Jessie
Las vocaciones o llamados al sacerdocio, al diaconado, y a la vida consagrada son cosas curiosas. Creemos que provienen de Dios, pero exactamente cómo vienen es un misterio. Sin embargo, hay patrones discernibles, y sólo después de un largo tiempo de observarlos o experimentarlos, uno es capaz de empezar a reconocerlos.
Hace unos treinta años o más, cuando trabajaba en el mundo, conocí a varias personas que me indicaron el camino al sacerdocio, y la verdad es que en ese tiempo yo no estaba consciente de lo que estaba sucediendo.
En un momento de mi peregrinación, me encontré con una comunidad de hermanos franciscanos. Me acogieron bajo sus alas y me ayudaron a comprenderme a mí mismo y a mi vocación. Yo había leído sobre el llamado Sacrificio de Alabanza de la Iglesia, alguna vez conocido como Oficio Divino o Breviario, y ahora generalmente se conoce como Liturgia de las Horas.
Tenía curiosidad sobre esta lectura y consulté a mis amigos franciscanos. Uno de los hermanos tenía una copia extra de la colección de cuatro volúmenes. Me lo regalo, me hizo sentar, y me mostró cómo usarla. Desde entonces la uso todos los días. Para aquellas personas que no conozcan esta lectura, déjenme decirles que la Liturgia de las Horas es la oración que sacerdotes, diáconos, monjes, monjas y religiosos de diversos tipos (también están invitados los laicos) rezan dos, cinco o siete veces al día, dependiendo de sus promesas o votos.
Las oraciones consisten esencialmente en salmos y lecturas de las Escrituras. El objetivo es “santificar el día” interrumpiendo el trabajo para orar en momentos específicos; en la mañana, al medio día, por la tarde y antes de acostarse. La mejor manera de entender este concepto es considerar el lema de San Benito “ora y laborar”, en ese orden.
Los monjes y monjas Benedictinos desempeñan diversos trabajos en sus monasterios, pero a lo largo del día, al sonar la campana, abandonan su trabajo y se reúnen en la capilla para orar. Por supuesto, pasan mucho más tiempo trabajando que orando, pero la oración tiene prioridad
sobre el trabajo en el orden de importancia. En otras palabras, el trabajo puede esperar, la oración no.
Nos haría mucho bien a todos, si hiciéramos uso de esta estrategia. Es muy fácil posponer la oración por el trabajo, y nunca terminar la oración, o hacerlo estando exhausto y luchando por permanecer despierto hasta altas horas de la noche. El concepto es sencillo de entender, pero no fácil de poner en práctica.
Pero volvamos a nuestra historia. Cada verano, durante muchos años, he servido como capellán en un programa de verano para estudiantes de secundaria en una pequeña universidad católica.
El objetivo del programa es, por supuesto, atraer estudiantes a la universidad, y mi trabajo consiste en celebrar la Santa Misa, escuchar confesiones y además “estar presente” para los estudiantes. Nunca se sabe cómo actúa Dios, ya sea a través de sus sacerdotes o de su pueblo.
Una mañana, después de que quizás 15 de nosotros habíamos ofrecido el “Sacrificio de Alabanza” rezando la oración matutina de la Liturgia de las Horas en la capilla del campus, solo una joven llamada Jessie y yo permanecimos en la capilla. Ella vino a mí y me preguntó: “Padre, estoy interesada en aprender más sobre la Liturgia de las Horas, pero me cuesta entender cómo seguir el libro. ¿Me puede ayudar?" (Pensé inmediatamente en mis Hermanos Franciscanos). Dediqué algún tiempo en mostrarle cómo usar el libro y la animé a perseverar.
Sucedió que ese año tuve que regresar a casa, a mi parroquia, para celebrar una boda en pleno programa de verano. Un sacerdote ya fallecido, me había heredado los cuatro volúmenes de la Liturgia de las Horas y a mi regreso a la universidad, después de la boda, lo llevé para donárselo a Jessie.
Puede que esto haya sido obra de la providencia divina, pero Jessie estaba encantada de haber recibido los libros. Le di otra lección sobre cómo usarlos y al terminar el verano, no volví a verla. No sé qué fue de ella, ni dónde se encuentra en la actualidad, y tampoco si ha seguido su caminar hacia Dios. Lo que sí sé es que había una chispa en ella, y que tuve la suerte de estar presente cuando esa chispa se encendió; y que considero providencial el que haya tenido que regresar a casa ese fin de semana para poder llevarle los libros.
Creo que la herencia que me hizo el sacerdote fallecido, al igual que el hecho de que tuve que regresar y poder llevar La Liturgia de las Horas a Jessie, fue con un propósito. Espero que esta joven se haya convertido en una esposa y madre maravillosa, o que haya abrazado la vida religiosa, y talvez ¿Quién sabe? Un día se convierta en una santa que interceda por los demás. ¡Solo Dios lo sabe!
A mí, me satisface saber que Dios me puso en el camino de su vida espiritual, que yo cumplí mi parte, y que algún día podremos saludarnos cuando gocemos del Reino Celestial.