THE DIARY OF AN INNER-CITY PRIEST
Diary Entry #73 Anointing Carla
In my first few days as a newly ordained priest assigned to a parish, I had a number of experiences for which I found myself rather underprepared. At the time, it was frustrating. Our seminary training was necessarily more theoretical than practical, since without having received the Sacrament of Holy Orders we could not actually do anything that a priest can do. I realize now that there are certain things one simply cannot be trained to do. One can learn to do them only from experience.
On one of those first days as a priest, I was making my way from the rectory to the church when a middle-aged woman whom I’ll call Carla pulled into the parking lot and exited her car. She was crying. I have never been particularly comfortable dealing with crying women (or men); however, given my new job as a parish priest, I felt obliged to try something. I introduced myself to the distraught woman and asked if I might be of assistance.
She had just come from the doctor and had received a diagnosis of cancer. I do not recall what sort of cancer it was, but whatever it was, it was the sort of cancer which could cause a person to be concerned for his life, and come to the church in tears.
We talked for some time, and I explained to her the Sacrament of the Sick, also known as the Sacrament of Anointing, or the Anointing of the Sick. It is generally thought that this sacrament is to be administered when a Catholic has arrived at the end of his time in this world; however, this understanding is not completely correct. Rather, the instruction that explains to the priest how and when the sacrament is to be administered clearly explains that a person should be anointed when he begins to be seriously ill, or as he approaches the end of his life due to old age.
The reason is that the primary purpose of the sacrament is to unite the suffering of the sick or elderly person to the suffering of Christ, so that as Christ offered his suffering as a sacrifice for the sins of the world, the suffering person, in union with Christ, can offer his suffering through, with, and in Christ as a penance for his sins and for those of the whole world.
Thus, one should receive the sacrament at the beginning of a serious illness rather than at the point of death. While the sacrament always provides spiritual healing by the forgiveness of sins (the Sacrament of Confession is included when the person is able), it may at times provide some physical healing as well.
Having learned all of this in my seminary training, and having done my best to explain it to Carla, I had never actually administered the sacrament to anyone before. I hoped she did not know that, and that my nervousness was not evident to her. One way or another, together we made our way through and I sent her on her way with the assurance of my continued prayers.
More than twenty years later I am happy to report that Carla eventually recovered from her cancer and is alive and well to this day. I see her from time to time, and each time I am reminded of that first anxious encounter with a seriously ill, and understandably fearful person
I have anointed hundreds of people since that day. Most of them have since passed on from this world, but in every case, I have felt privileged to provide them with the grace of that sacrament which the Lord entrusted to His Church in this world to give meaning and value to human suffering; the suffering He knows very well.
DIARIO DE UN SACERDOTE URBANO
Entrada # 73 Unción de los Enfermos a Carla
En mis primeros días como sacerdote recién ordenado asignado a una parroquia, tuve una serie de experiencias para las cuales no me encontraba bien preparado. Fueron momentos bastante frustrantes para mí, y me di cuenta que nuestra formación en el Seminario era más teórica que practica.
El hecho de no haber recibido aún, el Sacramento de Orden Sagrado, no nos permitía administrar algunos sacramentos, siendo uno de ellos la Unción de los Enfermos. Ahora me doy cuenta de que hay ciertas situaciones para las cuales uno simplemente no puede ser entrenado. Como dice un dicho: “la practica hace al maestro”, y fue la experiencia adquirida a través de los años la que me ayudó a desempeñar mi trabajo eficientemente.
En uno de esos primeros días como sacerdote, me dirigía de la rectoría a la iglesia cuando una señora de mediana edad a la que llamaré Carla estacionó su auto y al salir de él, se acercó a mí llorando. Siempre me he sentido bastante incomodo al ver a una persona llorando ya sea hombre o mujer; sin embargo, dado mi nuevo cargo como párroco, me sentí obligado a intentar de hacer algo. Me presenté a la angustiada dama y le pregunté si podía ayudarla.
Me informó que acababa de salir del médico y le habían diagnosticado un cáncer. No recuerdo qué tipo de cáncer era, pero sin importar de que índole fuera dicha enfermedad, un diagnóstico de esta magnitud era razón suficiente para que una persona se preocupara por su vida y decidiera ir a la Iglesia llorando desesperadamente para encontrar algún tipo de consuelo.
Conversamos un rato y le expliqué sobre el Sacramento de la Unción de los Enfermos. Generalmente se piensa que este sacramento debe administrarse cuando un católico ha llegado al final de sus días en este mundo; sin embargo, esta interpretación no es del todo correcta.
Este sacramento debe ser administrado al inicio de una enfermedad, o al estar próximo a la muerte debido al envejecimiento.
Debemos explicar que el Sacramento de la Unción de los Enfermos se administra con el fin de unir el sufrimiento del enfermo o del anciano, al sufrimiento de Cristo; de modo que, así como Cristo ofreció su sufrimiento como sacrificio por los pecados del mundo, la persona que sufre en unión con Cristo, puede ofrecer su sufrimiento como penitencia por sus pecados y por los del mundo entero.
Por lo tanto, la persona debe recibir el sacramento al comienzo de una enfermedad grave, y no en el momento de la muerte. Si bien es cierto que el sacramento siempre proporciona sanación espiritual mediante el perdón de los pecados (por lo general, el Sacramento de la Confesión se incluye cuando la persona puede hacerlo), en ciertas ocasiones también puede proporcionar sanación física.
Después de haber aprendido todo esto durante mi formación en el seminario y haber hecho todo lo posible por explicárselo a Carla, esta era la primera vez que administraba este Sacramento, y esperaba que mi nerviosismo no fuera evidente a los ojos de ella. De cualquier forma, juntos logramos salir adelante y la despedí con la certeza de que estaría mis oraciones.
Más de veinte años después, me complace informar que Carla finalmente se recuperó de su cáncer y está viva y con salud hasta el día de hoy. La veo de vez en cuando, y cada vez recuerdo ese primer encuentro ansioso con una persona gravemente enferma y comprensiblemente temerosa que vino a mi para recibir un consuelo.
Desde entonces he ungido a cientos de personas, gran parte de ellas ya fallecidas, pero en todos los casos me he sentido privilegiado de brindarles la gracia de ese sacramento que el Señor confió a Su Iglesia en este mundo para dar significado y valor al sufrimiento humano; sufrimiento que Nuestro Señor conoce muy bien.