THE DIARY OF AN INNER-CITY PRIEST #77 / DIARIO DE UN SACERDOTE URBANO #77

THE DIARY OF AN INNER-CITY PRIEST

Diary Entry #77   The Squirrel Hunter

Every homeowner knows that from time to time, unexpected problems arise. The solution to some of those problems is not always immediately evident, nor easy.

At one point in my life as an inner-city pastor I discovered that squirrels were passing in and out of the rectory attic through an opening under the eaves. It seems very likely that the squirrels had made that opening themselves in order to take advantage of the warmer temperatures of the attic during the winter season.

The opening was too high above the ground for me to access with a ladder, and I was not sure how to ascertain that no squirrels would be left camping in the attic when the opening had eventually been sealed. I consulted with another priest who was living with me at the time. He assured me that he would solve the problem. I was not sure how my fellow priest was planning to address the squirrel infestation, but I was willing to leave it in his hands so that I could move on to another problem.

The next morning, I found my brother priest patrolling our small property with what looked to me like a rifle. It should be noted that there was a school full of children on the property and an apartment building across the street with windows affording a full, clear view of our entire small physical plant.

All I could think was that if someone from the school or apartments saw him moving about the property with what appeared to be a rifle, they would surely call the police. It also occurred to me that if the police arrived at the schoolyard and saw a man there carrying what appeared to be a rifle, they would likely act first and ask questions later. I would not have blamed them. I decided that, for the sake of the life of that fellow priest, I should intervene immediately.

“What on earth are you doing?”, I asked. “I am solving our squirrel problem”, he replied. “With a rifle?”, I asked. “It’s not a rifle”, he said, “it’s a pellet gun”.

I explained to him that regardless of whether the weapon was a rifle or a pellet gun, if anyone saw him it would probably not end well for him, and that it was virtually certain that someone would see him if they had not already. I urged him for his own safety, to take the gun inside the house and not let himself be seen with it again on the property.

He did, but he remained undeterred in his mission. He devised a new method of squirrel hunting. He removed the screens from the windows and shot at the squirrels from inside the house through the open windows. He eliminated about a dozen of them along with a few bunny rabbits and a skunk.  He was quite proud of himself and boasted of his superb marksmanship to anyone who would listen.  He claimed that he never missed a shot.

Finally, when the job was done and there were no woodland creatures left alive on our small property, he gave the gun to a young man of the parish and taught him how to shoot.  The young man apparently had a great aptitude for shooting, and my fellow priest was pleased to have passed his skillset on to him.

In the end I must admit that, while this was not the solution I would have devised, no one was hurt, no one was arrested, and the squirrels were no longer scurrying around the attic.  They had all been shot dead and their carcasses thrown unceremoniously into the dumpster.  The problem had been solved, and I moved on to the next one.

 

 

EL DIARIO DE UN SACERDOTE URBANO

Entrada # 77   El Cazador de Ardillas

Todo dueño de casa sabe que de vez en cuando surgen problemas inesperados. La solución a algunos de esos problemas no siempre es, ni inmediata, ni fácil.

En un momento de mi vida como párroco de una iglesia urbana descubrí que las ardillas entraban y salían del ático de la rectoría a través de una abertura debajo del alero. Es muy probable que las ardillas hayan hecho esa abertura para invernar en un lugar en donde las temperaturas son más cálidas durante la temporada de invierno.

Yo deseaba sellar la abertura, pero estaba bastante alta y la única forma de acceso era con una escalera. Yo quería asegurarme de que al sellar la entrada no quedarían ardillas en el interior. Consulté con otro sacerdote que vivía conmigo en ese momento y éste me aseguró que él solucionaría el problema.

Yo no estaba seguro de cómo mi compañero sacerdote planeaba abordar esta situación, pero estaba dispuesto a dejar el problema en sus manos para yo poder encargarme de otros muchos problemas que se presentan cada día en la parroquia.

A la mañana siguiente, encontré a mi hermano sacerdote patrullando nuestra pequeña propiedad con lo que me pareció un rifle. Cabe señalar que contábamos con una escuela llena de niños en la propiedad y un edificio de apartamentos al otro lado de la calle con ventanas que permitían una vista completa y clara de nuestra propiedad.

Muy alarmado pensé que si alguien de la escuela o de los apartamentos lo observaba moviéndose por la propiedad con lo que parecía ser un rifle, seguramente llamaría a la policía. También se me ocurrió que si la policía llegaba al patio de la escuela y veía a un hombre llevando lo que parecía ser un rifle, probablemente actuarían primero y harían preguntas después, y yo no los habría culpado. Decidí que, por el bien de la vida de ese colega sacerdote, debía intervenir inmediatamente.

“¿Qué diablos estás haciendo?”, le pregunté. “Estoy solucionando nuestro problema de las ardillas”, respondió. “¿Con un rifle?”, pregunté. “No es un rifle de verdad”, dijo, “es un rifle de balines”.

Le expliqué que independientemente de si el arma era un rifle de verdad, o un rifle de balines, si alguien lo miraba probablemente las cosas no terminaría bien para él, y continué diciéndole que probablemente ya había sido visto por alguien, ya fuera de los apartamentos de enfrente, o de la escuela.

Le sugerí que, por su propia seguridad, llevara el arma al interior de la casa y que no se dejara ver con ella nuevamente en la propiedad. Lo hizo, pero no se dio por vencido en su misión de exterminar a las ardillas invasoras.

Ideó un nuevo método de caza de ardillas. Quitó las telas metálicas de las ventanas y disparó a las ardillas desde el interior de la casa a través de las ventanas abiertas. Eliminó alrededor de una docena de ellas junto con algunos conejitos y un zorrillo. Estaba bastante orgulloso de sí mismo y se jactaba de su excelente puntería ante todos los que quisieran escucharlo. Afirmaba muy orgulloso que nunca había fallado un disparo.

Finalmente, cuando terminó su misión, y no quedaba viva ninguna criatura del bosque que se encontraba en nuestra pequeña propiedad, le regaló el arma a un joven de la parroquia y le enseñó a dispararlo. Al parecer, el joven tenía una gran aptitud para el tiro, y mi compañero sacerdote estaba contento de haberle transmitido sus habilidades.

Al final debo admitir que, si bien ésta no había sido la solución más idónea, nadie resultó herido, nadie fue arrestado y las ardillas ya no correteaban por el ático. Todas habían sido eliminadas a tiros y sus cadáveres habían sido arrojados sin contemplaciones al contenedor de basura. El problema estaba resuelto, y era de hora de pasar al próximo problema por resolver.

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