THE DIARY OF AN INNER-CITY PRIEST
Diary Entry #79 Carrying the Cross
“Whoever wishes to come after me must deny himself, take up his cross, and follow me” (MT 16:24).
When I was a child in the 1960’s every doctor’s and dentist’s office had a table in the waiting room on which was to be found a copy of the magazine Highlights for Children. I have not seen the magazine for decades, but I understand that it still exists. It featured a comic strip called Goofus and Gallant. The comic was a very simple production of two panels in which the character Goofus always did what was wrong and bad, while Gallant always did what was virtuous and right. For example, “Goofus turns on the television when guests arrive; whenever guests arrive, Gallant turns off the television at once.” I always thought that no one could be as rude and disrespectful as Goofus, but I knew that nobody could survive in the schoolyard if he were as good as goody-two-shoes Gallant. The point is, there is a bit of Goofus and Gallant in all of us, and we know we should strive to be more like Gallant.
Altar boys remind me of Goofus and Gallant. There are altar boys who will dutifully hang their cassocks and surplices after Mass, encourage their fellows to do the same, and take the time to ask me if they may be of any further assistance (Gallant). At the same time, there are those who will drop their cassocks and surplices on the floor when my back is turned, and trample all over them as they run out the door laughing merrily all the way (Goofus).
There are various ways of interpreting this data. Perhaps those boys in the first category have been meticulously instructed by their parents to behave in a civilized manner, and that instruction actually has borne fruit. It may also be that their personalities are naturally inclined toward being courteous, polite, and considerate of others. It is quite possible that the parents of those boys in the second group (those less well-mannered) have striven mightily to form their recalcitrant boys with no success, and that through no fault of their own, their boys have turned out bit rough around the edges. It may be that the rough-edged boys will mature into courteous and considerate adults, while their well-mannered fellows will grow up and “break bad”. There are many factors at work in the maturation of altar boys.
Apart from observing their simply doing what is right or wrong, I have found that altar boys have taught me a great deal about human nature. As the younger and smaller boys begin their service at the altar, they are given simple, easy tasks. As they grow in experience, size and responsibility, they are invited to exercise more challenging roles. One of those roles, still relatively simple, but not at all easy for a smaller boy, is carrying the processional cross. The cross is tall, it is heavy, and it does not easily fit through doors and around corners. The image of Our Lord on the processional cross has frequently been stabbed into the acoustic tile ceiling of the staging area for the procession. It has also been slapped repeatedly against the door frame. The boys mean no disrespect. The cross is not easy to carry.
What I have learned by watching the boys struggle with the processional cross is that it is a metaphor for life. There are small boys who will test the weight of the cross and decide that it is too heavy, and that they are not yet ready to carry it. Afterall, in the immortal words of the sage Dirty Harry, “A man’s got to know his limitations.” There are other small boys who, once they have been offered the position of cross-bearer, will do all in their power to carry that cross no matter what it costs them in effort. I do not mean to judge the character of the boys of either category. Some boys are of one type, and some are of the other. I never force a boy to carry the cross if he does not feel ready. Rather, I hope to help form all of the boys to be able, when there is no choice, to carry the crosses they will certainly encounter in their lives. That is what matters.
DIARIO DE UN SACERDOTE URBANO
Entrada # 79 Cargando la Cruz
“Quien quiera venir en pos de mí, debe negarse a sí mismo, tomar su cruz y seguirme” (MT 16,24)
Cuando yo era niño, en los años 60, todos los consultorios de pediatras y dentistas tenían una mesa en la sala de espera en la que se encontraba un ejemplar de la revista Highlights for Children. (Ilustraciones para Niños). Hace décadas que no veo la revista, pero tengo entendido que todavía existe.
Dicha revista presentaba una tira cómica llamada Goofus and Gallant. Se trataba de una producción muy sencilla con dos personajes, Goofus y Gallant. El primer personaje, Goofus, siempre se encargaba de hacer algo travesuras, mientras que el segundo personaje Gallant, siempre hacía lo virtuoso y correcto.
Por ejemplo, “Goofus enciende el televisor cuando llegan los invitados; y Gallant se encarga de apagarlo inmediatamente”. Siempre pensé que nadie podría ser tan grosero e irrespetuoso como Goofus, y que tampoco nadie podría sobrevivir en el patio de la escuela si fuera “un angelito dotado de virtudes” como Gallant. El punto es que hay un poco de Goofus y Gallant en cada uno de nosotros, y que debemos esforzarnos por ser más como Gallant que como Goofus.
Los monaguillos me recuerdan a Goofus y Gallant. Hay monaguillos que obedientemente cuelgan sus sotanas y albas después de la Misa, además alientan a sus compañeros a hacer lo mismo y se toman el tiempo para preguntarme si necesito ayuda adicional (Gallant). Por otro lado, hay monaguillos que tiran las sotanas y albas al suelo, cuando sienten que no los estoy observando, y las pisotean cuando salen corriendo por la puerta, muertos de la risa (Goofus).
Hay varias formas de interpretar estas situaciones. Quizás los niños de la primera categoría hayan sido instruidos meticulosamente por sus padres para que se comporten de manera civilizada, y esa instrucción realmente haya dado sus frutos. También puede ser que sus personalidades estén naturalmente inclinadas a ser corteses, que sean educados y considerados con los demás.
También es posible que los padres de los niños del segundo grupo (los menos educados) se hayan esforzado mucho por formar a sus niños sin haber obtenido ningún éxito, y que, sin tener culpa, sus niños se hayan vuelto rudos y maleducados. Puede ser que los muchachos del segundo grupo, un día maduren y se conviertan en adultos corteses, responsables y considerados, mientras que sus compañeros bien educados crezcan y cambien completamente de educados a insubordinados. Hay muchos factores que influyen en la madurez de los monaguillos.
Además de observar cómo simplemente hacen lo que está bien o mal, he descubierto que los monaguillos me han enseñado mucho sobre la naturaleza humana. A medida que los niños más pequeños comienzan su servicio en el altar, se les asignan tareas sencillas y fáciles. Al pasar el tiempo cuando crecen en experiencia, tamaño y responsabilidad, se les invita a ejercer funciones más desafiantes.
Uno de esos roles, todavía relativamente sencillo, pero nada fácil para un niño pequeño, es llevar la cruz procesional. La cruz es alta, pesada y no pasa fácilmente por los techos, ni por las puertas ni por las esquinas. Con mucha frecuencia, la imagen de Nuestro Señor en la cruz procesional pega en el techo de la sacristía antes de salir y también es frecuente que dicha imagen sea “abofeteada” al pegar en los marcos de las puertas. Claro que los chicos no lo hacen con ninguna intención de maltratar ni de irrespetar la imagen de Nuestro Señor, como dije antes, la cruz es pesada y no es fácil manejarla.
Lo que he aprendido al observar a los niños haciendo un gran esfuerzo al llevar la Cruz procesional, es que es una metáfora de la vida. Hay niños pequeños que probarán el peso de la cruz y decidirán que es demasiado pesada y que aún no están preparados para cargarla. Después de todo, según las inmortales palabras del sabio Dirty Harry (Henry el Mugriento) "Un hombre debe conocer sus limitaciones".
Por otro lado, hay otros niños pequeños que, una vez que se les ha ofrecido el puesto de portadores de la cruz, harán todo lo que esté en sus manos para llevar esa cruz sin importar el gran esfuerzo que tengan que hacer.
No pretendo juzgar el carácter de los chicos de ninguna de las categorías. “De todo hay en la Viña del Señor”. Nunca obligo a un niño a llevar la cruz si no se siente preparado. Más bien, espero ayudar a formar a todos los niños para que puedan, cuando no haya otra opción, llevar las cruces que seguramente encontrarán en sus vidas. Eso es lo que importa.