THE DIARY OF AN INNER-CITY PRIEST
Diary Entry #80 Speaking Spanish
Having been assigned to my first inner-city parish, it was immediately evident that I would need to be able to speak Spanish. It was equally evident to me that I was in no way prepared to do that. I had participated in a seven-week immersion course in Spanish some years earlier, but was not capable of conversation in Spanish about the problems and intimate details of people’s lives, not so much that I could not say what I wanted to say, but that I could not understand what was being said to me. Neither was I proficient enough in Spanish to preach a homily without having first written it out with the help of my Spanish dictionary and grammar. In short, I did not speak Spanish.
At a certain point early in my tenure a representative of the Spanish speaking community, the wife of one of my deacons, asked if she and her husband might meet with me to discuss the needs of the Spanish speaking community. I agreed, of course. Following the exchange of some pleasantries, I asked what I might do to serve better the needs of the Spanish speakers. Without hesitation the deacon’s wife said, “Don’t write out your homilies and read them to us. Talk to us.”
This was easy for her to say. For me, at that point in my Spanish speaking career, I frankly had no choice but to meticulously translate my prepared English homily into Spanish with the help of my English/Spanish dictionary, and to write it out word for word and deliver it reading from a prepared text. This was a tedious and time-consuming process, but it was unavoidable. It was simply impossible for me to deliver a homily in Spanish as I did in English.
From my first days as a priest, it has been my practice to prepare my homilies in my head, and to deliver them from memory without notes or written text. By the time I get to the pulpit, I know exactly what I am going to say, and rarely deviate from what I have prepared. But when obliged to preach in languages with which I am somewhat familiar, but not at all proficient, I am forced to carefully prepare, write out, and read what I want to say.
Here, I must include a detail which was for me rather perplexing: the deacon, a native Spanish speaker himself, the husband of the woman with whom I was speaking who was telling me not to read my homilies from a piece of paper, always read his homilies from a prepared text. I did not say anything, and neither did he.
Later, having watched and listened to him preach homilies many times, I learned that he could easily go off script and get lost in the weeds, talking endlessly and excitedly about something he had originally never intended to cover. Undoubtedly, his wife had told him not to read his homilies just as she had told me. He probably did it as last resort just to keep himself on point, or perhaps his memory was not as sharp as it once had been.
In any case, I was determined to heed the deacon’s wife’s advice for the sake of connecting better with my parishioners. From that moment I never put another Spanish word to paper for a homily. Little by little, after years of Saturday mornings spent preparing a homily in English in my head, and working it into Spanish as I go, my Spanish dictionary and grammar are as worn out as my breviary.
My Spanish speaking friends joke that I speak Spanish as if I learned it from a dictionary. That is exactly what I did, and continue to do every Saturday morning. It gets a little easier every time. Someday, I hope to be able to speak Spanish.
DIARIO DE UN SACERDOTE URBANO
Entrada # 80 Hablando Español
Al haber sido asignado a mi primera parroquia urbana, inmediatamente me di cuenta que sería necesario que hablara español. Y también me daba cuenta que de ninguna manera estaba preparado para comunícame en español con mis feligreses de habla hispana.
Hacía ya varios años que había participado en un curso de 7 semanas de Introducción al Español, pero no me sentía capaz de entablar una conversación en español sobre los problemas y detalles íntimos de la vida de las personas.
Tampoco podía entender lo que me platicaban.
En otras palabras, no dominaba el español lo suficiente como para predicar una homilía sin haberla escrito primero con la ayuda de mi diccionario y gramática en español.
En cierto momento al comienzo de mi asignación, una representante de la comunidad hispana, la esposa de uno de mis diáconos, me preguntó si ella y su esposo podían reunirse conmigo para discutir las necesidades de la comunidad. Estuve de acuerdo, por supuesto, y después del intercambio de algunas bromas, pregunté qué podría hacer para atender mejor las necesidades de los hispanohablantes.
Sin dudarlo por un momento, la esposa del diácono me dijo: “No escriba sus homilías y nos la lea. ¡Háblenos!”. Para ella era fácil decirlo, sin embargo para mí, esto era bastante difícil.
Pero no tuve más remedio que tomar mi homilía que había preparado en inglés, y traducirla al español con la ayuda de mi diccionario inglés/español, escribirla palabra por palabra y transmitirla desde un texto preparado.
Este fue un proceso tedioso y que me llevó mucho tiempo, pero era inevitable. Para mí era simplemente imposible transmitir una homilía en español con la misma facilidad que como lo hacía en inglés.
Desde mis primeros días como sacerdote he tenido la costumbre de preparar mis homilías en mi cabeza y transmitirlas de memoria sin notas ni texto escrito.
Cuando llego al púlpito, sé exactamente lo que voy a decir y rara vez me desvío de lo que he preparado. Pero cuando me veo obligado a predicar en otros idiomas que no domino en absoluto, me veo obligado a preparar, escribir y leer cuidadosamente lo que quiero decir.
Debo incluir aquí un detalle que me resultó bastante desconcertante: el diácono, un hispanohablante, el esposo de la señora con la que hablaba y que me decía que no leyera mis homilías, siempre leía sus homilías a partir de un texto preparado. Yo me reservaba algún comentario al respecto y él también lo hacía.
Con el tiempo, después de haberlo observado varias veces predicar su homilía, me di cuenta que muchas veces se salía del guion, y se perdía hablando interminablemente y con entusiasmo sobre algo que originalmente nunca había tenido la intención de cubrir. Seguramente que su esposa le había dado el mismo consejo de no leer sus homilías, tal como me lo había dado a mí.
Probablemente lo hizo como último recurso sólo para su esposo se mantuviera enfocado, o tal vez su memoria no era tan buena como antes.
De cualquier manera, yo estaba decidido a seguir el consejo de la esposa del diácono para conectarme mejor con mis feligreses. Desde ese momento nunca más puse por escrito otra palabra en español para una homilía.
Poco a poco, después de años de pasar los sábados por la mañana preparando una homilía en inglés en mi cabeza, traduciéndola al español a medida que avanzo, mi diccionario y gramática de español están tan desgastados como mi breviario.
Mis amigos hispanohablantes bromean diciendo que hablo español como si lo hubiera aprendido de un diccionario. Eso es exactamente lo que hice y sigo haciendo todos los sábados por la mañana, pero debo hacerles ver que, gracias a este método, cada vez se me hace más fácil.
¡Algún día espero poder hablar español con fluidez!