THE DIARY OF AN INNER-CITY PRIEST
Diary Entry #83 My Vocation Story (Part 2)
Having begun the practice of the Faith, and having been taken under the wing of the Franciscan Brothers at my parish, I met a young married couple through a mutual friend. She was a stay-at-home mother of several young children and a practicing Catholic. He was working on his doctorate in philosophy and was an avowed atheist. Since they did not own a car, I would pick her up and take her to Mass on Saturday evening. After Mass we would return to their home for dinner together and talk late into the night about all sorts of things including religion. Discussions like these both inspired, and forced me to learn more.
Many years later, long after I was ordained, I learned that finally he had converted to Catholicism and was the director of the RCIA program at that same parish. I have no doubt that his wife’s prayers had a lot to do with that.
The mutual friend who had introduced us was the wife of a Lutheran minister. He was in charge of a tiny Lutheran Campus Ministry at the university at which I was working at the time. Being a Lutheran minister on a college campus in the Bible Belt meant he did not have a lot of customers.
Among my many music jobs I was playing for his tiny Sunday morning congregation. I stopped by his office once a week to collect my assignment for the weekend and we talked. He knew very little about Catholicism except the usual falsehoods that most non-Catholics hold to be true. Naturally, he tried to convince me that I should be Lutheran.
Back to the library I went to read Luther’s works and more about Catholicism. I very quickly learned that I would not be converting to Lutheranism, and became more convinced of the truth of the Catholic Faith. The idea of the priesthood began to grow in the back of my mind.
Completely unsure of how to proceed, but knowing I had to do something, I spoke to my parish priest saying, “I think I might want to be a priest, but I’m not sure.” Rather than take the time to speak with me, he gave me a telephone number and said, “Call the Vocation Director.”
I had no idea what a vocation director was. I made the three-hour drive to speak with a man whom I did not know about a topic I found uncomfortable to discuss. When we met, I learned that he was a former seminarian, married with five children. (Believe it or not, such an approach to helping men along the path to priesthood was considered cutting edge at the time).
I left, unimpressed, uninspired, and still unsure of how to proceed. He called about once a month for a while to ask me how I was progressing in my discernment process. I had attended a few events with other men like me, along with current seminarians, but I did not feel as though I fit in. I finally told the vocation director that I did not think the priesthood was for me.
Sometime later I found myself on a spiritual retreat somewhere in the Midwest. I learned that there was a vocation director available to speak with anyone who might be considering the priesthood. “Why not?”, I thought. When I arrived at my appointment I was greeted by a nun. (This approach was also once considered innovative). The only question I recall her asking me concerned what I thought about women in the priesthood. I told her that I thought what the Church has always taught. My interview was quickly brought to a close. By now, I had essentially given up. I was forced to conclude that the priesthood was not for me.
To be continued next week…
DIARIO DE UN SACERDOTE URBANO
Entrada # 83 Historia de mi Vocación Sacerdotal (Parte II)
Habiendo comenzado en la práctica de la fe y que también me encontraba “bajo el ala” de los Hermanos Franciscanos de mi parroquia, conocí a un joven matrimonio a través de una amiga en común. La esposa de mis nuevos amigos era madre, ama de casa con varios niños pequeños, y católica practicante. El esposo estaba trabajando en su doctorado en filosofía y era un ateo declarado.
Como no tenían automóvil, yo me ofrecí a llevarla a la iglesia los sábados para asistir a la Misa. La recogía en mi automóvil, y la llevaba a Misa el sábados por la noche. Después de la Misa, regresábamos a su casa para cenar con la familia, platicábamos hasta altas horas de la noche sobre todo tipo de tópicos, incluyendo la religión.
Discusiones como estas me inspiraron e incentivaron a investigar más sobre la fe católica. Muchos años después; mucho después de que yo fuera ordenado, supe que finalmente el esposo se había convertido al catolicismo y era el director del programa RICA en esa misma parroquia. No tengo dudas de que las oraciones de su esposa tuvieron mucho que ver con su conversión.
La amiga común que me presentó a esta pareja era la esposa de un ministro luterano. Estaba a cargo de un pequeño ministerio universitario luterano en la universidad en el que yo trabajaba en ese momento. Ser ministro luterano en un campus universitario significaba que no tenía muchos clientes, porque en el Sur no existen muchos luteranos.
Entre mis muchos trabajos musicales estaba tocar para su pequeña congregación los domingos por la mañana. Pasaba por su oficina una vez por semana para recoger mi lección del fin de semana y aprovechaba para charlar un rato con él.
Él sabía muy poco sobre el catolicismo, excepto las habituales falsedades que la mayoría de los no católicos consideran ciertas. Naturalmente, trató de convencerme de que debería convertirme a su religión.
De nuevo regresé a la biblioteca para leer las obras de Lutero y algo más sobre el catolicismo. Aprendí mucho, y muy rápidamente me convencí que no me convertiría al luteranismo y que la fe católica me indicaba cada vez más que era donde estaba la verdad. La idea del sacerdocio comenzó a crecer en el fondo de mi mente.
Completamente inseguro de cómo proceder, pero sabiendo que tenía que hacer algo, hablé con mi párroco y le dije: "Creo que tal vez quiera ser sacerdote, pero no estoy seguro". En lugar de tomarse el tiempo para hablar conmigo, me dio un número de teléfono y me dijo: "Llame al Director de Vocaciones".
No tenía idea de lo que era un director de vocaciones. Hice el viaje de tres horas para hablar con un hombre que no conocía, y sobre un tema que me resultaba incómodo discutir. Cuando nos conocimos, supe que era un ex seminarista, casado y con cinco hijos. (Lo creas o no, ese enfoque para ayudar a los hombres en el camino hacia el sacerdocio se consideraba muy innovador en ese momento, de vital importancia). Me fui nada impresionado, sin inspiración y todavía sin estar seguro de cómo proceder.
Este Director de Vocaciones se estuvo comunicando conmigo una vez al mes durante algún tiempo para inquirir como estaba progresando en mi discernimiento. Yo había asistido a algunos eventos con otros muchachos como yo, y también junto con seminaristas, pero sentía que no encajaba. Finalmente le dije al director de vocaciones que no creía que el sacerdocio fuera para mí.
Algún tiempo después me encontré en un retiro espiritual en algún lugar del Medio Oeste. Me enteré de que había un director de vocaciones disponible para hablar con cualquiera que pudiera estar considerando el sacerdocio. “¿Por qué no?”, pensé.
Cuando llegué a mi cita fui recibido por una monja. (Este enfoque también alguna vez se consideró innovador). La única pregunta que recuerdo que me hizo se refería a qué pensaba yo sobre las mujeres en el sacerdocio. Le dije que pensaba lo que la Iglesia siempre ha enseñado. Mi entrevista concluyó rápidamente. A estas alturas, básicamente me había rendido. Me vi obligado a concluir que el sacerdocio no era para mí.
La conclusión, la próxima semana…