THE DIARY OF AN INNER-CITY PRIEST
Diary Entry #90 The Narrow Gate
At the very beginning of one academic year at the private Catholic school which rents the building on my parish property a group of security minded school student moms caught me as I was crossing the parking lot from the church to the school.
They had a multitude of ideas on how we might beef up the security at our school. This is not a bad thing. As everyone knows, in the last 20 years or so there have been many horrific incidents at schools across the country which have resulted in the loss of innocent life. At the same time, there is only so much that can be done to prevent such incidents. Among the many ideas that the moms suggested to me that morning in the parking lot were two that stand out in my memory.
First, they proposed stationing a stay-at-home mom or two armed with cell phones at the front doors of the school throughout the school day to keep an eye on things. As it is, no one can enter the school building without being “buzzed in” after having been vetted by means of the surveillance system monitored by the school secretary, but the moms thought it would be a good idea to provide an extra level of precaution. I willingly agreed.
That lasted about two days as the moms quickly realized that standing in front of the school all day long in all kinds of inclement weather was not at all practical. They had lots of other stuff to do.
The second idea was to repair the gate in the fence that more or less surrounded the property in order to stop the flow of pedestrians through the property near the school; their husbands would see to it.
Again, I willingly agreed, but I have lived in the inner-city for a long time and I am very familiar with the fate of fences and gates in the city, at least when they block a path that is well-traveled. I knew what was going to happen.
The shortest distance between two points is a straight line, and inner-city residents, many of whom need to walk to their destinations, do not take kindly to obstacles having been placed in their straight-line paths.
In other words, a locked gate in a fence that blocks a path which is a straight line between a residential neighborhood and such an important destination as the local grocery store will be climbed over, cut through, or simply torn down in very short order.
That is exactly what happened. Shortly after a group of dads had rendered the gate incapable of being opened, I found it lying in the grass near the fence just off the straight-line path through our property from the neighborhood to the local grocery store and laundromat.
It had been ripped from its hinges and cast aside by some neighborhood dweller who found it an annoying obstacle in his path through our property. So, it goes. I have not bothered to spend time and money having the maintenance man repair it because I am completely certain that the same thing will happen again, and again.
In the end, one must learn to accept certain things as they are in the inner-city. There are some things that simply cannot be changed, and some problems that simply cannot be solved.
DIARIO DE UN SACERDOTE URBANO
Entrada # 90 La Puerta Angosta
Cierto día, al inicio de uno de los años académicos de la escuela católica privada, que alquila el edificio en la propiedad de mi parroquia, un grupo de madres de los estudiantes, preocupadas por la seguridad de sus hijos, me interceptaron mientras cruzaba el estacionamiento de la iglesia a la escuela.
Tenían multitud de ideas sobre cómo podríamos reforzar la seguridad en nuestra escuela. Esto no es algo malo. Como todo el mundo sabe, en los últimos 20 años se han producido muchos incidentes horribles en escuelas de todo el país que han provocado la pérdida de vidas inocentes. Al mismo tiempo, no hay mucho que se puede hacer para prevenir tales incidentes. Entre las muchas ideas que me sugirieron las mamás esa mañana en el estacionamiento hubo dos que se destacan en mi memoria.
Primero, me propusieron asignar a una o dos mamás, amas de casa, para que se colocaran a la entrada de la escuela durante todo el día, armadas con sus celulares y listas para hacer uso de ellos en caso necesario, si observaban algo sospechoso que pusiera en peligro a los niños y al personal de la escuela.
La verdad sea dicha, en la actualidad la escuela cuenta con un sistema de seguridad bastante bueno. Nadie puede ingresar al edificio sin antes haber sido aprobado por medio del sistema de vigilancia monitoreado por la administración de la escuela. Sin embargo, las madres de los niños pensaron que sería una buena idea brindar protección adicional. Yo acepté su propuesta de buena gana. Las madres se pusieron manos a la obra con su proyecto, y esto duró aproximadamente dos días, ya que las mamás rápidamente se dieron cuenta que permanecer frente a la escuela todo el día en todo tipo de clima, soportando las inclemencias del tiempo, no era nada práctico. Ellas tenían muchas otras cosas en que ocupar su tiempo.
La segunda idea fue reparar el portón de la cerca que rodea la propiedad para impedir el flujo de peatones que regularmente cruzan en línea recta para llegar más rápido a su destino, que es la tienda de abarrotes que se encuentra en la esquina. Los esposos de estas madres se encargarían de reparar dicho portón para obligar a los peatones a rodear la propiedad para llegar a su destino.
Una vez más acepté de buena gana esta iniciativa, pero déjenme decirles que he vivido en el casco urbano durante mucho tiempo y por experiencia propia puedo decirles cual será el destino final de portones y vallas que se construyan para impedir el paso.
Sabía lo que iba a pasar. Por lógica sabemos que la distancia más corta entre dos puntos es una línea recta, y los peatones, muchos de los cuales necesitan caminar hasta sus destinos, no aceptan con agrado que se hayan colocado obstáculos en los atajos que hacen que su transitar sea más corto. En otras palabras, un portón que impida el paso más corto para llegar a un lugar tan importante como la tienda de abarrotes, indudablemente que será derribada en muy poco tiempo, y eso fue exactamente lo que pasó.
Poco después de que un grupo de padres repararan el portón y cerraran con llave la entrada, encontré dicho portón tirado en el césped justo al lado del camino, que en línea recta atraviesa nuestra propiedad hasta la tienda de comestibles y la lavandería local.
Algún vecino del barrio lo había arrancado de sus bisagras, pues lo consideraba un obstáculo molesto en su paso por nuestra propiedad. Yo no me he molestado en gastar ni tiempo ni dinero pidiendo al encargado de mantenimiento que lo repare porque estoy completamente seguro de que volverá a suceder lo mismo una, y otra, y otra vez.
Al final, debemos aceptar las realidades que se viven en el casco urbano de una ciudad. Hay algunas cosas que simplemente no se pueden cambiar, y ¡Algunos problemas que simplemente no se pueden solucionar!