THE DIARY OF AN INNER-CITY PRIEST #48 – EL DIARIO DE UN SACERDOTE URBANO #48

THE DIARY OF AN INNER-CITY PRIEST

Diary Entry #48    The Miracle I Witness Every Day

 Long before I thought of becoming a priest I went on a pilgrimage to various holy sites in Europe with a good friend from high school, who was by then ordained a priest, and a group of his parishioners.  At the time, I found the whole experience rather strange.  We visited the sites of Eucharistic Miracles, i.e., Hosts that actually had become flesh and blood.  I did not quite understand the fascination with the whole thing. Why would we be surprised that a Host had turned to Flesh and Blood?

The Church teaches very clearly and consistently that every time the Mass is offered validly by a validly ordained priest, the bread and wine become the Body, Blood, Soul, and Divinity of Christ Himself.  Granted, that change normally takes place in a substantial (invisible), not accidental (visible) way, but I could not help thinking at the time that the real miracle takes place every time the priest says the right words over the right stuff.  Even as a lukewarm, barely-practicing Catholic I believed that.  Why would I need “proof”?

I have, years later as a priest myself, learned that, among certain of the Catholic faithful, there is a hunger to witness such miracles as a means of strengthening their Faith.  Obviously, the Lord works such miracles from time to time as He sees fit, but I discourage people who ask from chasing after such things.  As St. Ignatius of Loyola is said to have said, “For those who believe no proof is necessary.  For those who disbelieve, no proof is sufficient.”

After many years of having been a priest myself, I would suggest the following approach to miracles:  I frequently tell people, “I do not need to see the Host turn to flesh and Blood, and to drip onto the altar as I say Mass.  I do not need the Blessed Mother to appear to me speaking words of wisdom.  I do not need to see a miraculous healing of some sort.  Rather, I wake up every morning and realize, sooner or later as I emerge from my morning stupor, that the institution which is the Catholic Church is still here, for at least one more day.

She (the Church) should not be here.  We (the Church) for at least the last 60 years (and at other points in history) have done everything wrong.  We have done everything imaginable to destroy the institution which is the Bride of Jesus Christ, but She is still here.  I firmly believe that one may never hope to witness a greater miracle than this.

 

  

 

 

EL DIARIO DE UN SACERDOTE URBANO

Entrada de diario #48 El Milagro del que soy Testigo todos los Días

Mucho antes de pensar en ser sacerdote, fui en peregrinación a varios lugares sagrados de Europa con un buen amigo de la escuela secundaria, que para entonces ya estaba ordenado sacerdote, y un grupo de sus feligreses.

En ese momento, encontré toda la experiencia bastante extraña. Visitamos los lugares de los Milagros Eucarísticos, es decir, Hostias que en realidad se habían convertido en el Cuerpo y la Sangre de Cristo. No entendí muy bien la fascinación con todo el asunto. ¿Por qué habría de sorprendernos que una Hostia se convirtiera en la Carne y Sangre de Cristo?

La Iglesia nos enseña muy clara y consistentemente que cada vez que la Misa es ofrecida válidamente por un sacerdote válidamente ordenado, el pan y el vino se convierten en el Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Cristo mismo. Estoy de acuerdo, claro está que ese cambio normalmente ocurre de una manera sustancial (invisible), no accidental (visible), pero no pude evitar pensar en ese momento que el verdadero milagro ocurre cada vez que el sacerdote dice las palabras correctas sobre la materia correcta. Incluso yo, que en aquel entonces era un católico tibio y apenas practicante, lo creía.  ¿Por qué necesitaba una "prueba"?

Yo mismo, años más tarde ya como sacerdote, me enteré de que, algunos de los fieles católicos, tienen hambre de presenciar tales milagros como un medio para fortalecer su fe. Obviamente, el Señor obra tales milagros de vez en cuando y cuando lo considera oportuno, pero yo desaliento a las personas que piden que ocurran estos milagros. Como se dice que dijo San Ignacio de Loyola: “Para aquellos que creen, no es necesaria ninguna prueba. Para aquellos que no creen, ninguna prueba es suficiente”.

Después de muchos años de mi vida como sacerdote, con frecuencia le digo a la gente:  Para creer, “No necesito ver la Hostia convertirse en carne y sangre, y gotear sobre el altar mientras digo Misa”.  “Tampoco necesito que la Santísima Virgen se me aparezca musitando palabras de sabiduría”.  “No es necesario ver una curación milagrosa de ninguna clase”.

Para mí, despertarme todas las mañanas y darme cuenta, cuando aún estoy medio dormido, de que la institución que es la Iglesia todavía está en pie por lo menos un día más, y que en realidad no debería estar aquí por la forma en que por más de 60 años (en otros momentos de la historia), hemos hecho todo lo humanamente posible por destruirla.  Que hemos hecho todo lo imaginablemente posible con el fin de destruir la Institución que es la Novia de Jesucristo.  Y que, a pesar de todo, la Iglesia todavía permanece en pie.  Sinceramente creo que no existe un milagro más grande que ese.

 

 

 

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