My Lenten Journey (so far) Fr. Ringley Everything was going according to plan until Saturday after Ash Wednesday. I slipped and fell and found myself in need of a heating pad for an ache in my back. That was not part of the plan. I have not used a heating pad in years and could not locate the one I once owned. I have moved at least three times since I last used it, so it probably went the way of those things we feel proud of ourselves for unloading each time we move. Now I am sorry I did that. I went to the local pharmacy the next day, the First Sunday of Lent, not knowing whether heating pads still exist. I was very pleased to find one. The picture on the box did not look like the heating pad we had when I was a kid. My mother was a great believer in the healing powers of the heating pad. She prescribed it for all that ailed us. All seven of us used the same heating pad repeatedly for 18 years before I went off to college. Ours had an on/off switch and a plug. That’s it. It always worked, and to my knowledge, none of us was ever electrocuted by the heating pad, nor was it ever the cause of our house being burned to the ground. It was almost as comforting as Mom herself when you had an ache or pain. I would not be surprised if one of my siblings still has the heating pad and it still works. If it is at the bottom of a landfill somewhere, I bet if you dug it up and plugged it in it would warm right up and you could snuggle up with it and a hot cup of tea and it would melt your pain away. As I said, the picture on the box of the one I found did not look familiar. It had lots of bells and whistles, secret codes, and safety features to ensure that one would not be electrocuted or lose one’s house to an inferno. I was wary. Bells, whistles, and safety features don’t help the thing itself to function. (A heating pad needs to heat up when you plug it in and turn off when you unplug it. That’s it.) Rather, the bells and whistles are designed to seduce you into buying the product, and the safety features are to fend off liability litigation. I was wary, but against my better judgment, I dismissed my suspicions. I thought, “What could go wrong with a heating pad?” I read the instructions and plugged it in. It heated up. I was very satisfied, and it made me think of my childhood and Mom. I felt better immediately. The next day I plugged it in again and settled down to be comforted by its soothing warmth. Very shortly thereafter I noticed that the heating pad was no longer heating. A secret code appeared on the LED display: “E3” it read. I unplugged it plugged it back in. It came back to life. One minute later it was gone: “E3”. The instructions read as follows: “Due to continuing product development, your model may differ from the one shown above. If an “E” code appears in the display your heating pad has gone into safety mode. Please contact customer service by emailing (address), by calling (number), or by mail (address). Do not return the product to the place of purchase.” This was an important Lenten moment for me. Once upon a time I would have become angry and hounded the company until they sent me a lifetime supply of heating pads. I’m way past that. For an instant, I resigned myself to the reality that nothing ever works right anymore. But resignation to that reality wouldn’t move me forward in my Lenten journey. Instead, I made a resolution. I resolved at that very moment, with the now lifeless, cold heating pad in my hands blinking “E3” at me as my back began to ache again, that I would begin to rely less on the passing things of this world and more on the things of God. Sometimes the things of this world can help us get closer to God. At other times they hinder us. We do well to know the difference, and to ensure that none of this world’s wonderful things distracts us from our ultimate goal, which is eternal life. |
Mi Jornada de Cuaresma (hasta ahora) P. Ringley Todo iba según lo previsto hasta el sábado siguiente al miércoles de ceniza. Me resbalé y me lastime la espalda. Me encontré con la necesidad de una almohadilla térmica para calmar el dolor de mi espalda. Esto no estaba en mis planes. No he usado una almohadilla térmica en años y no pude encontrar la que guardé por varios años pero que después de empacar y desempacar durante mis tres asignaciones, probablemente decidí que en realidad no valía la pena seguir guardándola y la descarte. Ahora lamento haberlo hecho. Fui a la farmacia local al día siguiente, el primer domingo de Cuaresma, sin saber si todavía existían las almohadillas térmicas. Me complació mucho encontrar una. La imagen de la caja no se parecía a la almohadilla térmica que teníamos en casa cuando era niño, pero decidí comprarla. Debo decir que mi madre era una gran creyente en los poderes curativos de la almohadilla térmica. Ella la recetaba para cualquier dolor que sintiéramos sus 7 hijos. Los siete usamos la misma almohadilla térmica repetidamente durante 18 años hasta el día en que me fui a la universidad. Nuestra almohadilla tenía un interruptor de encendido/apagado y un toma-corriente, nada mas. Eso era todo lo que tenia y siempre funcionó, nunca falló, y que yo sepa, ninguno de nosotros fue electrocutado por la almohadilla térmica, ni fue la causa de que nuestra casa ardiera en llamas hasta los cimientos. Nuestra almohadilla era casi tan reconfortante como los cuidados que nos daba nuestra madre cuando algo nos dolía. No me sorprendería si uno de mis hermanos todavía conservara la almohadilla térmica y que todavía funcione. De la misma manera apuesto a que si está en un basurero, la sacamos de allí, y la conectamos, calentaría de inmediato y con mucha comodidad me acurrucaría en un rincón a disfrutar de ese calorcito reconfortante junto a una taza de te caliente, y que en poco tiempo mi dolor desaparecería. Como dije, la imagen en la caja de la almohadilla que compre no me resultaba familiar. Tenía muchas campanas y silbidos, códigos secretos y características de seguridad para garantizar que no me electrocutaría o que ocasionara un incendio infernal en mi casa. Yo actué con mucha cautela. Las campanas, los silbidos y las funciones de seguridad no ayudan a que la cosa en sí funcione. (Una almohadilla térmica debe calentarse cuando la conectas y apagarse cuando la desconectas. Eso es todo). Más bien, las campanas y los silbidos están diseñados para seducirnos para comprar el producto, y las características de seguridad son para evitar responsabilidades y demandas. Aunque actué con mucha cautela, y en contra de mi buen juicio decidí comprarla, y pensé: "¿Qué podría salir mal con una almohadilla térmica?" Leí las instrucciones y la conecte. Se calentó. Estaba muy satisfecho y me hizo pensar en mi infancia y en mamá. Me sentí mejor de inmediato. Al día siguiente la volví a conectar y me sentí reconfortado por su calidez relajante. Al poco rato me di cuenta que la almohadilla no estaba calentando, en la pequeña pantalla apareció un código secreto que leía: “E3”. La desconecte y la volví a conectar. Volvió a la vida. Un minuto después se volvió a apagar y apareció de nuevo: “E3”. Las instrucciones dicen lo siguiente: “Debido al continuo desarrollo del producto, su modelo puede diferir del que se muestra arriba. Si aparece un código "E" en la pantalla, su almohadilla térmica ha entrado en modo de seguridad. Comuníquese con el servicio de atención al cliente enviando un correo electrónico a (dirección), llamando al (número) o por correo (dirección). No devuelva el producto al lugar de compra ". Este fue un momento de Cuaresma importante para mí. En el pasado me habría enojado y acosado a la empresa hasta que me enviaran un suministro de almohadillas térmicas de por vida, pero ya he superado esa etapa. Por un instante, me resigné a la realidad de que ya nada funciona como antes. Pero resignarme a esa realidad no me hará avanzar en mi jornada cuaresmal, y tomé una resolución. Al sentir de nuevo el dolor en mi espalda y observar en la pantalla de mi almohadilla térmica de forma intermitente E3, E3, E3, decidí que comenzaría a depender menos de las cosas pasajeras de este mundo y más en las cosas de Dios. A veces, las cosas de este mundo pueden ayudarnos a acercarnos más a Dios. Otras veces nos estorban. Hacemos bien en reconocer la diferencia y asegurarnos de que ninguna de las cosas maravillosas de este mundo nos distraigan de nuestro objetivo final, que es la vida eterna. |