As Catholics we begin all things with the Sign of the Cross. Our prayers usually begin and end with this sign as do the Mass and the sacraments of Confession/Penance/Reconciliation, Baptism, Confirmation, and the Anointing of the Sick, as well as the Sacrament of Holy Orders (Ordination) all include anointing with Holy Oil tracing the Sign of the Cross on the breast (the home of the heart, the seat of love), the head (the mind, seat of wisdom and knowledge), and the hands (the instruments of our activity and labors). In doing so all that we feel, think, and do is blessed by the sign of Christ’s Crucifixion and Resurrection.
Similarly, when the Gospel is read at the Mass, we trace the Sign of the Cross on our foreheads, lips, and breasts praying that the Word of the Lord may be in our minds, on our lips, and in our hearts. Upon entering through the doors, the church building we sign ourselves with Holy Water, the sign of our Baptism. In doing so we call to mind that it was through Baptism, the doorway to all the other Sacraments, that we entered the Church Herself. The Sign of the Cross accompanied by its formula of blessing (“In the name of the Father, and of the Son, and of the Holy Spirit”) is one of several gestures included in the category of what the Church calls “sacramentals”. Sacramentals, similar to, but not the same as sacraments, are sacred signs signifying effects of a spiritual nature which are obtained through the intercession of the Church. Sacramentals do not confer the grace of the Holy Spirit the way the sacraments do. Instead, by the Church’s prayer, they prepare us to receive that grace and dispose us to cooperate with it. In other words, when we make the Sign of the Cross with our bodies and say the accompanying words without minds and/or mouths, our soul is opened to the reception of the grace of the Holy Spirit which ordinarily comes to us by means of the Sacraments. Thus, our whole person, mind, body, and soul is actively engaged, by an act of the will, to receive and make use of the divine life, which is grace itself. And so, the extent to which we prepare our souls to receive and dispose our souls to cooperate with the grace of the Holy Spirit, is directly related to the extent to which we willfully engage our minds and bodies in this preparation and disposition. The more attentively and reverently mind and body are focused on the making of the Sign of the Cross, the more well prepared and well-disposed we become to receive and cooperate with that grace. With this in mind, Cardinal Ratzinger (later Pope Benedict) wrote in his book The Spirit of the Liturgy, “I believe that this blessing, which is a perfect expression of the common priesthood of the baptized, should come back in a much stronger way into our daily life and permeate it with the power of the love which comes from God.” |
Como católicos siempre iniciamos nuestras oraciones, la Misa y los sacramentos de Confesión/Penitencia/Reconciliación, Bautismo, Confirmación y la Unción de los enfermos, como también el sacramento de Orden Sacerdotal, con la señal de Cruz. Todos incluyen unción con el aceite bendito, trazando la señal de la cruz sobre el pecho (sede del amor), la cabeza (sabiduría y entendimiento), y las manos ( instrumentos para nuestros trabajos y actividades laborales). Al hacer esto, todo lo que pensamos, sentimos y hacemos se bendice por medio de la señal de la Crucifixión y Resurrección de Cristo.
De la misma manera, a la hora de leer el Evangelio durante la Misa, trazamos la señal de la cruz sobre nuestras frentes, labios y pecho pidiendo para que la Palabra de Dios llegue a nuestras mentes, labios, y a nuestro corazón. Al entrar a la iglesia, nos persignamos con agua bendita. Con esto estamos recordando nuestro bautismo, que es la puerta de entrada del resto de los sacramentos. La señal de la Cruz junto con la formula de la bendición (“en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo”) es uno de varios gestos incluidos en la categoría que la Iglesia denomina “sacramentales”, que es parecido pero no igual al sacramento. Los sacramentales son signos sagrados que tienen un efecto espiritual y que se obtienen por intercesión de la Iglesia. Los sacramentales no confieren la gracia del Espíritu Santo, esta gracia solo es conferida por medio de los sacramentos. Pero si, los sacramentales, por medio de las oraciones de la Iglesia, nos preparan para recibir la gracia y nos disponen para cooperar con ella. En otras palabras, cuando hacemos la señal de la cruz con nuestros cuerpos y la acompañamos con las palabras necesarias, nuestra alma se abre hacia la recepción de la gracia del Espíritu Santo que por lo general llega a nosotros por medio de los sacramentos. Así, todo nuestro cuerpo, mente y alma trabajan conjuntamente por medio de un acto de la voluntad, para recibir y hacer uso de la vida divina, que es en sí la gracia. El grado en que preparemos nuestras almas esta relacionado directamente con el grado en que voluntariamente empleamos las mismas hacia esta preparación y disposición. Mientras más activa como reverente se encuentren nuestros cuerpos y almas al hacer la señal de cruz, más preparados y mejor dispuestos estaremos para recibir la gracia. |