“I scream, you scream, we all scream for ice cream”, is one of those little rhymes, hundreds of which my mother taught us when we were babes, that I have never forgotten. It is remarkable how these things stick with you. The memory of this rhyme was triggered a few weeks ago when, in the middle of the coronavirus crisis, I heard the unique, unforgettable music of the ice cream truck driving down my street for the first time in nearly a year. A very weird year. When I heard the music of the ice cream truck I smiled. I haven’t smiled much during coronavirus. In fact, I never smile much. But the music of the ice cream truck bolstered my spirit. I could hear with the ears of my imagination little children, trapped in their homes for months, squealing at the top of their lungs upon hearing the music, “Mommy, Mommy, it’s the ice cream man! Oh please, Mommy, can we get an ice cream cone?” My siblings and I did the same thing many moons ago. Sometimes Mommy would relent.
What I don’t remember about the ice cream truck of my childhood is that the music that issued from its primitive loudspeaker system was as banal, monotonous, and repetitious as the music of the ice cream truck in my neighborhood. Being a musician, I have a good memory for tunes, but I don’t remember the ice cream truck theme music from my childhood. Maybe that’s because I grew up in a different part of the country with different ice cream trucks and different ice cream truck theme songs, and the one in my current neighborhood has crowded out the memory of those. Maybe the trucks of my youth played a wider variety of tunes such that no one tune was particularly memorable. I don’t know. But what I do know is that the ice cream truck music where I live now drives me out of my mind. I know you know it. That 8-bar jingle that repeats itself over and over endlessly, especially when some mommy relents and buys her kids ice cream from the ice cream man. The truck idles in one spot while the kids consider all the delicious options and struggle to decide which one to pick. They look at the pictures of the cones and bars and sandwiches, and it takes oh-so-long for them to make a choice. They all look so cool and sweet and delicious. The music repeats and repeats and repeats. It gets into your head and pounds like a migraine headache until you think the only way out is to move to the North Pole, where almost certainly there are no ice cream trucks. I worry about the ice cream man. I am concerned for his mental health. Who could listen to that all day every day and stay sane? I remember talking about the ice cream man with one of my high school students years ago. We were chatting outside the school and heard the music. She began to exhibit symptoms of post-traumatic stress. She told me of the ice cream man from her neighborhood. “Rip-Off-Ray” the kids called him. He charged such exorbitant prices that the kids themselves, without Mommy’s Platinum Amex card, could not afford even a popsicle or snow-cone. When the music moved out of hearing range, she regained her composure. I don’t mean to disparage the ice cream man. He’s trying to make a living like the rest of us. He doesn’t choose the music, I’m sure, since all the trucks I’ve heard in our county have the same music. Let’s hope Rip-Off-Ray is an anomaly, and that most ice cream truck people are trying to bring joy to kid’s lives while making a living. I don’t really mind the music THAT much. In a funny way, it reminds me of happier times, and that kind of gives me hope for the future. |
"Yo Grito, tu gritas, todos gritamos por helado", es una de esas pequeñas rimas, que recuerdo de mi madre cuando éramos bebes, y que nunca he olvidado. Es notable cómo estas cosas se quedan contigo. El recuerdo de esta rima se activó hace unas semanas cuando, en medio de la crisis del coronavirus, escuché la música única e inolvidable del camión de helados que circulaba por mi calle por primera vez en casi un año. Un año muy raro por cierto. Cuando escuché la música del camión de helados sonreí. No he sonreído mucho durante estos tiempos del coronavirus. De hecho, nunca sonrío mucho. Pero la música del camión de helados reforzó mi espíritu. Podía escuchar con los oídos de mi imaginación a niños pequeños, atrapados en sus hogares durante meses, gritando a todo pulmón al escuchar la música: "¡Mami, mami, es el vendedor de helados! Oh por favor, mami, ¿podemos comprar un cono? Mis hermanos y yo hicimos lo mismo hace muchas lunas. A veces mami cedía.
Lo que no recuerdo del camión de helados de mi infancia es que la música que emitía su primitivo sistema de altavoces era tan banal, monótona y repetitiva como la música del camión de helados de mi vecindario. Como músico, tengo buena memoria para las melodías, pero no recuerdo la música del tema del camión de helados de mi infancia. Tal vez sea porque crecí en una parte diferente del país, con diferentes camiones de helados, y diferentes canciones que salían del parlante del camión de los helados, y que probablemente la de mi vecindario actual, ha desplazado el recuerdo de aquellos tiempos. Tal vez los camiones de mi juventud tocaban una variedad más amplia de melodías de tal manera que ninguna melodía se quedo en mi memoria. No lo sé. Pero lo que sí sé, es que la música del camión de helados donde vivo ahora me vuelve loco. Sé que tu también lo sabes. Ese tintineo de 8 barras que se repite una y otra vez sin fin, especialmente cuando una mamá cede y decide comprar helados a sus retoños. El camión está estacionado en un lugar mientras los niños consideran todas las opciones deliciosas y luchan por decidir cuál elegir. Miran las fotos de los conos, barras y sándwiches, y les lleva mucho tiempo tomar una decisión. Todos se ven tan frescos, dulces y deliciosos. La música se repite y se repite y se repite. Se mete en tu cabeza y late como un dolor de cabeza tan intenso que se convierte en migraña; hasta que crees que la única salida es mudarte al Polo Norte, donde casi con seguridad no hay camiones de helados. Me preocupa el vendedor de helados. Me preocupa su salud mental. ¿Quién podría escuchar eso todo el día, todos los días y mantenerse cuerdo? Recuerdo haber hablado sobre el vendedor de helados con una de mis alumnas de secundaria hace años. Charlamos fuera de la escuela y escuchamos la música. Ella comenzó a exhibir síntomas de estrés postraumático. Ella me habló del vendedor de helados de su vecindario. Los niños lo llamaban "Rip-Off-Ray". Este personaje tenia precios tan exorbitantes que los propios niños, sin la tarjeta Amex de Platino de mamá, no podían permitirse el lujo de ni siquiera una paleta o un cono sencillo. Cuando el vendedor se alejaba y la música dejo de escucharse, mi alumna recuperó la compostura. No pretendo menospreciar al vendedor de helados. Está tratando de ganarse la vida como el resto de nosotros. Estoy seguro que el no elige la música, ya que todos los camiones que he escuchado en nuestro condado tienen la misma música. Esperemos que Rip-Off-Ray sea la excepción a la regla, y que la mayoría de los vendedores de helados traten de alegrar la vida de los niños mientras se ganan la vida. Realmente no me importa mucho la música. De todas formas, para mi esto tiene gracia y me recuerda tiempos mas felices, y me da esperanzas para el futuro. |